Liga de Campeones | Real Madrid - Bayern
El Chelsea espera rival: Real Madrid o Bayern
El Bernabéu será un volcán para remontar el 2-1 de Múnich.
Veneno. Cocodrilos. Cerbatanas. Cocodrilos soplando cerbatanas venenosas. Vestidos de rojo tirolés. Y hambrientos. Acechan esos peligros y algunos más. Amenaza el Bayern y con resultado a favor, no olvidemos ni una cosa ni la otra. Tampoco al Barça. Ni al Chelsea. Los optimistas son bienvenidos pero con miedo en el cuerpo se grita más.
El primer pavor radica en la indefinición. No hay adversidad suficiente para invocar una remontada gloriosa ni marcador que permita frotarse las manos. La inercia del club ha sido emitir los habituales vídeos de la conjura y el impulso de la grada será agitar el espíritu de Juanito, el San Pancracio merengue. Conmovedor, pero ligeramente excesivo. Hoy no es día para agotar todos los comodines de la tribu, aunque ayudará que el estadio alcance el sexto grado de la escala Richter, bamboleos arquitectónicos sin víctimas mortales.
No es casualidad que Schweinsteiger considere claves los veinte primeros minutos del partido: es el tiempo que dura un alarido antes de que lo interrumpa el bocadillo de tortilla. Con esa tregua de huevos revueltos y patatas fritas sueña el Bayern.
Cerrojo. El siguiente peligro es puramente táctico. Si algo incomoda al Real Madrid son los rivales encerrados y con eso se encontrará de inicio. Con tráfico y ausencia de espacios. Por ese motivo podría jugar Granero (por Di María): la posesión como antídoto contra el afiladísimo despliegue rival. El Bayern, ya es conocido, dispone de dos magníficos futbolistas para salir a la contra, veloces y aviesos: Ribéry y Robben. Ambos comparten, además, una historia de desamor con el Madrid (calentón y calabazas). El factor ex resulta una cuestión delicada e incontrolable: lo que no puede el odio lo consigue el despecho.
El Madrid, por su parte, afronta un plan de ruta que pasa por marcar pronto, lo antes posible. Si lo consigue, cambiará el escenario, abrirá al Bayern y despejará caminos para el descomunal Cristiano. También pospondrá el bocadillo de tortilla. Sin embargo, no habrá paz mientras exista la amenaza de un gol alemán que elimine al anfitrión o fuerce la prórroga. Que nadie descarte la opción de la agonía suplementaria y de los penaltis infartantes.
La posibilidad de que el partido se prolongue más allá de los 90 minutos nos sitúa ante otro elemento a considerar: el cansancio. El Madrid enlazará en ocho días tres partidos decisivos y extenuantes. El Bayern se tomó un respiro el sábado. Ribéry y Kroos jugaron 26 minutos ante el Bremen (1-2); Mario Gómez, 20. Descansaron Lahm, Alaba, Boateng, Badstuber y Ribéry. En relación a los titulares de la ida, sólo disputaron el encuentro completo Neuer, Luiz Gustavo y Schweinsteiger. De la resurrección de este último dependerán muchas de las opciones germánicas.
Mou. En el Real Madrid se esperan pocos cambios, apenas el de Granero. Mourinho confía en el bloque de Múnich y Barcelona, convencido de que no cansa ganar, sino perder. El propio Mou (tres semifinales consecutivas) ejercerá como fuerza disuasoria. Ganó la Copa de Europa de 2010 al frente del Inter y con los muniqueses de enemigos; hoy podría dejarlos sin final en el Allianz Arena (hasta ahora ningún equipo ha logrado jugarla en campo propio) y con el único consuelo de la Copa alemana, donde pelearán el título al Dortmund (12 de mayo).
Pasado. Los antecedentes de Heynckes, por contra, son más bien penosos: nunca ha eliminado a un equipo español a doble partido (cuatro derrotas) y el Bayern sólo ha ganado ocho de sus últimas 20 salidas. Por si fuera poco, sobre él pesa el fantasma de lo ocurrido en 1986, cuando dirigía al Mönchengladbach. Después de vencer por 5-1 en Alemania, los alemanes cayeron en Madrid por 4-0. De noches así nace la formidable leyenda del Bernabéu en Europa.
El papel de los apercibidos de sanción también merece capítulo aparte. La tentación de no arriesgar podría ser determinante, especialmente en el caso de los madridistas, nunca tan cerca del título como después de la eliminación del Barcelona.
La sorpresiva clasificación del Chelsea debería ser, por último, la advertencia fundamental. Ni gana el favorito ni gana el mejor. Tampoco vencen los estadios. Cumplidos los goles que exige el pase, conviene marcar otro para ahuyentar la mala fortuna. Lo agradecen los dioses del torneo. Y los corazones de la afición.