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AS COLOR

El Atlético del Cholo: amor propio, personalidad y carácter

No fue la primera, la segunda, ni la tercera opción tras la destitución de Manzano, pero su llegada despertó gran expectación en la afición colchonera.

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El Atlético del Cholo: amor propio, personalidad y carácter

El 23 de diciembre de 2011 el Atlético comunicaba oficialmente que Diego Simeone relevaba a Gregorio Manzano al frente del equipo. Diez meses después, ese cambio se ha convertido en uno de los más acertados en la historia del club rojiblanco, ya como mínimo a la altura justamente del anterior, pero con visos de ser un punto de inflexión en la historia reciente del club. El Atlético ha cambiado de técnico en 25 temporadas y los dos últimas aparecen como las más rentables.

En 2009, Quique Sánchez Flores se hacía cargo del Atlético en la jornada 9 de Liga. Relevaba a Abel con un paréntesis de un partido entre ambos dirigido por Santi Denia. Las prestaciones del Atlético con Quique, principalmente en la Europa League y la Copa del Rey, se multiplicaron exponencialmente y el equipo terminó la temporada ganando la competición continental y alcanzando la final del torneo del KO. En la Liga, el equipo se dejó ir y no pudo alcanzar el objetivo de la Champions. A renglón seguido, el Atlético comenzó la campaña 2010-11 ganando otro título europeo bajo la dirección de Quique, la Supercopa de Europa. Sin embargo, de ahí hasta final de temporada, el Atlético no consiguió meterse definitivamente en la élite. No acabó entre los cuatro primeros en Liga y cayó estrepitosamente en la primera fase de la Europa League, donde defendía título. Quique no fue renovado y el Atlético buscaba de nuevo técnico.

Entonces se abrieron dos corrientes dentro del club. Enrique Cerezo, el presidente, abogaba por la contratación de un hombre de perfil aguerrido, con mucha experiencia y la fama de sacar el 200% de los jugadores de los que disponía: Joaquín Caparrós. Miguel Ángel Gil Marín, el consejero delegado, se sentía más seducido por el atractivo fútbol que había practicado el Barça B en Segunda División de la mano de Luis Enrique. El club hizo gestiones en uno y otro sentido, pero al final ninguno de los dos acabó firmando y fue Caminero quien propuso una solución intermedia: Gregorio Manzano.

El jiennense volvía al Calderón para afrontar una segunda etapa, pero lo hacía con la sombra de no ser la primera elección. Manzano intentó que el Atlético jugara de forma atractiva, pero se encontró con varios obstáculos. Para empezar, el 70 por ciento del equipo titular no estuvo a sus órdenes durante la pretemporada y los dos referentes del equipo, Falcao y Diego, se incorporaron con ella iniciada. A pesar de todo, el Atlético encadenó buenos resultados en los primeros partidos, pero todo se fue difuminando. En la Liga, el equipo flaqueaba y el técnico se marchaba de vacaciones de Navidad conocedor ya de que sería sustituido. El Atlético lo tenía claro. La apuesta debía ser por una persona de carácter casi castrense, de muchísima personalidad, que supiera transmitir al equipo la exigencia, el compromiso y el hambre por ganar.

También en este caso el Atlético hizo varias gestiones. Luiz Felipe Scolari era el primer candidato, pero un salario demasiado alto para pagar a alguien sin experiencia en el fútbol español hacían muy arriesgada esa apuesta. Finalmente, el Atlético se decantó por un icono del pasado. Simeone, el carácter del Atlético del doblete, que venía de hacer campeones a River y a Estudiantes, pero también de terminar en puestos muy bajos con el equipo de Buenos Aires.

Para empezar, el efecto de su llegada en la afición fue diametralmente opuesto al que originó el regreso de Manzano. Su primer entrenamiento fue una declaración de intenciones y la prueba del algodón para jugadores y directivos.Se han dado cuenta de que no ha venido un entrenador más al club, Simeone es alguien con una ascendencia total sobre la grada y los jugadores ya lo han comprobado”, se comentaba desde dentro del club tras la primera sesión. 3.000 hinchas se dieron cita en el Calderón y no pararon de corear el nombre del Cholo.

Después había que debutar en Málaga. Un empate a cero que anunciaba lo que iba a llegar. La posesión de balón del equipo de Manzano daba paso a un equipo aguerrido, que cerraba vías de acceso atrás y planeaba contras que aún no tenían la precisión adecuada. En una semana, el equipo descosido de Manzano, con fallos impropios de jugadores de élite, parecía completamente cambiado. Ahora los rojiblancos parecían un bloque serio, sin bromas, tampoco sin florituras. Días después, el ejemplo quedaba a la vista de todo el mundo. Durante una sesión, el técnico lanzó un grito estridente, que se escuchó en todo el Cerro del Espino, con Miranda como destinatario: “¡La pelota, a la mierda!”. Por si hacía falta alguna aclaración. Simeone llevaba diez días trabajando y, sobre todo, lo había hecho sobre conceptos defensivos. La casa se construye desde los cimientos. No quería ninguna broma atrás, prefería alejar el balón a toda costa y no tener que lamentar un regalito atrás. Miranda y su estilo brasileño fueron los primeros en notarlo.

Fue una declaración de intenciones pública como muchas otras que no fueron casualidad nada más aterrizar el Cholo. Días después de ese baño de multitudes en el Calderón, el Cholo dispuso otra en el coliseo rojiblanco y comenzó su trabajo psicológico. También a la luz de los taquígrafos. Al acabar el entrenamiento, se sentó aparte con Diego y con Falcao. No hacía falta más. Quedaban señalados como los jugadores que debían liderar el vestuario. El brasileño, por experiencia y calidad, y el colombiano, por la jerarquía que se había ganado con cada gol conseguido. Todo el mundo lo vio y el Cholo les vino a decir que el Atlético les necesitaba.

Manzano estaba fuera y tras él también dejó el Calderón a Reyes. La batalla entre el jiennense y el utrerano se hizo insoportable en diciembre. Simeone no se encontró este problema. Tras un par de sesiones, Reyes le comunicó al argentino que ya tenía una decisión tomada: volver a casa, al Sevilla. Miel sobre hojuelas. Simeone lamentaba perder la calidad de su zurda, pero no quería a nadie que no se comprometiera con sus ideas. Reyes y el compromiso, sobre todo en el Atlético, habían sido objeto de una relación difícil. Y ahora llegaba un técnico que, por encima de todo, le iba a pedir eso. Pues mejor coger el AVE.

En el devenir de Gregorio Manzano en el banquillo colchonero, la presencia de Reyes fue decisiva. En pretemporada, el técnico había diseñado un Atlético sobre una base de un 4-3-3, con Reyes y Adrián como grandes excusas para esa apuesta. El de Utrera, un extremo de los de antes. Pero ya en pretemporada, el jiennense mandó mensajes que anunciaban lo que pasaría en el futuro: “Reyes debe regatear donde haga daño, si no no sirve para nada”. Pero le faltaba un nueve.

La rueda de prensa, en el último test de pretemporada ante el Recreativo, fue significativa de lo que estaba pasando por la cabeza del técnico y de su gran preocupación. El Atlético ganaba en Huelva, pero faltaba mordiente arriba. “Esto es lo que hay, espero que llegue pronto ese delantero que necesitamos”, reclamó Manzano. Y llegó Falcao, pero con la temporada ya iniciada, al igual que Diego. A Manzano se le acumularon los problemas, pero, en el inicio, el Atlético se personaba como un equipo ofensivo e incluso los jugadores acogían las rotaciones como una buena noticia. Pero fue hasta el partido del Camp Nou. Algo se fundió ese día que ya no recuperó Manzano. Arda fue suplente y la ilusión colchonera se esfumó con aquella derrota por 5-0. El 4-3-3 no permitía a Diego jugar cómodo en la mediapunta, su puesto natural. Reyes no se adaptaba y Adrián empezaba a aparecer como prescindible para el jiennense. Además, el calvario de la banda derecha. Sílvio no levantaba cabeza y entre una pubalgia y una lesión de rodilla dejaba una laguna que era cubierta a duras penas por Perea. Manzano se inventó la solución Juanfran. El de Crevillente jugó en el Atlético su primer partido como lateral ante el Granada y repitió en el desastre definitivo ante el Betis. Para entonces, el perfil conciliador de Manzano había quedado retratado por los desplantes de Reyes y la histórica eliminación ante el Albacete en la Copa. Los manchegos, equipo de Segunda B, ganaron los dos partidos al equipo colchonero y Manzano aparecía públicamente en entredicho.

Caminero, días antes, había anunciado que el club se daba de margen hasta Navidad para ver qué decisión se tomaba. En realidad, ya estaba acordada. Hacía falta un golpe de timón, autoritario, el que dio Simeone. En Málaga, Simeone puso en liza un rocoso 4-1-4-1, que impidió maniobrar a los andaluces. Fue para coger carrerilla. Simeone enlazó diez partidos sin perder entre Liga y Europa League. Sus coetáneos no tenían dudas. “Es pura ambición”, afirmaba Juanma López. “Representa la pasión del Atlético”, resumía Roberto. Solozábal no tenía dudas de que Simeone “tirará del carro”; y para Quevedo la llegada del Cholo “da tranquilidad”. Sea como fuere, jugadores y aficionados se percataron de un cambio que se puede resumir en los 14 mandamientos del Cholo, los mismos que el dorsal que lució como futbolista.

Grabados con fuego. El cuerpo técnico ha inculcado a los jugadores una disciplina de trabajo y, sobre todo, ha enseñado a jugadores abatidos a confiar en sí mismos. Ésa, resumiendo, es la gran diferencia, porque los jugadores no pueden cambiar su ADN en apenas unos meses. Serios, agresivos, confiados e hipermotivados. Sus ejercicios de motivación han sido un empujón que han notado los jugadores. Ahora sí tienen amor propio. Tácticamente, el Atlético aparece mejor parado en el campo, pero de ser un equipo con Manzano al que le gustaba llevar la iniciativa, ha pasado a esperar la contra. Y con mucho acierto. Juanfran se ha convertido en internacional como lateral derecho, un puesto en el que le hizo debutar Manzano, pero en el que le ha reconvertido Simeone. Centrales sin miramientos, más preocupados de destruir que de iniciar la jugada, y centrocampistas más preocupados por buscar rápidamente a Falcao o, llegado el caso, la portería contraria, que de amasar la pelota y acumular posesión de balón. 23 partidos ha estado el Atlético sin perder bajo el mandato de Simeone. Entre medias, se levantaron dos títulos, la Europa League y la Supercopa de Europa. El Cholo batió el récord de Ivic que llegó a estar 20 partidos seguidos sin conocer la derrota. Pero por encima de cualquier número, de cualquier estadística, los jugadores aseguran que no se ven inferiores a ninguno y la afición ve, por fin, a su equipo de nuevo en la élite.