Liga BBVA | Real Madrid 2 - Zaragoza 3
Golpe a un Madrid depre
Lafita, con dos goles, estrella del partido. El orden del Zaragoza colapsó al Madrid. El árbitro dejó sin pitar un penalti a Kaká. Di María no fue suficiente.
La primera pista de lo que iba a ocurrir la tuvimos antes del inicio del partido, cuando Casillas y Sergio Ramos llevaron la Copa hasta el centro del campo para ofrecérsela a los aficionados. Transportaron el trofeo con el mismo entusiasmo de quien hace una mudanza. Lo auparon mínimamente y en un suspiro cerraron el acto, como si no hubiera mucho que celebrar. Prueba de ese repentino desapego a la Copa es que Sergio Ramos, en solitario (y sin airbag), la condujo de vuelta hasta la banda y por allí se esfumó.
Que ese estado de ánimo es consecuencia de la Champions, no hay quien lo dude. Lo que nunca sabremos es cuánto ha afectado la derrota contra el Barça y cuánto la tormenta posterior. El caso es que el partido nació desangelado y en nada traidor, porque empezó avisando. Al minuto, Granero perdió un balón en el mediocampo y la contra del Zaragoza terminó en un rechace de Casillas, que repelió con una pierna el tiro de Uche.
No fue un accidente. Aunque el partido lo exigía, Granero y Canales se mostraban incapaces de mover el balón con rapidez. Y Pepe no funciona como centrocampista en tiempos de paz. El colapso insistió en los problemas que viene sufriendo el Madrid cuando juega sin espacios y ante rivales que esperan, ordenados, esforzados e inspirados. Ante equipos como el Zaragoza de ayer, no hay tridente simpático ni Kaká resucitado. Sin campo para correr, pasamos de la serpiente que muerde a la que toma bicarbonato para digerir el antílope.
Valor. Mucho mérito corresponde al Zaragoza, quede claro. Además de las virtudes que se asocian con la disciplina y el aseo personal, su actitud fue valerosa y jamás le notamos la mirada del terror, tan común en muchos visitantes del Bernabéu, acomplejados desde la salida por el túnel. El equipo de Aguirre despreció las bajas y se sintió importante, como si estos fueran sus partidos, no los otros.
Y en esa orgullosa invocación a la nobleza no podían faltar Jorge López y Lafita, sangre fría, pero profundamente azul. Uno inició la jugada del primer gol y el otro la remató, previa cantada de Casillas, al que se le nota, más que a nadie, el desasosiego interior. Era el minuto 40 y el final del encuentro todavía no se adivinaba en el horizonte.
El Madrid se reactivó con la entrada de Marcelo y Di María, por Nacho (correctísimo, otra vez) y Canales (afligido, de nuevo). Su entrada reunió, de golpe, a la insurgencia madridista. Sin embargo, antes de que se notara su efecto, Carvalho hizo un penalti sobre Lafita que sólo encuentra disculpa en el cansancio de tantas batallas seguidas. Marcó Gabi, en el papel de jefe, y entonces comenzó el show de Di María, fideo eléctrico. Chutó, asistió, regateó y se descoyuntó mil veces para recomponerse al instante.
Cuando Ramos acortó distancias muchos apostaron por la remontada del Madrid, pero ni un jugador del Zaragoza lo hizo. Arreció la lluvia: el árbitro no señaló un penalti a Kaká y Benzema disparó al larguero. Pero el visitante sabía nadar. En una contra lanzada por Uche, Lafita resolvió como un grande. Benzema le puso emoción a un final ya escrito: el Madrid está deprimido y el Zaragoza, en Primera.