Liga BBVA | Sevilla 2 - Real Madrid 6
La Feria de Cristiano
Magnífico partido del Madrid y cuatro goles del crack portugués. Sergio Ramos abrió la cuenta de cabeza. Negredo fue la única resistencia local.
El Real Madrid ha jugado esta temporada dos partidos para los que hubiera tenido excusa y comprensión. El primero lo disputó en Mestalla, tres días después de ganar la Copa. Asumidos los atenuantes (conga, resaca, cansancio), considerada la categoría del rival y registrada la enorme ventaja del Barça, cualquiera le hubiera disculpado un tropiezo, incluso un sesteo. Sin embargo ganó 3-6. Ayer, el Madrid jugó el segundo de esos partidos con coartada: en el Pizjuán y a la vuelta de una dramática eliminación en Champions. Pues bien, venció 2-6. Esa facilidad para reponerse de una gran victoria y de una gran derrota es uno de los méritos que habrá que apuntar a la plantilla y al entrenador.
El modo de ganar esos partidos tampoco nos debería pasar inadvertido. En dos plazas de primerísimo nivel, el Real Madrid se ha impuesto con un juego ágil, directo y feliz. Probablemente, y durante bastantes minutos, el mejor fútbol que ha mostrado esta temporada. Dos visitas seguidas saldadas con doce goles, lo nunca visto en Primera División.
Si en Mestalla los protagonistas fueron Kaká, Higuaín y Benzema, ayer el foco alumbró a Cristiano y Özil, sin menospreciar el papel de Lass, Xabi, Marcelo e incluso Kaká. Todos futbolistas de talento. Y no es casualidad. Hacer girar al equipo sobre otro eje es negar su naturaleza y amordazar sus virtudes. Ellos, apoyados por la solidez defensiva de Pepe y quien le asista, reforzados por Higuaín y Granero, son el Real Madrid actual, el que brilló en Mestalla y el Pizjuán, el que apenas se ha dejado ver en los Clásicos.
Me dirán que el Sevilla no es el de otras temporadas, y es muy cierto. Y para mencionar las bajas ya me basto yo: es probable que otra historia se hubiera escrito con Rakitic y el mejor Navas sobre el campo, con Luis Fabiano, ay. Zokora, Medel y Romaric fueron una penosa suplantación. Hasta la participación de Kanouté resultó hiriente. Pero insisto, el Madrid llegaba con un lastre emocional y físico que compensa esas justificaciones.
Liberado. Tal vez sea una fabulación, pero estoy por afirmar que este Madrid se libera en partidos así del juego siderúrgico y reprimido. Y vuelve a disfrutar. Así se explicaría el entusiasmo, casi la algarabía, la integración de Kaká, la recuperación de Özil y la resurrección de Cristiano como futbolista imperial.
Sí, Cristiano puso nombre propio al encuentro con cuatro goles que bien pudieron ser cinco o seis, siete, vaya usted a saber. Su facilidad anotadora es la más fehaciente manifestación del juego directo del equipo. Y ojo: este reconocimiento no significa que Cristiano sepa jugar en equipo, aún no. Demasiadas veces se comporta como un futbolista consentido por el entrenador, sin entender que su grandeza no será completa hasta que su fútbol no se mida sólo por los goles, sino por su influencia en el colectivo. Ya se sabe: ser el mejor es hacer mejores a los demás.
La goleada se abrió con un cabezazo de Sergio Ramos que desnudó a una defensa del Sevilla que nunca más volvió a vestirse. Marcelo prendió con una vaselina el camino del segundo, el primero de Cristiano, y Kaká consiguió el tercero con una sutileza de las suyas. Dénle minutos y dejen de juzgarle como a un impostor. Kaká es suave o no es. Y así mata moscas y elefantes (siete goles en doce partidos).
Los otros tres tantos de Cristiano llovieron en la segunda mitad, consecuencia de aciertos y regalos, rotundos, sólo contestados por los goles de Negredo, que encontró oro en un río sin agua y sin pepitas. A esas alturas, el Pizjuán ya ignoraba el partido y ensayaba coreografía y canciones para los buenos tiempos, cuando quiera que vengan.