Liga BBVA | Atlético 1 - Real Madrid 4
Bombas en el Calderón
El Atlético no pudo contrarrestar la exhibición de Cristiano. La segunda parte fue enteramente blanca. Falcao empató, pero el sueño duró poco.
Los niños del Atleti entrarán en la preadolescencia sin saber qué se siente cuando se gana un derbi. Su vida, en los próximos años, girará en torno a la pérdida de dos virginidades y hasta habrá quienes se propongan un desafío antes que el otro. Su consuelo estará en las gozosas explosiones que les esperan y en lo esporádico de los enfrentamientos contra el Madrid, con suerte, dos por año.
Sí, no hay manera. Ni destino más contumaz. El Madrid se ha subido encima del Atlético y lo que un día fue un problema psicológico ahora es una cuestión que se precipita naturalmente por la diferencia de talento. La posibilidad de combatir durante un rato al Madrid existe. La opción de ganarle un partido todavía no se vislumbra.
Hablamos del Madrid como concepto, pero ayer el concepto tuvo cara, gomina y muslamen. Los que calza Cristiano Ronaldo. La pugna personal con Messi le ha llevado a ser tan influyente como el argentino, tan salvajamente decisivo en los partidos que juega. Ayer marcó tres goles que pudieron ser cuatro y que son 40 en lo que va de Liga.
No se puede hablar, por tanto, de error táctico de Simeone. Ni tuvieron importancia los retoques en la alineación del Madrid: Coentrao por el lesionado Marcelo, Kaká por Özil... Todo eso son anécdotas en comparación con Cristiano, el hombre que reúne tantos músculos en las piernas como en la ambición.
Fue él quien empezó por inclinar un partido que había nacido enredado, plomizo y sin dueño. Primero inclinado hacia el Madrid y luego enderezado por el Atlético, pendiente de los destellos de sus futbolistas más geniales. Hasta que marcó Cristiano.
Tan relevante como su gol fue el fallo de Courtois (apellido que se puede traducir como cortés, especialmente cuando juega contra el Madrid). El disparo del portugués fue duro, tomó altura y se precipitó de pronto, más parecido a la pluma de Forrest Gump que a la folha seca de Didí. Admitida la dificultad, el pecado del belga fue doble: ni protegió su palo ni movió una ceja. Es como si la pesadilla se le hubiera repetido durante varias madrugadas y le hubiera bloqueado cada vez. Anoche también.
No hay duda. Algo le pasa al chico cuando entra en contacto con el Madrid. Quién sabe si es terror infantil o amor secreto. El caso es que en el Bernabéu fue expulsado a los 20' cuando su equipo ganaba por 0-1 (4-1 al final) y ayer volvió a comenzar con un jarrón por los suelos.
Augurio. Que se equivoque uno de tus mejores futbolistas se puede entender como un mal presagio y el Atlético necesita pocas señales para intuir un derbi negro. Sin embargo, se repuso, como si hubiera visualizado todo tipo de desgracias. El ligero dominio que había practicado a partir del primer cuarto de hora se repitió tras el gol y el equipo de Simeone llegó al área de Casillas con cierta facilidad.
En todas las acciones, Diego era el ideólogo. Hasta en los pases que falla hay algo aprovechable, la intención o la elegancia. Su talento dio profundidad al Atlético durante toda la primera parte, acompañado de Filipe, un puñal en la banda y en la espalda de Arbeloa.
Eso sí. Cada respuesta de Cristiano era un Viernes 13. Con espacios por delante, y siempre los tuvo, ni las ayudas defensivas conseguían contener el pánico que provocan sus internadas. Igual amenaza por dentro que por fuera, igual chuta que centra, tan superior en lo físico que recuerda al tío que juega con sus sobrinos.
Lo demás no era muy novedoso. La concentración de futbolistas en el centro convertía el campo de operaciones en el metro de Tokio en hora punta. Perea acarició la tragedia en un par de balones aparentemente inofensivos y Pepe, la combustión en un par de contactos con chispas.
En el fondo, no son tan diferentes. Ambos comparten instintos asesinos. La diferencia es que mientras Perea se dispara al pie propio, Pepe casi siempre encuentra un pie forastero. Solemos decir que es un problema de cabeza, pero no es verdad. Es una cuestión que atañe a sus cuerpos exuberantes. Perea y Pepe en un campo de fútbol son moscas recluidas en un tarro de mermelada. De tanto golpear contra el cristal terminan por enloquecer.
Anoche, sin embargo, Pepe mantuvo la cordura. Y cuando lo logra resplandece el magnífico defensa que comparte entrañas con sus variados demonios. Su rapidez, su anticipación y su agilidad minaron considerablemente el entuasiamo de los delanteros atléticos, tan magullados como extenuados. Nadie tiene ganas de compartir área con una mantis de semejante tamaño.
Imperio. Mourinho sustituyó a Kaká tras el descanso y dio entrada a Özil. El cambio de jugadores coincidió con un absoluto cambio de panorama. La igualdad anterior se transformó en imperio madridista. Entonces recordamos que la contradicción atlética es lo único tan grande como el poder de su vecino. Por eso marcó Falcao cuando peor pintaba. Adrián le buscó desde un lateral y el colombiano cabeceó con su destreza de ariete puro. Empate y nuevo aire. Pero el mismo guión.
Trece minutos después, Cristiano volvió a violar el espacio aéreo de Courtois. En esta ocasión no cabe un reproche. El disparo mejoró el anterior y el balón repitió la trayectoria, de arriba a abajo, pero de un modo muchísimo más brusco. Fue un tiro inesperado, poco menos que un trueno.
Todavía tuvo el Atlético una ola a la que subirse. Adrián alcanzó su temperatura ideal en una jugada extraordinaria, plagada de dificultades, que sólo Pepe acertó a taponar.
De vuelta, surgió Godín. Si Perea tiene demonios, el uruguayo hace colección. Su forma de avasallar a Higuaín en el área resultó una torpeza indigna de un partido tan grande. Con un arrebato similar provocó la derrota de su equipo en Zaragoza y en ambos casos fue el mejor aliado del rival. Cristiano, gentil, se lo agradeció anotándose el tercero.
El último tanto lo logró Callejón cuando el Atlético ya estaba hecho añicos y el campo era un paisaje tan ancho como Castilla. Algún día habrá que analizar lo asombrosamente cumplidor que es este futbolista.
Así se cerró la cuenta y así se llenó el Paseo de los Melancólicos de aficionados atléticos de vuelta a casa. Los mayores, sin esperanza. Los preadolescentes, con una ilusión. O dos.