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Liga de Campeones | Real Madrid 5 - APOEL 2

Golpe a golpe, verso a verso

Goleada y a semifinales. Nuevo doblete de Cristiano. Digna despedida del APOEL. Perla de Di María, que reapareció a lo grande en el Bernabéu.

<b>PODER AÉREO. </b>Cristiano superó con un gran salto a la defensa chipriota en el minuto 24, pero su gran cabezazo se fue por centímetros por encima del larguero.
PODER AÉREO. Cristiano superó con un gran salto a la defensa chipriota en el minuto 24, pero su gran cabezazo se fue por centímetros por encima del larguero.

El partido que apenas contaba dejó bastante que contar. El Madrid pudo marcar siete goles y hubo un momento en que creyó haberlos marcado; confundió el dos de su casillero con el infinito de su imaginación. El APOEL aprovechó esa circunstancia para hacer su primer tanto al gigante blanco y rondar el empate. Cuando pensó que el encuentro estaba igualado, el Madrid le marcó cinco que bien pudieron ser siete.

El resumen tiene algo de trabalenguas, pero los hechos no hacen más que dignificar la Champions y los modestos que la juegan. Hasta el más humilde equipo chipriota está en condiciones de penalizar los descuidos de todo un Real Madrid. La lección se agradece. La travesía del APOEL merecía un final así, con dos goles, uno hermoso y otro reposado. Y más que eso: nadie les quitará a los visitantes la inquietud que provocaron durante diez minutos en la grada del Bernabéu.

Inquietud, ya se puede imaginar, por el rubor y el que dirán en Múnich. Del partido resuelto y goleado pasamos de pronto a un marcador por cerrar con los chipriotas a la carga. Una situación incómoda por imprevista que tuvo que resolver Cristiano, que ejerce de Supermán sin horas libres. También fue suyo el primer gol, empujado con la rodilla. Y un nuevo pase por clasificar: el cabezazo de espaldas hacia el compañero que se aproxima, algo así como la 'nuquinha' o la 'cogotinha'.

Las internadas de Cristiano por la banda izquierda rajaron la ordenada defensa del APOEL desde los primeros minutos. Y por esa grieta insistieron Marcelo y Kaká, hasta el punto de pensar si eso no sería demasiado, si no convendría, en el futuro, guardarse un puñal para la banda derecha. Por allí rondaban Sergio Ramos, lateral de circunstancias sin ganas de hacer fortuna en el puesto, y Altintop, un futbolista que mejora cuando resulta invisible y que se pierde cuando se hace carne y patilla. Ya no hay duda: es un jugador discretísimo para lo que acostumbra el Madrid.

En el centro del campo, Sahin también pasaba examen. Su diagnóstico se confirma: es lento y todavía no es tan preciso como para poder permitírselo. Le salva la extrema elegancia de modelo famélica y distante, pero sólo le salva para los partidos menores como el de ayer. Granero, en cambio, volvió a dejar muestras de su repentina madurez de pirata reconvertido en ministro de la marina.

Cambios.

Cuando Kaká marcó el segundo gol, una rosca de esas que le chiflan, pensamos que la compuerta ya estaba abierta. Sin embargo, el estupendo gol de Manduca notificó por escrito las nuevas condiciones del partido. Había rival y estaba entusiasmado. Tanto que Casillas evitó el empate al desviar un disparo de Charalambides. Aquello activó al anfitrión. Primero con el citado gol de Cristiano y después con un tanto de Callejón, el que nunca falla. Por último, para traspapelar el innecesario penalti de Altintop, Di María puso el quinto con una vaselina con perfume de frambuesa. Había regresado al Bernabéu en el 53' para sustituir a Higuaín, que sufre contra los defensas tan escasamente pícaros. Y se marchó como una esperanza. Si algún día falla todo, quedará él.