AS COLOR
La maldición del apellido
La mayoría de los hijos de astros del fútbol han fracasado en su carrera deportiva porque han sucumbido ante la presión de la comparación.
Un apellido puede otorgar la celebridad. Es lo que ocurre con los hijos de los futbolistas, algunos famosos incluso antes de nacer. En ocasiones, esos niños deciden seguir el triunfal camino de sus padres en el deporte, lo que supone un reto tan duro como conocido es el renombre de sus progenitores. Algunos aguantan la presión con entereza y llegan incluso a superar a sus padres, por ejemplo Paolo Maldini –su padre Cesare ganó todo con el Milan, pero Paolo le supera en títulos y apariciones con el club lombardo–. Otros son sólo niños con un largo camino por delante, como Enzo Zidane, ahora mismo centrocampista en las categorías inferiores del Real Madrid. Para los demás, la sombra de sus padres es tan alargada que les ha impedido ver la luz del Olimpo futbolístico.
Maradona. El mítico 10 argentino es un fijo en las quinielas a mejor futbolista de la historia. Se suele decir que ganó el Mundial de México ’86 él solo. Jugó, entre otros, en Boca Juniors, Barcelona y Nápoles. Durante su estancia en el equipo italiano, al que llevó a su época de mayor gloria, tuvo un hijo fuera del matrimonio con una joven napolitana. El argentino no reconoció al vástago y, aunque se vio obligado a aceptarle como hijo, no le dirige la palabra.
El joven, Diego Armando Sinagra –“Me llamo Diego Maradona”, suele corregir– ha intentado seguir los pasos de su padre, al que admira, que se sepa, como deportista. No ha tenido éxito. Es centrocampista y compagina el fútbol (ha jugado en las divisiones inferiores de Italia y ahora milita en el ASD San Giorgio) con el fútbol playa (quedó subcampeón en el Mundial de Francia 2008). A pesar de todo, no duda en afirmar: “Soy Maradona y me siento Maradona”.
Pelé. Otro de los grandes, ganador de tres Mundiales, también tuvo un hijo que intentó seguir sus pasos, pero se perdió por el camino. Edson Cholbi Nascimiento, Edinho, jugó de portero en el Santos, el club de los amores de su padre, y logró el subcampeonato del Brasileirao de 1995. Aunque no fue el balón el que le catapultó a la fama, sino sus problemas con la justicia: pasó más de un año en la cárcel por estar vinculado con el tráfico de drogas. El hijo de Pelé sucumbió al apellido de su padre: “Mi carrera como jugador comenzó con la presión del mundo entero, siendo famoso sin haber hecho nada y con una responsabilidad muy grande para la que no estaba preparado”.
Johan Cruyff. El estupendo futbolista holandés fue el epicentro del fútbol total del Ajax de los 60 y, posteriormente, el entrenador del Dream Team que ganó cuatro Ligas consecutivas y la primera Copa de Europa del Barcelona, en 1992. Esos dos estilos crearon escuela y el hijo de Cruyff, Jordi, intentó sumarse a la causa. Aunque con un hándicap: su padre había explorado vetas desconocidas hasta entonces en el fútbol que le serían imposibles de superar.
Su carrera empezó en las faldas de su padre, todo un ídolo en Barcelona. Se formó en las categorías inferiores del club azulgrana y Cruyff le hizo debutar con 20 años en el primer equipo culé. No destacó en los 41 partidos que jugó con el Barça y cuando su padre abandonó el club en 1996, le siguió. Desde entonces intentó buscarse las castañas por su cuenta. Recaló en el Manchester United, donde engrosó su palmarés con tres Premier y una Champions, pero no su prestigio: las lesiones se encargaron de impedirlo. Su momento de gloria llegó en el Alavés, un modesto que dio la sorpresa plantándose en la final de la UEFA (2001): los vitorianos perdieron con el Liverpool por 5-4. Jordi marcó el 4-4 y forzó la prórroga. Su carrera continuó, errante, entre el Espanyol, Ucrania y Chipre. “Es mucho más complicado de lo que la gente se piensa, porque siempre pierdes en las comparaciones. Siempre hay una presión añadida que soportar cuando todavía no has llegado a la madurez. Lo sufres mucho”.
Beckenbauer. En sus vitrinas destacan tres Copas de Europa con el Bayern de Múnich y dos Mundiales, uno como capitán de la selección germana y otro como entrenador. Su leyenda causa vértigo, casi tanto como sus polémicas declaraciones a la prensa. Al hijo del Káiser le pesó demasiado el apellido de su padre. Stefan estuvo dos temporadas en el Bayern a mediados de los 80, pero no despuntó y acabó jugando en la segunda división. Tras retirarse, volvió al club bávaro, pero como técnico de las divisiones inferiores.
Enzo Francescoli. El hijo de Zinedine Zidane se llama Enzo en honor a este atacante uruguayo conocido como ‘El Príncipe’ por su elegancia sobre el césped, estilo que también adoptó el francés. “¿Dónde aprendiste a hacer ese control en suspensión?”, preguntó una vez Marco, el hijo de Francescoli, a Zidane. “Yo aprendí todo eso mirándolo a él”. Él es su padre. Su palmarés no contiene ni Copas de Europa ni Mundiales, pero su clase traspasa los números. Marco no puede presumir de lo mismo. Tras una breve carrera en Argentina e Italia –ni siquiera llegó a debutar en primera división–, acabó por dejar el fútbol para centrarse en sus estudios de Economía en la Universidad de Florida (EE UU).
Hugo Sánchez. Otro que cambió el balón por la Universidad (arquitectura, en este caso) fue el hijo exdelantero mexicano del Real Madrid y Atlético, entre otros. Hugo Sánchez Jr. decidió dejar el fútbol tras tres años en la Primera División mexicana –militó en los Pumas y en el Atlante–. “Creo que no he tenido la oportunidad de mostrarme, ni en el Atlante ni en Pumas cuando este equipo era dirigido por mi papá (…) Creo que tengo cualidades para hacer las cosas bien en otro ámbito, de ser más productivo en otra profesión”, contó a la ESPN en 2006.
La historia no acaba ahí. La relación entre los dos Hugo Sánchez se tensó tanto que el joven acudió a un programa español de televisión para hablar sobre su progenitor: le acusó de adúltero y de pegar a su mujer. En la ESPN añadió que su padre minó su carrera futbolística. “Toda la gente puede pensar que por tener a Hugo Sánchez como tu papá te van a poner en cualquier equipo, pues no. Tengo a Hugo Sánchez en mi contra para el fútbol, así es (…). Para él no es o no fue una prioridad que yo siguiera jugando”.
Los hijos del atacante húngaro del Barcelona Ladislao Kubala (Branko), del delantero brasileño Zico (Arthur Antunes), del portero del Athletic José Ángel Iribar (Markel), del también guardameta Ricardo Zamora (Ricardo), del extremo de la Quinta del Buitre Míchel (Adrián González) y tantos otros han corrido la misma suerte. Cuando saltaban al campo, el apellido de sus padres pesaba tanto que les lastraba las botas. Sin esa mirada acusadora, muchos de ellos podrían haber llegado lejos, o por lo menos podrían haber tenido una carrera de la que estar satisfechos. Pero la presión era demasiada para conformarse con ser jugadores del montón o ligeramente destacados. Sus padres son superestrellas. Astros que les quitan toda la luz.