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Liga BBVA | Real Zaragoza 0 - Getafe 1

Muñiz envenena al Zaragoza

Romaric y el árbitro lo dejaron con nueve. Un penalti y roja a Álvaro fue la puntilla. El Zaragoza aguantó hasta el gol de Diego Castro. Suma cinco derrotas.

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<b>GROTESCO. </b>Roberto protesta a Muñiz Fernández tras señalar penalti. El árbitro no sabía a quién debía expulsar y amonestó al portero por preguntárselo.
GROTESCO. Roberto protesta a Muñiz Fernández tras señalar penalti. El árbitro no sabía a quién debía expulsar y amonestó al portero por preguntárselo.

El Getafe se llevó de Zaragoza tres puntos envenenados por la estrepitosa actuación de Muñiz, que comenzó acertando al expulsar a Romaric y se tiró después por un tobogán de excesos: más tarde dejó al Zaragoza con nueve al juzgar como penalti y expulsión una entrada de Álvaro a Pedro León; y entretanto produjo una catarata de amarillas, cambios de rumbo y criterios variables, que coronó con la roja compensatoria del final a Barrada. En esas circunstancias, el Zaragoza se sujetó en la tormenta aferrado al orgullo, pero la derrota, puesta en perspectiva, le hace mucho daño: queda en la boca de los puestos de descenso, con cinco derrotas en siete partidos, tres de ellas en La Romareda.

Durante la semana, Luis García les había dibujado a sus futbolistas el mapa de un partido trabado, más proclive a la intensidad que a la transparencia. El Zaragoza ha ganado fama de equipo apretado, que se desanuda más por equivocaciones propias que por superioridad del contrario. La historia, esta vez, tuvo otros matices. Si existía alguna posibilidad de un encuentro cristalino, la expulsión de Romaric se la llevó por delante. Antes Barrada le había ganado a Paredes una carrera, pero eligió mal a la hora de acabar y el gol se le quedó enredado en las botas. Un par de minutos después, Postiga remató arriba un balón en el área. Fueron dos chispazos que no prendieron ninguna mecha. Cuando Romaric se fue, el partido ingresó en un largo túnel. Y ahí adentro, con su cabeza centelleante, estaba Muñiz.

Jiménez había apostado por darle pista a Aranda como segundo punta, en sacrificio de un Apoño al que ya había advertido en los últimos días. Aranda puso un punto de actividad muy alto. Usó su corpachón por todo el frente de ataque para dejar balones ventajosos y los defensas del Getafe pasaron la tarde pugnando con él. Sin embargo, la roja a Romaric, que le metió una plancha fea y torpe a Lacen en la rodilla, deshizo cualquier hipótesis de trabajo previa. En inferioridad, y con 80 minutos por delante, Jiménez mantuvo a los dos puntas, retiró a Víctor Rodríguez y reconfiguró el medio campo con Movilla.

Atasco. Enfrentado a una situación complicada, en una tarde en la que necesitaba ganar, el Zaragoza obtuvo de sí mismo una versión plausible. Con tres en el medio, multiplicó esfuerzos para saltear cada callejón. Luis García adivinó que su equipo iba a entrar en un embudo y trató de estirarle las costuras al Zaragoza: prescindió de Lacen y metió a Pedro León para abrir el campo. Mandó a Lafita a la izquierda y trató de que el espacio se le hiciera más grande al Zaragoza. No lo consiguió.

Así, el choque entró en un atasco de conceptos y ejecuciones y se hizo plomizo. El Zaragoza atendió la llamada épica, que conectaba con su naturaleza del año pasado. La brusquedad creció. Todo lo que había intuido Luis García, pero multiplicado por diez. Los diez con los que jugaba el Zaragoza. Hasta después del intermedio, cuando elevó algo su ritmo, el Getafe no le llegó a la cara a Roberto. Entonces el portero debió repeler un chutazo lejano de Diego Castro y bajar el cuerpo a otro pelotazo cruzado de Pedro León. Álvaro Vázquez anduvo desconectado toda la tarde. Cuando tuvo algo que rematar, no encontró la pelota. Pero los otros empezaron a reconocerse en los alrededores del área. En una de esas, Pedro León se coló entre los dos centrales del Zaragoza y Álvaro (el defensa local) metió el pie. Pedro León cayó pero aún le dio tiempo a rematar. Muñiz no quiso ver más: chifló penalti. Y, como si le pareciera poco, expulsó a Álvaro. Un razonamiento sólo comprensible en su atrevido juicio.

Con el gol de Diego Castro y nueve en el Zaragoza, el Getafe pudo cerrar la operación. Pudo pero no lo hizo. Roberto rechazó a Gavilán y Alcácer. Álvaro falló otra sobre la misma línea. E incluso con dos menos (uno al final, porque Muñiz jugó a la compensación echando a Barrada), el Zaragoza tuvo un par de remates de Postiga que pudieron acabar en gol. El choque se explica por la importancia que llegó a alcanzar Moyá, el meta del Getafe. Su homólogo, Roberto, acabó subiendo a rematar: una escena que siempre resulta tan voluntariosa como patética.