Camino del descenso más prematuro

El Real Zaragoza consumará esta temporada el octavo descenso de su historia a Segunda División -ojo, el tercero en lo que va de Siglo XXI-; y, lo que es todavía peor, está en la proyección de convertirlo en el más prematuro de sus ocho décadas de vida. Si el equipo aragonés no eleva su catastrófico ritmo de puntuación, su caída matemática se hará realidad entre cinco y seis jornadas antes de la finalización del campeonato, es decir, a mediados del mes de abril, lo que establecería el segundo episodio más vergonzante desde su fundación, tras el descenso a Tercera en 1947.

De sus siete derrumbes anteriores -ver tabla adjunta-, tres (precisamente los tres últimos, 1977, 2002 y 2008) se produjeron en la última jornada del torneo; otros dos (1953 y 1971) a dos jornadas del final; el de la 1942-43, a tres fechas de la conclusión; y el de la campaña 1940-41, en una promoción por la permanencia perdida 3-2 frente al Castellón en el desaparecido campo de Chamartín. Así que el Zaragoza puede batir esta temporada todos los registros negativos y establecer el descenso más anticipado de su historia.

A quince jornadas del final, el equipo aragonés se encuentra descolgado once puntos de la frontera de la permanencia que marca el Villarreal, una cifra que puede hacerse aún más escandalosa, si se pierde también este sábado en La Rosaleda. Con sólo 15 puntos en 23 jornadas, el Zaragoza no llegaría ni a los 30 y se vería matemáticamente en Segunda División en la primera o segunda semana de abril, un ridículo sin precedentes propios.

El Zaragoza es uno de los peores colistas de todo el fútbol europeo y acumula ya nueve fechas consecutivas en la última plaza de la Liga española. Hace ya meses que se le da por muerto, aunque las matemáticas y el recuerdo de los dos últimos milagros consecutivos mantenían un hilo de esperanza que el Betis se encargó de cortar el lunes por la noche.

El engendro que diseñaron este verano Agapito Iglesias y sus íntimos va a acabar en cinco o seis semanas en Segunda. No va a ser un problema esta vez de dejadez o de irresponsabilidad deportiva de los futbolistas. Simplemente, el presidente ausente no sabe hacer otra cosa, con dinero o sin él.