Real Madrid | Objetivo indiscreto
Una historia de emigrantes
El encuentro de Van Nistelrooy y Raúl fue casi el de dos paisanos
Cualquiera que se haya encontrado con un compatriota en el extranjero conoce la desbordante camaradería que se despierta entre dos paisanos, mayor cuanto más lejos queda la patria y más cálida cuanto mayor sea el frío reinante. Los más aplicados en geografía me dirán que Van Nistelrooy nació en Oss, Brabante septentrional, y que aquello dejó de ser español con el Duque de Alba. No importa. Convalidan sus cuatro años de residencia en España, su querencia por el Asador Donostiarra, la enemistad con Ferguson y, sobre todo, la nacionalidad de sus dos hijos, Moa Annette y Liam, nacidos en nuestro país.
De modo que allí, en la hierba del Veltins Arena, se encontraron dos compatriotas que además de tierruca compartían la más íntima de las pasiones masculinas: el equipo de fútbol. Calculen la fuerza del cóctel: españoles, madridistas y en Alemania.
En esas condiciones, suspirar que no hay nada como España es cosa inevitable. Y a partir de ahí, el resto: el Bernabéu, el jamón de Don Pedro, el sol y el Madrid. Ay, el Madrid. ¿Cómo negarse a su llamada? Imposible, si tienes teléfono.
Imagino a Raúl, no obstante, enumerando las dificultades de la empresa y recordando a su amigo las turbulencias que agitan al club, que hace seis meses no valíamos y ahora quieren que salves al equipo. Algo así. Supongo.
"¿Y entonces, qué hago?", habrá preguntado Van Nistelrooy en perfecto castellano. "Entonces, vete", le habrá respondido Raúl con incipiente acento del Ruhr.
La escena nos llamó la atención, pero es la historia de dos emigrantes, tantas veces repetida: dos viajeros que llevan en la mochila un pedazo de España y un trozo del Madrid.