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Selección | Objetivo indiscreto

Llorente o el bonito del norte en la Selección

La Roja mezcla dos perfiles extremos y exclusivos

Llorente o el bonito del norte en la Selección
adrián julián

Por algún capricho de la genética (quizá por el consumo desaforado de bollería industrial en los 80), la Selección está formada por una mayoría de futbolistas bajitos (en los alrededores del 1,70) que no se corresponde con la muchachada de esqueletos larguiruchos y pies de barcaza que nos rodea (la media nacional ronda el 1,76, pero la juvenil sobrepasa el 1,80). Hay excepciones, no obstante. Jugadores como Fernando Llorente o Piqué no sólo resultan sobresalientes por la talla (más allá del 1,90), sino por habitar cuerpos que podrían ser prototipos a exhibir en alguna feria de androides de la próxima década. Diríamos que más que frutos de la genética y la buena nutrición, parecen diseños de Apple.

La foto que nos ilustra es reveladora al respecto. Sucedió durante la última concentración de la Selección española, previa a la gira bolivariana. El protagonista es Fernando Llorente, quintaesencia del bonito del norte. A diferencia de nuestros ilustres bajitos, que hubieran quedado ocultos tras el remolino reporteril, el ariete del Athletic se eleva gallardamente sobre cabezas y micrófonos.

Apuntes.

Fijado el cuadro, conviene reparar ahora en la proliferación de féminas en la profesión periodística (siete de cada diez licenciados son mujeres). En ellas nos fijaremos para completar el estudio. La primera anotación sigue siendo antropológica: las mujeres también han aumentado su estatura (1,63) y sólo tres centímetros las separan de la media europea (vikingas y demás). El otro apunte es biológico. Mientras los hombres observan al futbolista con la sonriente resignación que se dedica a las carrocerías exclusivas (Ferrari, Rihanna), sus compañeras dibujan escorzos que podrían confundirse con la espontánea genuflexión ante el Adonis riojano. Nada más lejos de la realidad. Nuestras avezadas colegas no pretenden otra cosa que liberar el tiro de cámara (de la nuestra, por ejemplo) y permitir al mismo tiempo que la belleza fluya, pues estos vapores, y no otros, son los que distinguen a un tigre de un tigretón.