Liga de Campeones | Málaga 3 - Zenit 0
Isco alcanza su Zenit
El de Benalmádena anotó dos goles maravillosos. Saviola marcó el 2-0. Joaquín estuvo sensacional. Los rusos no tuvieron opciones El Málaga, perfecto.
Isco Alarcón no quiso intercambiar su camiseta con los futbolistas del Zenit, que se la disputaban como trofeo y futura valiosa reliquia para coleccionistas, de quien va a ser (si es que ya no lo es) una estrella mundial. Vicente del Bosque dijo sobre sus opciones de jugar con la Selección lo siguiente: "Le tenemos en muy buena estima". Personalizar en tan fabuloso genio no menoscaba el grandioso espectáculo, el partido de ensueño, de un Málaga imperial que ofreció una melodía desencadenada, un torrente de fútbol y de magia ante el Zenit, considerado el favorito del grupo, que sólo pudo observar y aprender del talento infinito de un Málaga estratosférico, que juega de miedo, corre cual Fórmula 1 y sabe dosificar esfuerzos en aras de prevenir desfallecimientos.
El primer gol fue de dibujos animados. Era el minuto tres. Isco cogió el balón, levantó la cabeza, con un elegante zig-zag innato de crack quebró a Anyukov y, en una mágica décima de segundo, se sacó del bolsillo una preciosidad de rosca que ganaba y ganaba en belleza hasta que el trayecto terminó donde debía, en el fondo de la red. La fiesta que se organizó en La Rosaleda estuvo en un suspiro de congelarse un minuto después cuando un zurriagazo de Hulk (el brasileño ni mucho menos realizó un partido increíble) se estrelló en el larguero. El canguelo duró poco. El Málaga era un rodillo que aplastaba a un adversario que no sabía dónde meterse.
El segundo gol fue de película. Portillo, la joya de la cantera, metió un pase excelso a Jesús Gámez quien, centelleante, asistió a Saviola. El instinto asesino del Conejo culminó la obra. ¡Qué golazo! El público se frotaba los ojos. No era un sueño, era real; no era el Brasil de 1970 con Pelé y Rivelino. Era el Málaga de Joaquín, Isco, Demichelis... ¡Era el Málaga de Pellegrini!
La orquesta, celestial, los músicos tocaban como los ángeles y nadie desafinaba. La defensa, rocosa con unos muros llamados Demichelis y Weligton; unos briosos Gámez y Monreal y la seguridad de un Willy Caballero que enfrió dos bravos fogonazos de los rusos; Camacho no paraba de correr, de bregar, de sacrificarse y de recuperar balones; la voluntad de Eliseu, el hambre de Portillo, la rebeldía de Saviola... Pero lo de Isco y Joaquín era descomunal. Anyukov, el '2' del Zenit, sufría y sufría. Si no era el portuense era el de Benalmádena quien hacía sangre. ¡Que vienen los malagueños! bramaban los rusos.
El recital de Isco era un no parar. Increíble repertorio de regates, de desmarques, de carreras, de recortes didácticos. La afición, extasiada, ronca de animar, con la emoción a flor de piel y con las manos rojas de tanto aplaudir esperaba el regalo final. Y se lo dio su joven artista con un grandioso disparo que se coló por la escuadra del buen meta internacional por Rusia, Malafeev. ¡3-0!
Era verlo para creerlo, el partido que la hinchada ansiaba disfrutar alguna vez. Cuando el colegiado británico dio el pitido final, más de uno lloró de emoción. El fútbol del Málaga ya no es sólo patrimonio de la Costa del Sol. Lo es de la Humanidad. ¿Quiere usted ver fútbol de verdad? No se lo piense más. Dese una vuelta por La Rosaleda.