Pep defendió a Mou en su bautizo en Bilbao

José Mourinho se sentará hoy por tercera vez en el banquillo de San Mamés. A buen seguro que no podrá olvidar la primera, porque tuvo un sonado rifirrafe con Luis Fernández, quien por cierto estará hoy en la grada de La Catedral como un aficionado más del Athletic.

Fue el 24 de noviembre de 1996 y Mourinho llegaba como ayudante de Bobby Robson en el Barça. La semana había estado calentita a nivel mediático. El tarifeño llamó nadador a Figo, porque se tiraba "mucho a la piscina". "Que no vengan con tranquilidad, porque les prometo que el partido será trepidante, jugaremos nuestro fútbol corriendo todos los riesgos", comentó a quien escribe.

Fue una noche de lluvia, campo pesado. Se adelantó el Barça con gol de Abelardo, pero el Athletic dio la vuelta al encuentro en la segunda parte gracias a José Mari y Guerrero. Luis Fernández se sumó a la piña rojiblanca del 2-1 en el barrizal. Ronaldo rozó el empate en el descuento y al pitido final, el tarifeño se dirigió a celebrar el triunfo al banquillo visitante. Fue directo a por Mourinho, quien le había increpado por sus críticas a su compatriota Figo.

El hoy seleccionador de Israel, que prefiere no realizar un solo comentario sobre aquel incidente, hizo gestos con las dos manos refiriéndose a las caídas de Figo y el entonces segundo técnico azulgrana se incorporó del banquillo levantando uno de sus dedos (ver la primera imagen de la secuencia de arriba). Curiosamente, fue Guardiola quien defendió a Mou interponiéndose y gritando mientras se metían al túnel: "No se ría usted del contrario, míster. Lo que está haciendo no lo hace un verdadero profesional" (segunda imagen).

Mourinho, que por entonces no realizaba declaraciones habitualmente, se acercó a la zona mixta para comentar: "Luis Fernández ha hecho de este choque una guerra de perros. Yo sólo hablo de hombres, no de niños maleducados". El tarifeño le respondió ignorándole: "Yo hablo con el señor Robson, al segundo no lo conozco, no sé quién es ni de dónde ha salido".

El andaluz, que era un ídolo en La Catedral, ya le había avisado en la víspera: "Cuidado con los banquillos de San Mamés, que están muy cerquita, que se siente bien y no se mueva". Se juntaron el hambre y las ganas de comer. En el 2000, cuando volvió a Bilbao como segundo de Van Gaal tras irse Koeman al Vitesse, no hubo discusión en el césped ni en el campo: 0-4.