El fútbol, de luto
Murió Tito Vilanova
Falleció en la Clínica Quirón un día después de ser sometido a una intervención gástrica. Luchaba desde hace dos años contra un cáncer en la glándula parótida.
No por esperada, la noticia de la muerte de Tito Vilanova fue menos devastadora. Un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal le derribó. Nadie explicó mejor el dolor que Miguel Hernández. Y el Barça, y por extensión el fútbol mundial se sintió ayer como el poeta de Orihuela. Roto por el dolor, todos pensaron que demasiado temprano levantó la muerte el vuelo y que temprano madrugó la madrugada. Y nadie hoy perdona a la muerte enamorada, a la vida desatenta, a la tierra ni a la nada.
Francesc Vilanova, Tito, falleció ayer en Barcelona tras luchar como un campeón, que es lo que era, contra un cáncer de parótida que se cebó con él. Nunca se rindió. Murió dejando dos hijos, una mujer, innumerables amigos y la ovación del público en general. Como diría Gil de Biedma, “se fue entre aplausos”, como cualquiera de nosotros desearía. Demasiado pronto, sin duda.
Vilanova llevaba ingresado desde hace una semana en la Clínica Quirón, aceptando su destino con la tranquilidad de consciencia del que lo ha hecho todo para irse en paz. Nadie luchó más que él. Por ganas no quedó. Siempre quedará su ejemplo de virtud, de honestidad y de sabiduría. Puede que ahora llegue el tiempo de regalar halagos a un deudo. No es el caso. Vilanova fue el actor de una parte fundamental de la historia del fútbol moderno. En su cabeza, cabían todos los sistemas. Se nos ha ido un grande del fútbol. Pero hoy, el fútbol es lo de menos. Se nos ha muerto Tito. Y la previsión no hace más llevadero el duelo. Al contrario.
Hacía tiempo que el destino, ese mal nacido que le juega la peor de las pasadas a la mejor de las personas, decidió ensañarse con él. No se resignó y trató de escaparse porque tenía calidad humana y una familia estupenda detrás. Pero la vida son las dimensiones del teatro. Y nadie elige el teatro en el que debe de actuar. A Vilanova le tocó debutar en la Scala de Milán cuando el teatro estaba a punto de colgar el cartel de ‘no hay billetes’. Y le negó la gloria. Fue muy cruel.
El jueves se confirmó que los tratamientos de urgencia eran inútiles, que había llegado la hora de los valientes. Que era el tiempo de decir adiós. La dignidad y la valentía ante todo. Como él repetía, “Pit i collons” hasta el final.