AMISTOSO | ESPAÑA 2-HAITÍ 1
La Selección se queda muy corta
Los goles tempraneros de Cazorla y Cesc hicieron presumir una paliza, pero el equipo se durmió en la debilidad del rival y los cambios. Javi Martínez y Jesús Navas piden paso.
Lo tan sencillo corre el riesgo de convertirse en algo complicado. En este caso lo difícil nunca fue ganar a Haití, selección voluntariosa y con un físico admirable, sino establecer el cómo y el por cuánto. Una vez conseguido el primer gol y celebrado el siguiente, el dilema dejó de ser deportivo y pasó a ser sentimental. Nadie tiene nada en contra de Haití, más bien lo contrario: el impacto del terremoto de 2010 todavía nos estremece (220.000 muertos en un país de diez millones de habitantes). De modo que no existe pique posible, ni estímulo, ni, por supuesto, deseos de ensañarse. Por momentos dio la impresión de que los jugadores españoles se imponían nuevos retos al margen de la victoria: no dar balonazos a los contrarios, no tirar a trallón, chutar dentro del área, no marcarles más de cinco.
Ese carácter tan sinceramente amistoso nos impide sacar conclusiones válidas, sólo impresiones difusas. Diremos, no obstante, que Casillas fue titular y que hubiera podido jugar con escayola: Haití no tiró entre palos en la primera mitad. Javi Martínez ejerció de único pivote (notable como armador y destructor) y en las tareas de creación le ayudaron Mata, Cazorla y Cesc. La sensación es que el juego se agilizó con tantos colaboradores, todos ellos con mentalidad vertical. Si el dominio de España se convirtió en un festín es porque la Selección advirtió muy pronto que para robar balones bastaba con presionar o con amagarlo.
A los cinco minutos, Torres remató fuera con una media chilena espectacular, que de ser gol hubiera valido para un anuncio de maquinillas de afeitar o para reclutar estadounidenses rubios para la causa del fútbol. No lo fue, ni Torres volvió a destacar, enredado de nuevo en ese fútbol de escorzos que se parece muy poco al juego de la Selección. Necesita goles, es evidente, pero no menos de media docena.
Cazorla marcó a los siete minutos con un zurdazo raso y colocado. A los 18 lo hizo Cesc, asistido por Mata en una jugada entre sublime y playera: balón picado, esponjoso, y cabezazo a bocajarro, mullidito. Fue en ese instante cuando comenzaron las dudas, o cuando se escucharon los alegres cánticos de la afición caribeña (1,2 millones de haitianos en Estados Unidos). Imposible no sentir empatía con los habitantes de una isla que en tiempos se llamó La Española. En el fondo, a poco más de mil kilómetros de Puerto Príncipe, la selección de Haití jugaba en casa. Y debajo de cada estrella de los campeones, no está mal recordarlo, hay un corazón.
Navas fue el más activo de los españoles en ese periodo de tregua y buen rollo. Quizá fue por interés propio o porque el juego desmilitarizado desembocaba en su banda. El resultado de sus incursiones fueron varios centros con peligro y un disparo que probó los reflejos de Montrevil, portero haitiano del Zénith (Cap Haitien).
El problema es que el roce hace el cariño y España se volvió excesivamente cariñosa. Soldado fue el único que se libró del encantamiento haitiano. Nada más sustituir a Torres tuvo una ocasión de gol y en su siguiente aproximación estrelló un remate en un poste. La respuesta de Haití ante tanta gentileza fue fulminante. Guerrier se coló entre la flácida defensa española y marcó después de burlar la salida de Reina. La alegría de los caribeños fue conmovedora, todo hay que reconocerlo.
Soldado volvió a estrellarse contra el palo y después tropezó contra algún tipo de maldición, vudú o sortilegio de pollo con frijoles. Sólo así se puede explicar que no lograra empujar la pelota casi sobre la línea de gol, entorpecido por un defensa. Su aportación, no obstante, superó con creces a la de Torres.
Haití se vino arriba y a ratos pareció una selección italiana repleta de Balotellis, igual de física y poco reflexiva. A España le ocurrió lo de siempre: los partidos sin picante terminan por aburrirla y no hay quien se lo pueda reprochar, visto como nos lucen las medallas del pecho. El balance no es malo porque no es deportivo. Siendo imposible que podamos apreciar más al pueblo haitiano, es de suponer que allí nos querrán un poco más a partir de ahora.