ATLÉTICO-ATHLETIC
Falcao League
El delantero del Atlético hizo dos goles de bandera y puso en bandeja el título europeo dos años después del último. Diego remató la faena. El Athletic mereció algún gol pero no estuvo acertado.
Las finales son para héroes. Y el héroe a estas horas se llama Radamel Falcao, al que desde ya Sabina tendrá que encajar como sea en la letra de su himno atlético del pueblo. Falcao, el hombre de los 40 millones de euros que vino a hacer olvidar a Agüero, se escribe con 'f' de Forlán, el héroe de Hamburgo. Dos años después, los que han pasado de Forlán a Falcao, el Atleti vuelve a reinar en Europa. En el Estadio Nacional de Bucarest levantó su segunda Europa League en tres temporadas, su quinto título internacional. Aunque a veces se discuta, el Atlético siempre vuelve como tercer grande.
Al fin, las idiosincrasias no son sólo etiquetas, son realidades. El Atlético y muy pocos más clubes pueden ser capaces de destruir un equipo supercampeón de Europa ante el Inter, vivir en plena crisis social y deportiva, pasar por Quique, Manzano y Simeone, arrastrarse por la competición doméstica y elevarse al cielo de nuevo. Cuatro finales y tres títulos en dos años. Quien haya vivido el Atlético a diario, debe frotarse los ojos.
Lo de Bucarest, sin embargo, no fue un sueño, sino una bofetada de realidad al fantástico sueño del Athletic, que se había paseado por las nubes y había merecido legítimamente levantar el trofeo después de someter a equipos riquísimos como el PSG o el Schalke y legendarios como el Manchester United. En la final, sin embargo, no se encontró, y Bielsa, dueño de una idea única pero inamovible, chocó con el pragmatismo de Simeone, que le dio un baño.
La fidelidad a un estilo a veces se paga
Bielsa le quiso dar al partido un aire de normalidad, todo lo contrario que el Cholo, que lo rodeó de excepcionalidad. Mientras los leones intentaron tocar como en una jornada doméstica cualquiera, el Atlético mordió. El primero, Falcao, que supo marcar y pegar, ser artista y ser villano. Colombia sintió como suyos los dos goles que decantaron la final. El primero, nada más empezar, después de una maniobra parecida a la que hizo en la ida de la semifinal ante el Valencia. Un gol de bandera. El segundo, que derrumbó al Athletic, después de una maniobra maravillosa ante Aurtenetxe. Los dos goles con la izquierda. Los depredadores del área de siempre, Gerd Müller, Hugo Sánchez, Van Basten, Papin, el mismo Cristiano, saben que lo son desde el momento en que ni piensan con qué pierna disparan. Sólo ejectutan. Falcao le ha marcado este año al Madrid, al Barça, al Valencia en las semifinales y ha decidido la final. Un grande que se hace más grande en finales no tiene precio.
En el palco, al Chopo Iríbar, inmóvil, y al mismo Ángel María Villar, se le debieron empezar a agolpar los recuerdos del Comunale y San Mamés, aquella final de 1977 que ellos jugaron. Nadie sabe de quién fue la maldición pero la realidad es muy cruel en Europa con el Athletic, que fiel a una idea masticó oportunidades en la segunda parte. De Marcos tiró a las nubes, Muniain no encontró rematador, Susaeta se chocó con Courtois. Fuegos de artificio en comparación con Falcao, que agarró un balón, dribló a quien se le puso por el camino y se estrelló en el palo. El 3-0 definitivo lo firmó Diego, jugador de momentos pero con estrella. Su golazo, con un recorte seco con la derecha y un golpeo preciso con la izquierda, coronó un partido redondo del Atlético, que levantó la Europa League sin la agonía de Hamburgo. A lo grande. Muniain, uno de los niños que trajo al Athletic a la final, rompió a llorar como lo que es. El 25 tendrá la reancha. Mientras, un hombre colombiano le daba nombre a la competición que gana por segunda vez en tres temporadas el enorme, histórico, y grande Atlético: la Falcao League.