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El debutante del Mundial

Lukaku lloraba porque se sentía un gigante al lado del resto

Jugaba con más mayores porque los padres dudaban de su edad. Su padre fue jugador y su hermano despunta en el Anderlecht. Debutó en primera con 16 años.

Río de Janeiro
Lukaku.

Romelu Lukaku (Amberes, 1993) lloraba cuando era niño por ser grande. No podía jugar en los mismos columpios que sus amigos, no entraba en los rincones en los que ellos se escondían. Se sentía un extraño. Un gigante. Jugando al fútbol también. Después de cada partido en el que marcaba cuatro, cinco, hasta seis goles, tenía que escuchar a los padres de los rivales decir que había falsificado sus papeles, que ni siquiera había nacido en Bélgica. Fue una infancia dura por eso. A los 12 años le obligaron a jugar con los de 15. A los 14, con los de 17. Y a los 16 ya estaba en la primera división del fútbol belga como gran promesa.

Lukaku es hijo de un exfutbolista congoleño que militó en Bélgica y Turquía, allá por los 90. En el país belga se instaló y fue donde tuvo familia aquel centrocampista de discreto nivel internacional. Nacieron primero Romelu y después Jordan. El segundo, hermano del hoy internacional belga, también es futbolista profesional y ha militado esta temporada cedido por el Anderlecht en el Ostende. Al mayor, a Romelu, las cosas le fueron muy deprisa desde el principio.

Comenzó jugando en el modesto Rupel Boom y enseguida sus asombrosas cualidades físicas y técnicas llamaron la atención del Lierse, aún cuando era niño. Se formó en la academia de este histórico club belga, aunque el descenso de categoría del primer equipo conllevó su llegada al Anderlecht , el más importante conjunto del país, junto a otros 13 talentos procedentes del Lierse. Sólo 11 días después de cumplir los 16 años debutó en la Júpiler League y desde entonces se convirtió en titular indiscutible y pieza básica del campeón de Bélgica.

La selección también había llamado a su puerta en cuanto supo de él. Desde la Sub-15 en adelante fue fijo en todas las convocatorias, reforzando la teoría de la federación belga de que los hijos de los inmigrantes tendrían un papel fundamental en el futuro de la selección. Su traspaso al Chelsea, las cesiones al WBA y al Everton, la confirmación como estrella y el papel protagonista en Bélgica no hacen sino confirmar que aquel niño que lloraba por ser grande es aún hoy más grande de lo que cualquier padre rival pudo imaginar jamás.