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champions league | rubin kazan 1 - barcelona 1

El Barcelona y su martirio ruso

El Barça no pasó del empate en una repetición corregida y aumentada de sus partidos de la temporada pasada ante un Rubin Kazán todavía más defensivo y efectivo: marcó de penalti y defendió con todo ante un Barcelona que acumuló demasiados minutos de ritmo bajo y juego plano. Mejoró en el segundo tiempo, empató también de penalti y, ya con Messi en el campo, mereció ganar. No lo hizo y aplazó para el Camp Nou el ajuste de cuentas con el equipo del Volga.

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<strong>EL RUBIN ENCERRA AL BARCELONA.</strong>
EL RUBIN ENCERRA AL BARCELONA.

Quienen consideren al Barcelona el Superman del fútbol europeo tendrán que empezar a pensar en el Rubin Kazán como su kryptonita particular. Quede finalmente como anécdota o como síntoma, el equipo del Volga se ha convertido en un molesto borrón en el extraordinario currículum de la era Guardiola. En tres partidos dos empates, una derrota y toneladas de aburrimiento, frustración, hastío y hasta nausea. Como si se mirara en uno de esos espejos deformes de la feria, cada vez que se encuentra al equipo del Tartaristián pasa las de Caín. No imaginamos ni a Guardiola ni a ninguno de sus jugadores pasando sus próximas vacaciones en esas latitudes de la orilla del Volga.

Para sobrevivir de forma recurrente al Barça (tres veces en trece meses, más que cualquier otro) el Rubin pone trabajo, una versión antitética de lo que ofrece su rival y buenas dosis de suerte. Y así Berdyev parece más brujo que entrenador: el gesto sombrío, el tasbith (rosario musulmán) en las manos. Y funciona. De forma tozuda: funciona. Tiene Kazán una fortaleza que es Patrimonio de la Humanidad. Tiene otra en el césped del Centralni, pero esa difícilmente tendrá nunca reconocimiento desde un punto de vista estético. No sabemos si ético porque eso son cuestiones más peliagudas.

El hecho es que la fórmula del Rubin Kazán trasciende lo simplemente defensivo y profundiza en un estilo casi imposible de ver en otro equipo, por muy numantino que se precie de ser. En los mundos de la fantasía, sería un vampiro. En los de la ciencia, un parásito. Trabaja sobre la línea vital de su rival, aprovecha su esfuerzo y saca partido de su energía. Su desgaste físico en un trabajo defensivo casi medieval se ve compensado por el agotamiento mental de su rival. Y entonces aparece en un destello extraño ante cualquier error de concentración, cualquier pase mal entregado, para generar una de las dos o tres ocasiones de gol que se permite por partido y que le valen para ganar ligas en Rusia, pasearse por la Champions y martirizar cada cierto tiempo al Barcelona. Con respecto al pasado noviembre Kazán recibió al Barcelona con menos frío y el Rubin con un planteamiento aún más mezquino y duro de ver. Si entonces el Barcelona tuvo el 75% de la posesión, ahora se movió por encima de esos valores. Si entonces el RUbin defendió con muchos jugadores, esta vez lo hizo con todos. A partir de su gol, en un torpe penalti cometido por Alves, acumuló siempre nueve jugadores en su área, más de tres sobre un balón al que renunció sin rubor. No lo quería (130-649 en número de pases completados). No vivió de él sino de la sangre y la energía de un Barcelona al que se le ha enquistado el tasbith de Berdyev.

Los pecados del Barcelona

Al Barcelona le faltó suerte y toque en la carambola final. Si en su anterior visita Ibrahimovic (ya un eco lejano) se encontró con el poste en el minuto 3, esta vez Pedro estrelló un buen remate picado en el larguero en una de esas jugadas instrumentales (minuto 11) que hubieran invertido completamente la esencia y seguramente la historia del partido. Después hubo ocasiones para ganar. De Villa, de Pedro, de Piqué, de Messi cuando entró, la última de Iniesta en el 92 y rozando la escuadra... nada. Sólo marcó de penalti sobre Iniesta convertido, y con susto, por Villa.

Pero si ahí entra la cábala y la mala suerte, para la autocrítica quedan muchos minutos en los que el Barcelona no tuvo la tensión necesaria, en los que permitió un partido de balonmano contra un muro móvil con desplazamientos lentos y horizontales. Exactamente el partido que quería su íntimo enemigo. Fue mejor, mereció ganar, estuvo lejos de ser exquisito. Sin Messi de inicio, Iniesta entró poco en juego por la izquierda y Busquets y Mascherano resultaron redundantes en el centro del campo ante un rival sin ningún ánimo por salir de la cueva. Con eso y Alves incrustado en el extremo tapando el espacio en el que debería romper, el Barcelona contribuyó a hacer feliz a su rival con un ataque en embudo entre una maraña de veinte piernas concentradas en treinta metros.

El Barcelona mejoró en el segundo tiempo cuando Iniesta se liberó y Villa irrumpió desde la izquierda. La aparición de Messi, diez días después de Ujfalusi, trajo seda, colmillos y miedo para un rival que casi se encuentra con el gol improbable en un remate de Martins que salvaron entre Valdés y el poste. No entró esa y no entró ninguna del Barcelona. Sólo dos goles en dos penaltis evitables y torpes, pero justos.

El Barcelona tuvo más tesón que luces y salvó un empate que con la vista puesta en su grupo resulta una buena caza. Y se trae la noticia de no tener que volver, al menos por ahora, al suplicio del Centralni. Quizá en el Camp Nou pueda ajustar definitivamente las cuentas a Berdyev, su rosario y su unidad de defensa en versión muralla de hielo. Será así o de lo contrario habrá que retomar muy en serio las teorías de los traumas, los parásitos y la kryptonita tártara...