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GRUPO C | CROACIA 0 - ESPAÑA 1

San Iker de España

Casillas salvó a la Selección de la eliminación. Partido agónico durante la segunda parte. Navas marcó el gol que nos hace primeros de grupo.

San Iker de España

Antes, no hace tanto, hubiéramos perdido. Probablemente en el mismo minuto en que ayer marcamos. Hace años nos hubieran empujado tanto que habríamos terminado por caer. En apariencia víctimas de fútbol, pero en realidad condenados por nuestro miedo, por una herencia repleta de frustraciones. Antes no teníamos estrella. Ni contábamos tampoco con una generación que ha crecido en la victoria. Anoche, en los momentos de mayor tensión, la mitad de España que confiaba en el triunfo se distinguía por su juventud y poca memoria. Los otros sentíamos el peso de la leyenda negra sobre la nuca. Suerte que son los jóvenes los que juegan al fútbol y que Del Bosque no mueve el bigote.

 Después de un sinfín de penalidades, marcamos en el 88'. Lo hizo Navas, para culminar una asistencia de Iniesta, a su vez lanzado por una vaselina de Cesc que burló la última línea de croatas. El gol acumuló todas las agonías posibles. La del tiempo, la primera. Después bordeó muchas de las ilegalidades imaginables sin incurrir en ninguna: la del fuera de juego y la del casi brazo de Iniesta. Puestos a reconocer nuestros pecados, habrá que decir que poco antes del gol hicimos un penalti, entre claro y homicidio. Busquets lo purgará con cien avescasillas.

Sin embargo, la misma corriente que hace años nos conducía inexorablemente al fondo del mar ahora nos lleva siempre a buen puerto. Superamos cada trago y tuvimos arrestos para perseguir el gol que nos hace primeros de grupo. Con ese título jugaremos el sábado, probablemente, contra Inglaterra o Ucrania.

Diluvio. Es fácil decir ahora que las dificultades se veían venir. Se advierten las nubes, pero no se puede predecir el diluvio. Sin embargo, es un hecho demostrado que la facilidad nos complica. También los rivales que asumen su inferioridad. Y más ahora. Para los equipos pequeños o limitados técnicamente, para los inferiores en cualquier sentido, el Chelsea se ha convertido en una especie de Robin Hood. Su modo de eliminar al Barça de la Champions señala el camino a seguir. Todo ha de partir de una defensa numantina, militar y espartana. Desde ahí se puede convocar al talento, si alguien lo tuviera, o a la suerte, si alguna deuda quedara por cobrar. Y no hay pobre o desafortunado al que no le deban algo.

La sombra del Chelsea anima tanto a los equipos inferiores como inquieta a los más dotados técnicamente. Y entre los grandes, nadie siente esa amenaza como España, que comparte con el Barça jugadores y filosofía. Es imposible que los culés no rememoraran ayer aquellos partidos desconcertantes, cuando ganó quien más hizo por no perder.

Después de una primera parte en la que España no pasó de dar capotazos y Croacia no hizo más que defenderse, el partido que se reanudó fue distinto al que se marchó al vestuario. Se percibió al instante. A los pocos segundos de volver al campo, Croacia comenzó a sentirse como en casa. Por fin encontraba un escenario familiar, lleno de tensión y escombros. Estaba eliminada, pero a un gol de la clasificación. La consecuencia es que sólo miraba hacia adelante. El planteamiento inverso era lo que nos atormentaba a nosotros: estábamos clasificados, pero a un solo gol de la eliminación. El hecho, terrible, es que sólo mirábamos hacia atrás.

Los croatas se relamieron ante nuestro miedo. Hasta es posible que lo tuvieran señalado en su pizarra. Desmontaron el muro, salieron de la cueva y lo que nos descubrieron fue una desagradable sorpresa: fútbol. Bueno, ágil, generoso y carnívoro. Cada contra de Croacia se acompañaba de una guarnición de húsares. Cada idea la secundaban mil demonios.

Santo. Así ocurrió en el 58', cuando Modric centró al área con el exterior del pie, con la asesina dejadez de los muy dotados. Rakitic, en el segundo palo, cabeceó solo, a placer, como sueñan los niños que juegan en pijama con los calcetines enrollados. Se desconoce si en el momento del impacto recordó la fama de Casillas o si fue Casillas quien se la recordó inmediatamente después. El caso es que Iker repelió la bala con sus manos bendecidas y consumó su enésimo rescate de España. Sí, el tiqui-taca nos distingue, pero él nos sostiene.

Croacia volvió a llegar, ya sin tan malos augurios. Aunque el miedo no cesaba, la señal era inequívoca. Por perdidos que estemos (y lo estábamos) siempre nos quedará Casillas, tan seguro como el París de Bogart, los alemanes de gris e Ingrid de azul. A quien desee ganar a España no le bastará con arrancar el balón de las botas de los bajitos, arduo empeño. Además tendrá que rendir dos palmas del Sinaí y diez yemas de Santa Teresa. Casillas con guantes.

Lo demás está contado y vivido con peaje de canas. Lo importante es que estamos en cuartos y el sol brilla en lo alto.