Atlético | Objetivo indiscreto
Forlán: cómo alejarse sin haberse marchado
El domingo nos dejó una foto quizá premonitoria
Desde los 18 años fuera de casa, solo entre muchos. Desde los 23 en Inglaterra, solo con Ferguson. Después, Villarreal, el Pichichi y la Bota de Oro. Y luego el Atlético de Madrid. Otro Pichichi y otra Bota de Oro. Dos goles en la final de la Europa League, hace menos de un año. Mejor jugador del Mundial 2010, solo con Uruguay. Apenas nueve meses atrás.
El pasado domingo Forlán fue suplente porque Diego Costa había hecho un buen partido en Pamplona. Uno. Dos, si contamos el último. Una decisión lógica, mirada desde la perspectiva del entrenador; hiriente, vista desde los ojos de Forlán.
El ambiente se resume en esta foto, publicada el martes para ilustrar la gran esperanza del Atlético (la Champions) y repetida hoy para describir los sentimientos de su ariete. Observen. Agüero acaba de marcar su gol y el uruguayo, que poco antes se abrazó al grupo, abandona la fiesta caminando sobre sus botas de oro.
Confianza.
Lo que pasó por su cabeza ha pasado por todas. A cualquiera le gustaría que, llegado el caso, sus buenas acciones compensaran las malas, que nuestros aciertos fueran como las vidas de un videojuego. Un delantero espera que, descartado el amor eterno, diez, veinte o treinta goles valgan por un poco de paciencia y confianza. Pero nunca valen. Al contrario, cada sequía se interpreta como una nostalgia, cuando no como una traición. Y Forlán no calla. El interés de Italia es un halago, hasta el del Madrid lo fue. "Es lindo que te quieran", grita. Pero mientras ellos se deciden, quiérete tú. Eso hace.
Por esa razón le llaman egoísta, presuntuoso, rubia. Buen tipo que se mira el ombligo, eso dicen. Forlán no contesta, pero se le lee el pensamiento: si quieren a un alma pura, alguien inmune a los pecados de la soberbia, que fichen al Dalai Lama. Pero que lo tengan claro: marcará menos goles. Y de los abdominales, ni hablamos.