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Liga de Campeones | Real Madrid 2 - Milán 0

Juventud, divino tesoro

La energía del Madrid desarboló a un viejo Milán. En sólo un minuto, entre el 12 y el 13, marcaron Cristiano y Özil. Ronaldinho fue una sombra.

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<b>UNIDOS. </b>El Bernabéu se puso en pie para celebrar con el equipo, hecho una piña, el gol de Özil, que significó el 2-0 para el Madrid.
UNIDOS. El Bernabéu se puso en pie para celebrar con el equipo, hecho una piña, el gol de Özil, que significó el 2-0 para el Madrid.

El Milán fue mucho menos que la temporada pasada y el Real Madrid fue mucho más. Esperábamos un enemigo rejuvenecido por los fichajes y encontramos al mismo adversario pero con un año más; y se notan mucho los años a determinadas edades. La única pena, de existir alguna, es que el Madrid dejó pasar la ocasión de devolver aquella manita ochentera que todavía escuece. Si fue por no abusar, se reconoce la galantería, aunque no se comparte.

El meollo del partido se desarrolló en un minuto, entre el 12 y el 13. En ese intervalo el Madrid marcó dos goles y colocó el partido en un escenario inesperado. Nadie imaginaba algo así, pero menos que nadie el propio Madrid, que había previsto más trabajo y más minutos para alcanzar ese resultado. El desconcierto que siguió ante tanto tiempo libre, la duda entre proseguir con el ataque o guardar la ropa, fue lo que aprovechó el Milán para adueñarse del partido durante la primera mitad.

Pero no imaginen un dominio poderoso. Fue, más bien, un dominio perezoso, como el tranco de los caballos viejos. El Milán, igual que los futbolistas cuarentones, tiene la intención pero le falla el físico. Al equipo en general se le ha puesto culona la retaguardia. Y no es sólo una cuestión de kilos, que lo sigue siendo en el caso de Ronaldinho; es un problema de años y de esqueletos que ya no flotan. Hasta Ibrahimovic, sin edad para esos achaques, arrastra los pies como un mayordomo jubilado.

El contraste es más doloroso ante un equipo como el Madrid, entusiasta de principio a fin, joven en las piernas y en las ideas. Incluso en sus momentos más distraídos, el anfitrión montó contragolpes suficientes para firmar una goleada. Si esas jugadas no acabaron en abrazo fue, en gran medida, por una cuestión de ansiedad, ese mal del que todos reniegan y que todavía sigue atrapando a Cristiano, al margen de goles y asistencias. Ese punto entre la revolución y la pausa, más evidente en Cristiano y Di María, es de lo poco que le falta por lograr al Madrid.

Los goles también fueron crueles con el viejo Milán. Si algo no se espera de un equipo veterano es que su barrera se resquebraje en una falta. Eso pasó en el primer tanto. Ibrahimovic y Seedorf se abrieron como las torres de la Plaza de Castilla. Vaya en su descargo que el balón de Cristiano iba fuerte y volaba a una altitud testicular.

Infortunio.

El segundo gol fue de esos que señalan un destino funesto. Cristiano rajó la defensa por la izquierda y asistió a Özil, cuyo remate con la derecha se activó al tocar en el brazo de Bonera. Golpes así los recibía el Madrid en sus naufragios contra el Milán de los 80. Y son la señal de que hasta el viento está en contra.

La segunda mitad siguió hurgando en la herida. El Milán no se recuperaba de los jadeos y su adversario mantenía la velocidad, la presión y el interés. Apenas se hubiera notado la entrada de Robinho de no ser por las pitadas que le acompañaron en cada control. Ya dijo Billy Wilder (director de Con faldas y a lo loco, entre otras joyas) que el espectador puede ser estúpido, pero el público siempre tiene razón.