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champions league | barcelona 2 - viktoria plzen 0

Sinfonía de pólvora mojada

Iniesta marcó en una obra de arte, el Barcelona desperdició otra tonelada de ocasiones y Villa sentenció en la recta final. El muy modesto Plzen resistió en pie ante un Barcelona sin puntería.

<strong>BARCELONA SOBRADO.</strong>
BARCELONA SOBRADO.

¿Qué sucede cuando al Barça se le acaban las hadas en el remate, cuando la magia desemboca en pólvora mojada? Que un partido terriblemente desequilibrado dura demasiados minutos y que uno de los equipos más modestos de la Champions, el Viktoria Plzen, sale derrotado pero en pie del Camp Nou aprovechando los accidentes en su portería y pendiente de uno en la contraria, que apenas frecuentó. Si el Barcelona hubiera aprovechado algunas más de entre la tonelada de ocasiones que generó, hablaríamos de otro de esos excelentes partidos de autor del equipo de Guardiola. Como sólo marcó dos y el segundo llegó tarde, toca citar la falta de definición, algún adorno excesivo (aunque agradecido) y la innecesaria puerta abierta al improbable susto durante más de una hora. Al final y más allá de la retórica: triunfo, tres puntos, el patinazo ante el Milán algo más olvidado y el pase a octavos tan encaminado como lo ha estado desde el sorteo de esta fase de grupos.

El Plzen pareció, especialmente en el primer tiempo, un equipo aseado y todo lo valiente que se puede ser en su situación y a pesar de que en el marcador apretado tuvo más que ver, al fin y al cabo, una indigesta mezcla de mala puntería y mala suerte que afeó todo lo que sucedió en campo del equipo checo. Pero entre unas cosas y otras el equipo de Vrba pareció más que el BATE Borisov: un equipo limitado pero trabajado, honrado y con una propuesta habitualmente ofensiva que le costó mucho adaptar al Camp Nou, a tanto campo y tanto rival. Cuando se estiró en el primer tiempo lo hizo abriendo el campo con criterio y lanzando jugadores al ataque. En el segundo, cada vez con menos fuerzas, fue el clásico visitante del Camp Nou que se cierra, tapa espacios y reza. Rezó mucho y salió derrotado (contaba con ello) pero en pie y sin el saco de goles que pudo llevarse.

Pero el saludable tono que mostró el equipo checo en algunas fases del partido tiene trampa porque hay que interpretarlo a partir de un partido atípico del Barcelona, que salió al campo con los bolsillos llenos de fuegos ratifícales y fogueo en las botas. Por eso, aunque no sufrió nunca, no descansó hasta los últimos minutos, cuando Guardiola movió el banquillo y dio la alternativa a Isaac Cuenca. Más Masía, más Barça. El Barcelona tuvo trances de fútbol sinfónico y arrollador. Salió como un tornado, marcó y tomó aire, apretó hasta el descanso y desgastó al rival a lo largo y ancho de un segundo tiempo que se le hizo eterno a un equipo al que las carencias se le veían según pasaban los minutos y se le corría el maquillaje. Acabó sin tirar a puerta y sin lanzar ni un solo corner.

Fueron dos goles pero pudieron ser una decena y debieron ser al menos media docena. Messi no marcó pero hizo un partido endemoniadamente completo con dos tiros a los palos, una lluvia de regates, pases y remates de toda clase y algunos fallos por exceso de brillantina. El argentino quiso hacer uno de esos goles que pasan a su colección personal de joyas y lo rozó en un par de ocasiones, la mejor un slalom imposible por la línea de fondo que terminó en el exterior de poste. A los desacostumbrados indultos de Messi se sumaron un millón de llegadas de Alves, Villa, Pedro o Iniesta. Lo único que se le puede achacar al equipo azulgrana es una falta de puntería que alcanzó límites grotescos y un despiste de diez minutos en el primer tiempo que permitió respirar al rival con las líneas algo separadas y Busquets muy retrasado en ayuda de Abidal y Mascherano, que hicieron de centrales con Puyol descansando. Eso y un partido gris de los laterales brasileños, Adriano poco presente por la izquierda y Alves insistente pero impreciso por la derecha.

El resto fue eso: disparos, paradas de Cech, remates al limbo, puntillas que no llegaban por un milímetro y una melodía inacabable de pases, paredes, taconazos, desmarques... el Barça en estado puro pero sin gol. Pedro se mostró hiperactivo pero falló con el estoque (incluso a puerta vacía), Villa fue de menos a más y remachó el gol de la sentencia e Iniesta bajó el ritmo con el paso de los minutos pero dejó un arranque sublime: cubrió todo el campo, participó en todos los ataques, desmontó la poco resistente defensa del Viktoria y marcó un gol extraordinario tras tirar dos paredes supersónicas con Messi y sortear al último defensa con una sutil elevación del balón. Era el minuto nueve y era, ya, la tercera ocasión clara de un Barcelona absolutamente artístico en ese arranque del partido.

Así que el Barcelona ganó un partido mentiroso en el que pudo y debió golear en el primer tiempo, apenas en media hora. Jugó bien aunque falló lo que ni suele ni seguramente volverá a fallar. Y jugó prácticamente sin rival. Pero jugó, ganó y sigue en una carrera de modestos obstáculos que no tiene más final posible que viajar a San Siro a dirimir el primer puesto del grupo.