Hora feliz en el Bernabéu
Vendaval madridista ante un Osasuna que sólo resistió 23 minutos. Hat-trick de Cristiano y doblete de Benzema. Sahin debutó de blanco

Dejaremos de evaluar el juego de los rivales del Real Madrid para medir lo que aguantan sin respirar. Osasuna resistió 22 minutos. Tiempo estimable, y más aún en los fríos mares del Bernabéu. Hasta esa barrera contuvo al Madrid y atascó su fútbol. Lo consiguió gracias a una extenuante combinación de rigor táctico y aplicación física. El único reproche a un juego tan defensivo es que el balón dejó de ser un objetivo para convertirse en un adversario. No se trataba de arrebatar la pelota al rival, sino de pinchársela. Advertido que los del Madrid eran once y aguerridos, la batalla se fijó contra la solitaria unidad del balón, espuma entrelazada de nitrógeno expandido, casi como una paella de El Bulli.
Pasados 20 minutos, Osasuna empezó a amoratarse. No hay quien sobreviva al Madrid sin darle respuesta. Llegados a un punto determinado, el problema ya no es defensivo, sino estadístico. En cualquier momento acertarán ellos o fallará quien los persigue. Hay un instante en que toca abrir las ventanas y tomar aire. Entonces entra el vendaval y termina el orden de papeles e intenciones.
En este caso, como en otros muchos, fue Di María quien se coló por el ojo de la cerradura. Arrancó desde la derecha y acomodado a su amada pierna zurda buscó por alto al delantero que cortaba. Cristiano peinó y marcó. Tan sencillo, en apariencia. La dificultad radica en el desmarque, en la potencia del salto y en esa superioridad física que le permite ignorar las tretas de los defensas rivales. Gol de buen delantero centro, si es que tal cosa se puede afirmar sin ofender. Gol de cabeceador de instinto, dicho sin ánimo de molestar. Ignoro por qué Cristiano se empeña en ser otro tipo de futbolista, como si existiera mejor destino que ser un nueve de recorrido infinito.
El lío. Osasuna salió a conocer mundo. Primero fue Nekounam quien disparó hacia el horizonte amarillo de Casillas. Después el equipo montó un contragolpe tras pérdida de Pepe en el mediocampo. De esa jugada quedó un hilo suelo que resultaría importante. Pepe reclamó una falta (la hubo, de Raúl García) y mientras solicitaba su reingreso al campo tras ser atendido, empató Osasuna. El gol fue de pillos. Mientras los madridistas reclamaban la falta señalada a Arbeloa, la no señalada a Pepe, la entrada del defensa al terreno de juego y las comisiones abusivas de las entidades bancarias, Raúl García asistió a Ibrahima para que igualara.
El enfado de Mourinho fue soberbio, más por la burla que por el gol. Suerte para el Madrid que Di María es hombre leído y conoce el proverbio chino: "Cuando bebas agua, recuerda la fuente". Así que giró hacía a su querida zurda y envió al área, segundo palo esta vez. Tan furioso estaba Pepe que cabeceó sin reparar en la latitud de la jugada o en la longitud del defensa (Damià, 1,88). Gol. Y nuevo apunte estadístico. La respiración de Osasuna duró 22 minutos y su resurrección no pasó de los cuatro.
Osasuna ya no sintió el tercer tanto. En el fútbol existe un particular síndrome de Estocolmo que antes de transformar a las víctimas en amantes, las convierte en espectadores. Otra asistencia de Di María, otro gol de Higuaín. Y entre el tercero y el cuarto, la lesión del Fideo, rebelión del cuerpo ante su enésima carrera.
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Pintaba mal para el visitante y pintó peor. El joven Satrústegui se llevó puesto a Özil, hizo penalti y acabó expulsado. Salvo ese destrozo, no estuvo mal. Cristiano hizo el cuarto desde los nueve metros, y el quinto poco después al cabecear la asistencia de un gran Arbeloa.
Benzema se apuntó los dos siguientes y el último fue exquisito hasta en el punterazo. Sahin debutó y dejó fragancia de jugón. Si Osasuna no conoce refranes chinos le ofrecemos uno: "Si te caes siete veces, levántate ocho".



