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Copa del Rey | REAL MADRID 2-SEVILLA 0

El mejor se llama Özil

Su gol acabó con la fiera resistencia del Sevilla y sirve un Madrid-Barça para la final. Adebayor remató la faena con su primer gol Negredo, el mejor visitante

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<b>LLEGAR Y BESAR EL SANTO.</b> Adebayor marcó un bello gol en su estreno en el Bernabéu. Se cayó al suelo en la celebración y se lo tomó a broma. Un crack.
LLEGAR Y BESAR EL SANTO. Adebayor marcó un bello gol en su estreno en el Bernabéu. Se cayó al suelo en la celebración y se lo tomó a broma. Un crack.

Hace varios partidos ya que Mesut Özil viene siendo el mejor futbolista del Real Madrid. Anoche confirmó esa sensación con un gol decisivo, ejecutado con una facilidad deliciosa, pero diría que sus condiciones no se miden sólo por sus goles o asistencias. Me atrevería a señalar que su juego trasciende la estadística. Cristiano sólo se siente importante si marca, pero Özil es importante en cualquier caso. Importante en la salida, en el contragolpe y, si toca, en la definición. Un jugador, además, que ya ocupa los 90 minutos, apuntando un prodigio de adaptación personal y maduración física.

Özil metió al Madrid en la final de Copa y Adebayor puso la guinda con un gol en el descuento que habrá sacado los colores de Benzema, obtuso en los 83 minutos de los que dispuso. Hasta Khedira, sospechoso habitual, se rehabilitó con una asistencia excelente y contribuyó a ese ambiente festivo que al final inundó el Bernabéu.

Habrá que hurgar en las anotaciones para recordar que el partido fue espeso y que el Sevilla lo tuvo, durante bastantes minutos, en el lugar que deseaba. Para la polémica quedará un sublime gol de Negredo anulado por fuera de juego. El vallecano, en posición ligeramente adelantada, remató un pase de Zokora con un toque celestial de tobillo dislocado. El balón se elevó muchísimo y descendió de golpe. A decir verdad, nadie protestó demasiado, pero fue seguramente porque el gol, de puro hermoso, necesitaba tiempo para ser asimilado.

Nervios.

La acción inquietó al Madrid, que por primera vez sintió que algo malo le podía ocurrir. Casi simultáneamente, el Bernabéu entró en ese estado de nervios que le hace alternar ovaciones apasionadas y silencios que cortan. En esos instantes de crisis no hay persona más influyente que el tipo del megáfono, fenómeno que se viene repitiendo desde la Revolución Rusa. Habían transcurrido apenas diez minutos y el suelo ya estaba lleno de tuercas y tornillos.

En la disposición general del partido, el Sevilla se encontraba más cómodo que el Madrid. Rakitic, novedad entre los sevillanos, favorecía la circulación y el despliegue. La presión colectiva favorecía la recuperación y la adelantada defensa del Madrid apenas incomodaba los movimientos de ataque.

El dueño del campo, por su parte, calcaba los síntomas de los últimos partidos: Cristiano desafinado, Di María agotado y Benzema desconcertante, capaz de parecer lerdo y listo en la misma jugada.

El partido fue discurriendo hasta el pánico de los últimos minutos, cuando el Sevilla tuvo prisa por marcar y el Madrid miedo por no hacerlo, cuando se rompieron las cadenas y reinaron los genios felices como Özil, aquel muchacho que en Alemania era tímido y tenía ojeras.

El gol fue largo en metros y en segundos, largo el pase y el regate, largo el disfrute del estadio. A nadie le extrañe que Özil termine la temporada como favorito de la afición. Por elegante y por natural, por oposición a los egos reconcentrados. Tampoco Adebayor se llevará mal con el respetable. Hay algo salvaje en su alegría africana que aliviará tanta solemne gravedad.