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Liga BBVA | Real Madrid 0 - Valencia 0

Entre Guaita y la madera

Fabuloso partido repleto de ocasiones y postes. El guardameta del Valencia, clave. La distancia del líder con el Barça queda reducida a cuatro puntos

Actualizado a
Entre Guaita y la madera

El Valencia hizo el más difícil todavía, el triple salto mortal sin red y sobre un mar de tiburones. A eso equivale empatar a cero en el Bernabéu. El último en lograrlo fue el Betis en 2007. Anoche, 137 partidos después (99 de Liga), se repitió el marcador sin goles, quizá en el momento más comprometido de la temporada para el Real Madrid. Los diez puntos de ventaja con el Barça se han transformado en cuatro y los treinta puntos de distancia con el Valencia se han demostrado mentira. El campeonato adquiere una nueva dimensión: el perseguidor ya no puede continuar disimulando ni el líder fingiendo calma. El Calderón será la siguiente curva.

Consignados los primeros datos, el partido fue pura emoción, dramatismo en vena, un susto permanente. Eso sí: aunque el Valencia hizo méritos para el empate (todos los posibles), conviene señalar que si el Madrid no marcó ayer un gol fue porque Guaita lo impidió y el destino no lo quiso. Digamos que no se encontraba en los planes de los hados, o tal vez la fortuna ajustó cuentas con el Madrid, aquellos partidos de Vallecas y del Villamarín, ustedes recordarán. Bien, pues el líder ya no debe nada a nadie. A cero con la suerte y con cuatro puntos de ventaja. Así afrontará las siete jornadas que restan.

Habrán observado que me retraso en el relato del partido. La razón, seré sincero, es que apenas entiendo las notas que tomé, tanto era el frenesí y la excitación. No había descanso que durara una frase ni mayor tortura que perder de vista el juego. Por la cantidad de exclamaciones se deducen las turbulencias y entre el amasijo de letras se distinguen los héroes del encuentro: palo, poste, Guaita, Iker, Tino, palo, poste, Guaita. La letanía se repite varias veces, especialmente al final, donde se intercala de rayas y borrones. No son posos del café, es café directamente derramado.

Reproducir ahora el principio del choque es como repasar la lista de los Reyes Godos. Un esfuerzo sudoroso y probablemente inútil. Creo recordar que Emery fue criticado antes de que el balón empezara a rodar. Juraría que yo mismo lo hice. La provocación era considerable: Aduriz (cinco goles) jugaba por Soldado (16).

A los diez minutos, ya nadie se acordaba de Emery, somos como somos (básicamente injustos). Pensamos entonces que al Valencia le sucede como al Madrid: lo agites como lo agites el cóctel resulta delicioso. Así sabía el tridente de Mourinho. Ofensiva total, con Khedira acompañando a Xabi y Albiol como pareja de Pepe. Descifro en este momento otra anotación: el árbitro perdonó la amarilla que hubiera significado la suspensión de Alonso para el derbi.

Lupa. Ya advierto que con los apuntes sobre el árbitro me sucede como con la contabilidad de las maderas: se me pierden en el bosque. Cristiano reclamó varios penaltis y alguno fue. También mereció esa pena un agarrón de Pepe a Víctor Ruiz en los minutos finales. Si en los postes hubo empate técnico, en las jugadas con lupa no hay duda: goleó el anfitrión. Pero no es este un encuentro que haya que analizar con microscopio, sino con gran angular.

Nivel. El hecho es que en una Liga como la española el Madrid tiene pocas oportunidades de medirse a equipos tan competitivos y correosos como el Valencia. Por la falta de costumbre se explica parte de la precipitación del líder, quizá también una parte de la mala suerte. Esta vez el visitante respondía y, en lugar de encogerse, se estiraba, más seguro, más animado por su resistencia. Es posible que el Valencia también precise de más adversarios de nivel.

Emery había acertado, aunque tardé en escucharlo. Su planteamiento le permitía superar un puente clave. El que enlaza los últimos minutos de la primera mitad con los primeros de la segunda parte. En esos tramos el Madrid acelera y concentra goles de los que no se recupera nadie.

Di María (por Higuaín) añadió otra marcha al asedio, pero el Valencia seguía respirando y mucho más que eso. Los momentos que otro equipo hubiera aprovechado para respirar y perder tiempo, el equipo de negro los utilizaba para lanzarse al ataque y buscar el gol del triunfo. Jamás, ni en los minutos de descuento, el Valencia descartó la victoria. Mucho de ese afán se lo debe a Tino Costa.

Después de un nuevo tiroteo que dejó muescas en las maderas de cada cual, se hizo insoportable que el partido permaneciera sin goles. A falta de media hora, el Madrid recurrió al comodín del público. Y rugió el Bernabéu como cien mil leones. Pero el Valencia no se despeinó. Hasta diría que se sintió elogiado, aunque fuera con piropos salvajes.

Según avanzaba el partido y se estrechaba el acoso, Guaita acaparaba el protagonismo (desde 1996 un portero del Valencia no salía imbatido de Chamartín). Su rechace a un disparo envenenado de Di María pasará a los anales de las paradas contra balones Nivea. En otras intervenciones le asistió un coro de ángeles, en perfecta armonía con los defensas y el inconmensurable Topal.

Vivos. A un minuto de la conclusión, Jordi Alba, reactivado por la entrada de Mathieu (nacionalización, ya), se plantó frente a Casillas. Iker abortó el peligro como suele y el Madrid volvió a aporrear frenéticamente la puerta de su enemigo. Cuatro minutos de ampliación parecieron muchos, infinitos, como para que el defensor se mantuviera en pie. Pero lo consiguió. Y el Barça se lo agradece tanto al Valencia como se lo reprocha el Madrid. La Liga está viva. Y Emery también.