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SEMIFINAL | PORTUGAL 0 (2) - ESPAÑA 0 (4)

¡Nos vamos a la final!

Su penalti a lo Panenka nos impulsó en una tanda dramática. Cesc selló el pase a la final . España, mal durante 90', mereció resolver en la prórroga

¡Nos vamos a la final!

Gracias, gracias y gracias. Gracias al fútbol, por servirnos otra ronda. Gracias a Sergio Ramos por ser tan inconsciente, tan torero y tan valiente. Gracias por este maravilloso infarto. Gracias por los finales bonitos, por las historias circulares y por los finales felices, gracias a Preciado y a Miki Roqué por lo que les pueda tocar, que será bastante; alguien empujó desde arriba. Gracias a todos, porque estamos en otra final. Más rotos que nunca, pero tan vivos como siempre.

El duro

Alves. Se extralimitó en varias ocasiones y vio tarjeta en la quinta falta que hizo. El árbitro le perdonó mucho.

El dandy

Iniesta. Como siempre, tuvo detalles de crack y con su movilidad atemorizó siempre a la zaga portuguesa.

¡Vaya día!

Cristiano. No se pudo escapar casi nunca de la zaga española y al final no pudo tirar en la tanda de penaltis.

El crack

Ramos. Partido espléndido. Marcó en la tanda de penaltis a lo Panenka, en un gran gesto de personalidad.

 No pudo ser más hermoso ni más dramático. El jugador perseguido por la sombra de un penalti fallado se quitó el trauma con el doctor Panenka. Hay que estar loco. Por mil razones. El penalti prohibido lo era más que nunca, porque su éxito es proporcional al tiempo que transcurrió desde el último panenkazo. Tres días, en este caso. Un suspiro. Los porteros estaban avisados y después de seis penaltis intercambiando lados y potencias, la opción de quedarse quieto era una alternativa posible. Hasta cabía la opción de que Ramos chutara a romper, al muñeco, asegurar, lo llaman. Pero jamás Panenka. Jamás exponerse a un ridículo que le perseguiría siempre, somos crueles y más desde que existe Twitter.

Pues lo hizo. Se aproximó a la pelota con el peso de 50 millones de ansias sobre los hombros y la pellizcó. Suave, como si fuera una nalga querida. Como Pirlo. Con la misma consciencia de que había que hacer algo para rescatarnos y ese algo nos rescató. Portugal también lo entendió así. En este caso, la proximidad del panenkazo fue una sentencia inapelable. Alves, que había sido sustituido en el penalti anterior, se acercó al punto fatídico como quien se acerca al cadalso. Después, estrelló el Tango contra el larguero. A continuación, aunque ya se confunden las secuencias, volvió a decidir Cesc, como en 2008. Si les soy sincero, ya no pude ver más. Me abrazaron varios y llegué a entender el punto erótico que tiene la asfixia cuando te clasificas para una final.

Justicia. Lo merecimos. De verdad que lo merecimos. Por centímetros, pero el tamaño no importa. Jugamos poco y mal, nadie lo negará, pero ellos jugaron menos y peor. Llegado el encuentro a su tramo decisivo, España intentó ganar y Portugal no perder. Su única esperanza fue el robo, que nos equivocáramos (y estuvimos cerca). Nuestra esperanza era que nos auxiliaran las musas, la estrella, el cielo.

Después, la prórroga fue nuestra, lo único nuestro, diría. Iniesta tuvo una ocasión más clara que la de Sudáfrica y su error (acierto de Patricio más bien) nos sugirió otra historia circular, pero con final terrible. Ramos nos resucitó con un lanzamiento de falta que pasó más cerca de la madera que los de Cristiano; Navas probó al portero con un balón que Pepe rebañó en las mínimas barbas de Pedrito. Lo merecimos, pues.

Lo anterior convendrá olvidarlo, aunque dejaremos constancia. El cambio de Xavi en el minuto 87 quedará como un momento simbólico. España, en trance agónico, renunciaba al más puro representante del tiqui-taca, pero lo hacía, seamos justos, después de exprimir el sistema sin obtener una gota de zumo. Lo que siguió no fue una traición, aunque habrá quien lo apunte. Se asemejó más a la evolución que tanto soñó Del Bosque hasta que aceptó que el sistema tenía recorrido y futbolistas. Hablo de músculo y de extremos. De la combinación del ingenio con la solidez.

Eso hicieron Xabi y Busquets sin que se notara la ausencia de Xavi más que en el corazón. Eso hicieron Pedro y Navas, que llegaron hasta donde se les mandó, pese a la incongruencia táctica de que había extremos pero no delantero centro. Eso significó también el planteamiento inicial del seleccionador.

Nueve. Cuando se esperaba a Cesc o Pedro, Del Bosque apostó por Negredo. La elección causó sorpresa pero se explicó por la evidencia de un partido bronco. Frente a eso, un delantero de Vallecas, Colonia de los Taxistas. Objetivo: desgastar a los centrales, bloquearlos, molerse a golpes con ellos, hablarles del barrio.

Cumplió con la misión. Negredo ejerció de primo de Zumosol, de pilier, de pivote de balonmano, de Alvarón. Sólo aguantó un balón de espaldas, pero la jugada, dirigida por él, terminó en ocasión clara, tiro de Iniesta silbando junto a una escuadra. Lo recordamos bien porque no hubo otras oportunidades hasta la prórroga.

Los cambios de la segunda parte fueron un cambio de argumento sobre el mismo discurso. Descubrieron, al mismo tiempo, el drama que significa sustituir a un futbolista del mediocampo, tan extraordinarios son todos ellos.

El final fue el principio. Se desbordó tanta angustia por las puertas del estadio que encontrarán rastros en el Mar Negro; peces con miedo, pero con una enorme sonrisa de felicidad.