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eurocopa 2012 | escocia 2 - españa 3

Llorente completa la sinfonía de España

España se exhibió durante una hora, se dejó después remontar un 0-2 y terminó sellando el triunfo con remate de Llorente, recién entrado en el campo. Escocia, muy limitada, nunca se rindió. Villa igualó por fin a Raúl (44 goles).

<strong>LLORENTE, SALVADOR.</strong>
LLORENTE, SALVADOR.

España no conquista, evangeliza. Pretende que su gobierno sea constructivo, una era de rosas sin pistolas. Llega a escenarios, mundanos o míticos, entre la esponjosa melodía de las alabanzas y suele abandonarlos dejando rivales convertidos en admiradores, amigos. Unos felices por salir en la foto, otros simplemente rendidos a la evidencia. Así llegó España a Hampden Park y así discurrió el partido durante una hora de perfección poética en la ejecución: fútbol vertiginoso, colectivo, dinámico. Escocia asistió impávida a la lección magistral pero se revolvió de repente, con un zarpazo del orgullo que viaja en su escudo, con la raza impresa en su canción, la Flor de Escocia: "Aquellos días se han ido y deben seguir en el pasado. Pero hoy podemos levantarnos de nuevo...". Y Escocia se levantó, honró al partido y se honró a sí misma y obligó a Del Bosque a recurrir a Llorente, arma de destrucción masiva de guardia. El delantero de la regia figura derribó a Lituania y añade Escocia, Hampden Park, a su lista de víctimas: la lista del león.

Escocia ya no es Escocia pero en su legendario cubil de Hampden Park se le parece. Tiene tradición, nombre, estadio; Afición y canción. Tiene más orgullo que fútbol y, al menos por una noche, instinto de supervivencia y pulmones: en la grada y en el campo. Terminó derrotada, desfondada y magullada por la lógica, pero su intento de alzamiento, la rabia de los clanes, al menos dejó satisfecha a su parroquia, mosca tras la inánime demostración (defensa a ultranza: 4-6-0) en la República Checa. España, mientras, sumó y siguió. Nueve puntos en tres partidos y quinta marcha hacia la Eurocopa. Sabíamos que acabaría allí, ahora intuimos que lo hará por autopista y silbando. Y conviene recordar que no hace tanto que desembocábamos en las fases finales por la gatera de las repescas, caminos secundarios llenos de curvas peligrosas.

Morir por exceso de lujo

El partido de España fue intachable con la excepción de ocho minutos extraños en los que Escocia levantó de forma improbable un 0-2. Primero con centro rematado por Naismith, el jugador que comparte apellido con el inventor del baloncesto, después con un gol en propia puerta de Piqué. Un pequeño cúmulo de catástrofes: despistes defensivos y desconexión, un ataque de superioridad y relajación que no fue digerido por un escenario tan regio como Hampden Park. Antes, durante una hora, España fue excelsa y autoritaria, su dictadura de seda incrustada en campo contrario. Después apareció orgullosa y hambrienta y alcanzó la victoria con un remate a bocajarro de Llorente en contubernio con una fofa defensa escocesa y un sorprendido McGregor, durante el resto del partido un baluarte que envió al limbo la goleada española. Cuando marcó, Llorente llevaba tres minutos en el campo. Muestra de su estado actual, puro dulce, y muestra de esa varita mágica que acompaña a todos los cambios de Vicente Del Bosque, sean a priori más o menos razonables, más o menos discutibles. Lo vimos en el Mundial y lo vieron los aficionados del Real Madrid en este mismo estadio. Hace algunos años pero nadie lo ha olvidado: Fue la noche de la novena, la noche de Casillas.

Los ocho minutos de revuelta escocesa fueron la mejor receta contra la complacencia de una España suprema hasta el 0-2. Con Silva e Iniesta en armonía, Xabi Alonso como ingeniero y Busquets como fontanero. Una exhibición coral en el centro del campo puesta al servicio de un Villa que estuvo otra vez tan hiperactivo como ansioso hasta que en el minuto 44 encontró el gol 44, cosas de la mística. Fue de penalti y lo rozó McGregor, propulsado por la superstición y la cábala. Escocia es tierra de fantasmas en los castillos y apariciones espectrales en abadías y monasterios. Allí Villa igualó a Raúl pero perdió ocasiones para dejar atrás por fin sus fantasmas (su ansiedad). La última, en el descuento y a bocajarro.

El segundo gol lo marcó Iniesta, de trazo imperial en el primer tiempo, también desde el punto de penalti pero esta vez con el balón en juego y rechazado tras remate de un Cazorla más apagado que ante Lituania en ese arduo papel de ponerse el traje de un futbolista tan genuino y único (y genial) como Xavi. Luego vino el susto y el acelerón final, por tierra y aire, hasta el 2-3. Fue en un segundo tiempo de mucho sudor, una España menos cómoda y un par de entradas salvajes de los escoceses. Fue expulsado Whittaker y pudo haber sido expulsado antes Miller por ejercer de De Jong sobre el muslo de Xabi Alonso. Pero los escoceses, que acudían a ver al mejor equipo de la historia (lo dijo Fletcher) pueden guardar en la retina una primera parte primorosa de toque y control. España siguió su hoja de ruta ante otra muralla con más inquilinos que orden. Reconoció el terreno, analizó al rival, buscó vías de agua y las explotó. Todo con el balón bailando entre espacios imaginarios, piernas gráciles y mentes rápidas. Iniesta en corto, Xabi en largo, Silva entre líneas, los laterales incrustados en el ataque (feliz Ramos, algo despistado en defensa) y Busquets en cada cobertura. Fútbol del que es imposible cansarse, del que se añora al poco del pitido final.

En lo práctico queda la victoria y la confirmación de que España no tiene ya más traba que evitar sorpresas ante la República Checa. Hasta ahora ha cumplido el objetivo de forma impecable y con momentos de máximo brillo. Y todo, recordemos, con una lista de bajas en las que están Xavi, Torres, Pedro o Cesc. Un lujo que nadie más se puede permitir pero un día más en el trabajo, entre la lógica y la poesía, para un equipo que es precisamente eso: un lujo.