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Osasuna 0 - Real Madrid 0

Sin Cristiano Ronaldo y sin alma

El peor Real Madrid de los últimos tiempos empató ante el colista de la Liga. Mourinho no salió del banquillo. Osasuna pudo marcar al final. Kaká duró 17 minutos.

Andrés Fernández, que fue el centro de atención por el interés del Madrid en él, se mostró inseguro y más nervioso que de costumbre.
Andrés Fernández, que fue el centro de atención por el interés del Madrid en él, se mostró inseguro y más nervioso que de costumbre.

Si el Barcelona gana hoy en La Rosaleda, el Real Madrid terminará la primera vuelta a 18 puntos del liderato. Si, por el contrario, el Málaga vence al Barça, el Real Madrid mantendrá el tercer puesto con sólo cuatro puntos de ventaja sobre el equipo de Pellegrini. Eso significa el empate en Pamplona: dos frentes abiertos con amenaza de humillación. Quien no considere el prestigio motivación suficiente para pelear en la Liga, deberá fijarse en la clasificación y en los riesgos de un abandono prematuro e impropio del escudo a defender.

El desinterés es la primera conclusión del empate a cero del Real Madrid en Pamplona. Una desidia general y contagiosa representada en primera persona por Mourinho. Vale que en el Bernabéu no salga del banquillo porque está enfadado con el mundo, o porque no quiere soliviantar los ánimos, o porque está aguantando la respiración. Pero la justificación no sirve en Pamplona. Ni el capricho. Mientras el partido se escapaba por el sumidero, Mourinho renunció a dar un simple grito de ánimo desde la banda, como si no hubiera nada que agitar o corregir, como si el Madrid no estuviera jugando el peor partido desde que él ocupa el puesto. Si lo que pretendía su ego infinito era castigarnos a todos, periodistas y disfrazados, críticos y conspiradores, ayer lo logró por fin: el madridismo también se quedó sin postre.

Cierto que no estaba Cristiano. Cierto que lo que fallaron otros, él podría haberlo metido. Pero ayer, además de un cañón, o de mil cañones, faltó el alma, el coraje del Madrid, esa virtud que parecía asegurada con Mourinho en el banquillo. Osasuna apenas salió arañado y Andrés Fernández casi no estuvo exigido. Al contrario, más bien. Osasuna, que a estas horas celebrará el punto conseguido, bien podrá lamentar los dos que dejó escapar. Nunca encontrará un Madrid tan blando y destensado.

Llanto. Higuaín acusó la falta de partidos, Modric fracasó como alternativa, Di María confirmó su crisis y sólo Callejón dignificó la camiseta. Por alguna extraña razón Özil no entró en el campo hasta el 67' y por algún motivo inexplicable Kaká se autoinmoló en 17 minutos: doble amarilla, la primera por saltar con miedo y la segunda por impedir un saque de una falta. Qué decir, cómo no llorar.

Mientras el Madrid se desintegraba, Osasuna concentró lo mejor y lo peor en el final del encuentro. Fue entonces cuando más cerca estuvo de marcar y cuando empañó la imagen heroica de quien arranca un galón al todopoderoso Real Madrid. Primero fue Kike Sola quien simuló penalti en lugar de aprovechar la situación de ventaja que le concedía un regate. Después fue Lolo, impecable en el mediocampo, quien fingió de modo vergonzante un golpe en el rostro para provocar la roja de Khedira. No merecía eso el esfuerzo de Osasuna, ni el pacifismo del Madrid, ni lo merece el fútbol.

Oier debió ver la segunda amarilla por una mano, Callejón reclamó un gol al límite del fuera de juego y Damià pudo marcar el tanto del año, tras disparo desde su casa (nació en Olot). Nada pasó, sin embargo. Absolutamente nada.