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Liga BBVA | Rayo 0 - Real Madrid 2

Victoria para la moral

El Madrid fue superior, pero sin alardes. El Rayo mantuvo el pulso hasta el penalti de Amat. Benzema y Cristiano fueron los goleadores

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<b>EL GOL DEFINITIVO. </b>Benzema felicita a Cristiano tras anotar el 0-2 de penalti, mientras el guardameta franjirrojo Rubén se lamenta del tanto encajado.
EL GOL DEFINITIVO. Benzema felicita a Cristiano tras anotar el 0-2 de penalti, mientras el guardameta franjirrojo Rubén se lamenta del tanto encajado.

De los diversos análisis posibles, nos quedaremos con el más sencillo. El Real Madrid ganó el partido en los cromos: los suyos eran mejores. Tan simple como eso. La clave de su victoria en Vallecas no fue el esfuerzo o la colocación, ni siquiera el fútbol, bastante escaso por ambas partes. No fue tampoco un problema de concentración, máxima o mínima. El Rayo perdió porque el Madrid le igualó en todo lo bueno y le venció en los cromos; en los de Panini y en los de la Real Fábrica de la Moneda de Bruselas.

Si en la vida hay que esperar durante años a la decantación natural del talento (a veces con desespero), en el fútbol bastan unos minutos, ayer doce. En ese instante llegó el primer gol, uno de esos contragolpes en los que el Madrid maneja el balón como una bomba a punto de estallar. Marcelo impulsó de tacón, prosiguió Cristiano y Di María se adentró en el área del Rayo con la cabeza girando como un radar. Localizado Benzema, su asistencia rodó como una bola de cañón en una bolera. Boom.

Paco Jémez vociferó a la defensa, pero debió dirigirse al destino y al mundo cruel. La única manera de replegarse contra el Madrid es no desplegarse jamás. En cierto modo, el equipo de Mourinho castiga los pecados ajenos como un dios justiciero y automático. Lo comprobó el Rayo: al primer desmelene lujurioso, gol en contra.

El mérito del anfitrión fue asumir el golpe y continuar jugando sin atisbo de depresión. El error del Madrid fue pensar que las pepitas de oro se irían depositando en su cesta sin necesidad de mojarse los pies. Cuando quiso darse cuenta, el Rayo le mantenía el pulso, oportunidades semejantes y parecidos fallos.

En ese tramo de igualdad los zurdos iluminaron el encuentro. Lo de Di María no es nuevo: juega como si fuera a perder el autobús. Y juega muy bien. Hace deprisa lo que otros dibujan con elegante lentitud. Si suya fue la asistencia a Benzema, también fue de su propiedad el pase que dejó a Modric en boca de gol, despeje in extremis de Rubén, buen portero.

En esa acción, por cierto, Modric alcanzó su máxima participación en el partido. Tiene talento, no se duda, pero también una cierta levedad, como si estuviera relleno de helio y en cualquier momento pudiera perderse en el cielo.

El onubense José Carlos representó al Rayo en el concurso de zurdos. De ser más constante iría acompañado de una rondalla de ojeadores. Chutó, buscó pasillos y generó la mejor oportunidad del Rayo, un doble remate abortado bajo palos, primero por Casillas y luego por el pecho de Xabi Alonso, indudable chicarrón del norte.

Dueño. Después, como digo, se precipitó el talento; al principio poco a poco y luego en cascada. Cuando el árbitro pitó el penalti de Amat, el Madrid ya se había apropiado del partido. Marcó Cristiano y hubo poco que discutir. El Rayo no se podía culpar de nada. Ni siquiera por desaprovechar una asistencia de Arbeloa a Leo, está feo aceptar diamantes si no hay intención de comprometerse.

Al final, mandan el talento, la fortaleza y el poder. Y manda el dinero, que son cromos.