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El milagro del Anzhi | Capítulo 1. La vida lejos del estadio

Anzhi: vida en Moscú y partidos en Daguestán

La plantilla reside a 1.800 km. de Makhashkala y viaja allí sólo para jugar.

A. Gabilondo / Moscú, Rusia
<b>EL NUEVO ÍDOLO. </b>Etoo es agasajado por aficionados y hasta policías cada vez que llega con su equipo a Makhashkala, lo cual se repite cada vez que son locales.

El Anzhi es el orgullo de los habitantes de Makhashkala. En realidad, de todos los de su provincia, Daguestán. Su traducción al castellano sería fortaleza y liga mucho con la mentalidad de una región que vive un fuerte conflicto con el gobierno ruso por el control de su autonomía. Quizá el aspecto que más sirva de unión a los daguestaníes es este modesto club, surgido en 1991 y con apenas un par de años de experiencia previa en la primera división rusa. Hasta aquí todo bien. Lo normal.

Pero las cosas cambiaron diametralmente el pasado enero. Entonces obtuvo el mando del club uno de sus aficionados más ilustres, el multimillonario Suleyman Kerimov. Nacido en Makhashkala pero residente entre Londres y Moscú, número 118 en la lista Forbes de hombres más ricos del mundo y exitoso empresario, su inmensa fortuna quiere convertir al humilde Anzhi en un conglomerado de las mejores estrellas del mundo. Y el recorrido ya ha comenzado.

Las llegadas de Roberto Carlos y Etoo han supuesto el primer paso. Sus desorbitados salarios (se calculan 20 millones anuales en el caso del camerunés) han reventado el mercado y, según sus propios dirigentes, los suyos no serán los últimos grandes fichajes en producirse. En dos años, se insinúa entre bambalinas, el Anzhi puede y debe estar jugando la Champions. Un reto difícil. Un reto que exige un esfuerzo económico considerable.

Viaje cada 15 días. Para conseguir este objetivo se ha puesto en marcha una sofisticada organización para que los jugadores y las estrellas que van llegando al club cuenten con todas las necesidades que les surjan. La mayor, la más compleja, es que la plantilla vive y se entrena en Moscú y únicamente se desplaza a Makhashkala para jugar los partidos. Es decir, cada vez que el Anzhi es local tiene que recorrer en avión los 1.800 kilómetros que van desde su lugar de residencia hasta el estadio en el que actúa.

Más de dos horas de avión cada 15 días -además de los desplazamientos lógicos fuera de casa- a las que los futbolistas se adecúan sin problema, entre otras cosas porque fue una petición suya: "Le dije a Kerimov que vivir en Moscú era condición sine qua non para fichar por el Anzhi", recuerda Roberto Carlos. "Sólo así se puede montar una estructura que permita traer a los mejores jugadores del mundo y les haga pensar única y exclusivamente en el fútbol". Y más teniendo en cuenta la tensión política que sufre Daguestán, podría también añadirse.

La respuesta fue afirmativa. El club alquiló unas tranquilas instalaciones deportivas al sur de Moscú y desde entonces los futbolistas se entrenan allí e incluso residen por los alrededores para no verse afectados por los caóticos atascos moscovitas. Todo muy sosegado y plácido. Un remanso de paz. Así, cuando les toca afrontar un partido como locales en Makhashkala, se desplazan en el jet privado que el Anzhi ha dispuesto para tal efecto y sienten por fin el calor de una afición entusiasmada con su equipo. Un conjunto de galácticos que sólo aparece cada dos semanas por la ciudad. El sueño de Kerimov tiene un precio. Y este es un primer peaje.