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Liga BBVA | Getafe 0 - Real Madrid 1

Özil no tiene frío

El alemán volvió a ser el jugador más brillante del Madrid. Sergio Ramos marcó de cabeza a la salida de un córner. El Getafe no disparó contra Casillas

<b>SIN RESPIRO. </b>Özil prolongó en Getafe su racha de buen fútbol, pese al pegajoso marcaje que le realizaron los defensas azulones, como demuestra Miguel Torres en la imagen.
SIN RESPIRO. Özil prolongó en Getafe su racha de buen fútbol, pese al pegajoso marcaje que le realizaron los defensas azulones, como demuestra Miguel Torres en la imagen.

El Real Madrid puede ser tan siberiano como la ola de frío. O incluso más. Es inútil plantear otra resistencia que no sea ponerse a refugio. Pregunten al Getafe. Se pasó el partido a la intemperie, aterido. Cuando no le cortaba el viento helador lo hacía el enemigo, un ejército de uniformes blancos que otros días nos parecen infantería de marina y ayer fueron tropas especiales de montaña.

En la capacidad de adaptación a los ambientes más hostiles radica gran parte del éxito del líder. Hablamos de un equipo sin debilidad conocida (Barça aparte) y con una asombrosa rotación de sus héroes. Cuando Cristiano y Di María se repartían goles y asistencias creímos que su ausencia tendría consecuencias fatales. Y lo mismo decíamos de Xabi Alonso hasta ayer: que no se resfríe. Bien, pues con Di María lesionado y con Cristiano y Xabi en versiones menores de sí mismos, el equipo ha sabido descubrir nuevas estrellas sin perder fortaleza ni velocidad. Primero fue Benzema. Luego se engrandeció la figura de Sergio Ramos y últimamente nos hallamos ante el mejor Özil que se recuerda. O dicho de otro modo: en este Madrid hay más dioses que en la Grecia clásica.

El partido fue malo, pero sospecho que no cabía otra cosa. Rascaba el cuchillo siberiano, el público (poco) aplaudía con guantes y el balón era una bola de escarcha, descendiente directo de aquellos Mikasa ochenteros que tantas jóvenes cabezas resetearon. No había un solo elemento de los que favorecen la épica: ni barro, ni nieve, ni siquiera niebla. El campo resultaba tan acogedor como una nevera vacía; el césped tan mullido como la cama de un faquir.

Quién sabe qué habría ocurrido si el Getafe hubiera marcado a los dos minutos, en clarísima ocasión de Barrada. Nada, probablemente. La experiencia nos dice que encajar goles pronto tampoco afecta al líder en modo reseñable. En ocasiones resulta hasta peor para quien lo intenta. El Madrid reacciona a los goles contrarios como si sofocara una rebelión.

Tampoco se puede lamentar mucho el Getafe. Ni por esa oportunidad perdida ni por el penalti de Pepe en la segunda mitad, manos evidentes. Entre una frontera y otra, no sólo asistimos al gol de Sergio Ramos; también están anotados un penalti de Cata a Cristiano y un agarrón de Torres a Özil cuando se disponía a encarar a Moyá. En ambos casos la inacción arbitral queda disculpada por la congelación: soplar era perder calor.

Que Özil volviera a ser protagonista es más relevante aún si tenemos en cuenta la temperatura y el paraje. En un partido donde casi nadie encontró una musa, el alemán turquesa las puso todas, incluido el saque de córner que cabeceó Ramos a gol: pases en profundidad, cambios de ritmo, sutilezas varias. Alegría, en definitiva.

Convicción. El Getafe mejoró en el último tramo, pero su rival más. La conclusión (gozosa o trágica, según) es que los partidos del Madrid carecen de intriga. Nada asusta al madridista, que se siente campeón sobre brasas o en Siberia. Y la misma convicción se apodera de sus rivales. Cómo vencer a un ejército con el talento a favor y con el viento también.