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Selecciones autonómicas | Objetivo indiscreto

Iniesta y Villa, últimos habitantes del Museo de Cera

Ayer se presentaron sus figuras.

Iniesta y Villa, últimos habitantes del Museo de Cera

Cualquiera que haya visitado un Museo de Cera en su tierna infancia habrá quedado estremecido por la cantidad de asesinos y descuartizadores que han hecho historia. También por la abundancia de toreros muertos. Es en la edad adulta, y superado el trauma, cuando se comprende que uno de los encantos de estos museos radica en su cámara de los horrores. Y ocurre desde que Madame Tussaud (precursora de las franquicias con su nombre) decidió hacer figuras de cera de las cabezas voladizas de los aristócratas que probaron la guillotina.

Pero hay otros atractivos en los museos de cera. El de Madrid estrenó ayer las figuras de Andrés Iniesta y David Villa, que asistieron al acto con la misma perplejidad que exhiben todos los encerados. Si ya es complicado aceptarse en ciertos espejos, la visión de la propia figura a tamaño real debe resultar sobrecogedora, especialmente si se piensa que el muñeco propio, casi un hermano, pasará las noches junto a Manolete (el torero), Franco o Lina Morgan, entre otros variopintos personajes.

Como es lógico, la calidad de las reproducciones ha mejorado con el tiempo. Villa tuvo que moverse para distinguirse de su réplica e Iniesta, de natural céreo, no se hubiera diferenciado de no ser por el implacable avance de su alopecia.

Ese detalle nos recuerda la responsabilidad de todos los huéspedes: mantener, en lo posible, el aspecto en el que fueron congelados. Teñirse de rubio o afeitarse la mosca (no digo ya colocarse implantes) significa una traición hacia el maniquí y, de persistir la actitud, un trabajo extra para los trabajadores del museo. Así es la inmortalidad: exige hacer mucho y moverse poco.