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Liga BBVA | Real Madrid 4 - Mallorca 1

El campeón perfecto

El Madrid goleó sin despeinarse y alcanzó los cien puntos. Cristiano 'sólo' marcó un gol y el doblete fue de Özil. Castro salvó el honor del Mallorca.

<b>ÉXTASIS EN EL BERNABÉU. </b>Este es el momento en el que Casillas elevó la Copa ante el público asistente tras haberla recogido junto a Ramos en el palco de manos de Villar.
ÉXTASIS EN EL BERNABÉU. Este es el momento en el que Casillas elevó la Copa ante el público asistente tras haberla recogido junto a Ramos en el palco de manos de Villar.

Será recordada como la temporada perfecta y no corremos demasiados riesgos si afirmamos que nadie podrá igualarla jamás. Ni siquiera este Real Madrid campeón parece en condiciones de volver a pisar sobre sus propias huellas: cien puntos de 114 posibles, 121 goles, 16 victorias fuera de casa (las mismas que en el Bernabéu), decenas de récords y dos únicas derrotas en Liga (sólo cuatro empates) que ya se pierden en la noche de los tiempos. Hace falta algo más que fútbol para completar esa travesía histórica. Se necesita una pizca de suerte, por supuesto, pero también una fortaleza extraordinaria que no hace depender los resultados de la inspiración. Cuando le han fallado las musas, el Madrid ha ganado por desborde. Goleada o goleada. También ayer.

Se podrá discutir, a tenor de la experiencia más reciente, la excelencia de la plantilla para afrontar la Champions, pero no es posible imaginar un grupo mejor para el esfuerzo sostenido de una Liga. El mérito corresponde a Mourinho, por completo. En un club donde el talento siempre se ha dado por hecho, él se ha rodeado del músculo y del nervio que, en última instancia, ha marcado la diferencia. Niños contra hombres. Esa impresión han dado muchas veces los rivales del Madrid. También ayer.

Sin embargo, llegado el final de curso, la sensación es extraña. Todo lo que añada encanto a este equipo le restará firmeza y en esa situación se encuentra Higuaín. Fue sustituido en el minuto 66 y en su salida cumplió el protocolo de los jugadores que se despiden para siempre. Aplausos para fondos y tribunas, lágrimas en los ojos y abrazo del entrenador. Nadie abandona así el colegio si piensa volver el próximo año. Su partido, caso de ser el último, quedará como ejemplo de su talento discreto: dos asistencias y ninguna foto robada, el apuntador en la sombra, dinámico y modesto. Por cierto, el árbitro le anuló un gol legal a los seis minutos. Estos tipos no tienen corazón.

Poca historia tuvo el encuentro y por eso la evito. El Mallorca fue arrollado por la marea y sólo mejoró cuando intentó disfrutar de las olas. Son tantas las muescas en el revólver del campeón que al visitante no se le puede cuestionar la buena voluntad. A los pocos minutos entendió que sólo le quedaba guarecerse. Al rato siguiente marcó Cristiano de cabeza, Apolo asomado entre los dos centrales. Otra vez juveniles contra cadetes.

Cómo será el poder y la exuberancia del Madrid que hubo muchos aficionados que creyeron cierta la posibilidad de que Cristiano marcara otros cuatro goles e igualara a Messi. No sucedió, en parte porque el equipo no se obsesionó con esa tarea, cuestión que se agradece. Forzar estas cosas suele resultar más grotesco que fraternal.

Magia. Benzema marcó el segundo gol quizá para celebrar que este fue el año de su transformación de gato en pantera. Özil hizo los dos siguientes para reivindicar la imaginación creativa, partido minoritario en el parlamento de Mou, pero fundamental en los pactos. Sus goles fueron como él, imprevisibles: con los riñones y con la derecha.

Chory Castro salvó el honor balear con un zurdazo de pura rabia; los humanos también tienen orgullo. La diferencia es su fragilidad ante las flechas del destino. Pregunten a Aouate. Después de aguantar un bombardeo que le hubiera hecho merecedor de una salida a hombros, una lesión traidora le obligó a marcharse en camilla.

El hermetismo susceptible exhibido durante una temporada entera se esfumó en la fiesta post-partido. La ostra se abrió y la felicidad inundó el Bernabéu. Mourinho se tomó a broma a sí mismo (Callejón cabalgó sobre su espalda) y en ese instante, y sin saberlo, él también rozó la perfección.