Guardado crea una obra de arte desde 52 metros

El Mini Estadi esperaba ayer al talento de Valerón y de la nueva hornada de la Masía, pero se encontró con un Andrés Guardado galáctico. El mexicano asistió en el primer gol al enrachado Lassad, su pelea y verticalidad fue determinante en el segundo del marsellés y dejó una obra de arte en el tercero. El Principito recibió un balón en el centro del campo, levantó la cabeza, vio a Miño adelantado y mandó un milimétrico zurdazo desde 52 metros de puerta grande. Para rematar la faena, jugó de lateral toda la segunda parte por la lesión de Ayoze y selló su banda. Si alguien creía que el internacional azteca se iba a quedar en A Coruña a pasar el año hasta que se acabase su contrato, ahí tiene una contundente respuesta.

En poco más de media hora, los coruñeses habían desarbolado a un Barcelona B que dominaba el balón pero que era incapaz de probar a Aranzubía. Los jugadores de Eusebio estaban empeñados en traspasar la tela de araña coruñesa por el centro y ahí, entre la brega de Álex Bergantiños y la colocación de Colotto, no había un solo agujero. Los de Oltra cerraron una primera parte casi perfecta, con el gol de Rodri como único lunar. El tanto llegó tras una aparición por banda de Montoya, que utilizó un territorio hasta ese momento inexplorado para servirle un balón de oro al punta culé.

Agonía.

Y es que el filial blaugrana no tiró la toalla con el 0-3 y amarrado a la posesión, la seña de identidad de este club, fue arrinconando a un Depor que dejó de asustar desde que Guardado se tuvo que dedicar a defender. La velocidad de Montoya y Deulofeu, la pelea de Rodri y la calidad de Rafinha pusieron a los blanquiazules contra las cuerdas enseñándoles que en Segunda para ganar, además de desplegar la calidad, hace falta pelear hasta el último suspiro.

La victoria deja muchas cosas buenas para el Depor. Guardado se ha quedado para ser importante, la racha de Lassad continúa tras sus cuatro goles en Copa, Aranzubía es una garantía y el equipo sabe sufrir. Casi todo bien, si no fuera porque las lesiones amenazan con convertirse en el peor enemigo hacia el ascenso.