champions | villarreal 3 - odense 0
Un Villarreal de Champions aplasta a un flojo Odense
Los de Garrido vencieron por 3-0 y se clasifican para la Champions. Como en la ida, se resistió el gol en la primera mitad, pero en la segunda Rossi hizo dos y encarriló el choque.
De 100 partidos entre Villarreal y Odense es muy posible que los daneses se llevaran la victoria en una sola ocasión. Y ocurrió en el partido de ida. Pero lo cierto es que el milagro pudo repetirse en la vuelta de no ser porque, en la segunda mitad, Rossi, en dos ocasiones, y Marchena evitaron que la injusticia fuera a más. Por lo demás, el partido transcurrió igual. Con un equipo, el Villarreal, que quería y buscaba ganar y otro, el Odense, que intentaba no perder por goleada. Así, aunque costó, la lógica se impuso y dejó al Villarreal en la Champions y al Odense en el olvido...
Si en la ida el Villarreal tuvo y marró 17 ocasiones de gol, en este encuentro las cifras se multiplicaron. Fue un vendaval amarillo. Describir cada jugada sería hasta cansino, por la longitud y por lo repetitivo. Más sencillo e ilustrador sería ponerse en el contexto y la situación. Imaginar a Rossi, a Valero, a Cani. E incluso a Camuñas y a Nilmar... Después, habría que pensar en todas y cada una de las ecuaciones futbolísticas existentes. Valero asistiendo a Rossi, desde la izquierda, desde la derecha, desde la mediapunta, y viceversa. Luego, se debería repetir la ecuación alterando los factores, y los futbolistas. Imaginando a Cani en el papel de '10', en el de '8' y en el de '7', y así sucesivamente... las cuentas salen. Porque todo el arsenal ofensivo del Villarreal tuvo su ocasión, y todos la fallaron en la primera mitad. Rossi, incluso lo hizo hasta la saciedad y la desesperación. Como en el minuto 23, cuando se asoció con Cani. El italiano hizo la diagonal, disparó con la zurda y sólo un pellizco en la pierna de un defensor danés le privó del gol. Después, en el 37, la tuvo aún más cerca cuando, tras un despeje de Wessels a tiro de Camuñas, se encontró con el mano a mano ante el guardameta. Lo batió en un principio, pero el alemán, cuando Rossi ya cantaba gol, sacó una tercera mano que mantuvo el empate.
La suerte amarilla cambió en la segunda mitad. El guión, el juego, el dominio y las ocasiones continuaron. Sólo se alteró el acierto de cara a gol. No obstante, incluso para que llegase el tanto hubo que sufrir con un disparo previo de Camuñas al larguero. La pelota se resistió tanto a entrar en la portería que hasta el gol mereció un estudio aparte. Como de costumbre en los de Garrido, la jugada fue para enmarcar: entrada por banda, Nilmar llegando a línea de fondo y centro al área. Hasta ahí todo normal. Lo extraño llegó en la ejecución de Rossi, y no por el tiro, otra vez al muñeco, sino porque su disparo fue parado por Wessels y metido, en propia puerta, por el mismo portero alemán. ¿Mala suerte?
El segundo tanto fue menos imperfecto, más brillante, más genuino. De extremo a killer. Cani centró desde la derecha y el italiano, con un remate magistral al primer toque, perforó la portería. La jugada fue de Cani y Rossi pero seguro que Beckham y Van Basten la hubieran firmado con gusto. Tras el gol, el campo se puso cuesta abajo para los españoles cuando minutos más tarde, en el 69, el Odense se quedó con 10 por una doble amarilla de Kadrii. Diez minutos más tarde, una agresión de Valero, devolvió la igualdad numérica al campo. No obstante, la diferencia de juego continúo. Así, Marchena sentenció el encuentro en el minuto 82, aprovechando un rechace desde la frontal y Marcos Rubén, al filo del final, pudo agrandar la goleada... Y la fiesta.
De esta forma, pocos se acordarán de lo sucedido en un partido de ida y una primera parte de infarto. Una primera mitad maldita, que hacia buena la teoría de los supersticiosos que apuntan el color amarillo como el de la mala suerte. Se podría pensar incluso que el Villarreal no sólo vistió de amarillo, sino que además un gato negro se coló como espontáneo en el campo y que un operario extendió su escalera por el banquillo de Garrido. Buscar cualquier otra explicación sería incluso más surrealista. Y es que el Submarino Amarillo se cansó de atacar sin éxito. Mientras tanto, al Odense se le deben los méritos de tener un guardameta, que si tuviese 10 años menos (tiene 32) y jugase siempre como ante los españoles, estaría capacitado de dejar pequeña la leyenda de Oliver Kahn. No obstante, queda la duda de si su eficacia defensiva se debe a la calidad de sus hombres o a la mera acumulación de futbolistas en una muralla infranqueable. Uno se inclina más por la segunda opción aunque no habrá tiempo ni partidos para comprobarlo. El Odense sólo jugará este año en su país, Liga y Copa. Lo bueno, la gloría y la música de la Champions se escuchará en El Madrigal.