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Liga BBVA | Real Sociedad 1 - Real Madrid 2

Anoeta aprieta pero no ahoga

Soberbio partido de la Real, que hizo sufrir al Madrid. Decidió un afortunado rebote en la espalda de Pepe. Golazo de Di María con la derecha.

Luis Nieto
<b>COMO UNA PIÑA. </b>Pepe celebra el segundo gol del Madrid, mientras el resto de compañeros se funden en un abrazo.
COMO UNA PIÑA. Pepe celebra el segundo gol del Madrid, mientras el resto de compañeros se funden en un abrazo.

Los equipos por hacer son así. Avanzan y retroceden, entusiasman y sufren. Son inestables. Pero la victoria les inmuniza. Desde ayer tiene una más el Madrid, que durmió líder, aunque se tambaleó un tiempo en el intercambio de golpes con una Real embravecida, envalentonada por el ambiente de Anoeta y por su entusiasmo. Ha vuelto a Primera para quedarse. Otros cuarenta años si es posible. Su partido mereció la Concha de Oro.

El Madrid ganó por oficio, por potencia de fuego y también por dos rarezas: a Di María se le apareció su derecha y a Cristiano, la espalda huidiza de Pepe. Pero esta vez sí arreció contra Casillas, asignatura que ya se daba por aprobada.

El partido tuvo salida de Ferrari. En ocho minutos el Madrid lanzó tres veces (Di María, Cristiano, Xabi Alonso), como si el Ajax aún no hubiese salido de su vida. Pero duró eso, el descorche. Luego la Real le preparó un partido desapacible, uno de esos duelos cantábricos que siempre le incomodaron.

El de Lasarte fue un equipo bien instruido, esforzado, solidario, con orgullo y corazón. Y buenos futbolistas, especialmente Xabi Prieto, que no hubiera desmerecido en aquella Real de la belle epoque. Marcelo siempre se vio en apuros, cuando no desbordado, ante él. Aunque menos que Ramos frente a Griezmann, un francés que lleva desde los 13 años en la Real y al que, por aplicado, le permitieron hasta saltarse el filial. El pequeño diablo le llaman, como a López Ufarte, que se retiró dos años antes de que naciera él.

Tamudo.

Fue un alborotador del juego del equipo con su descaro adolescente, aunque falló imperdonablemente ante Casillas una ocasión de esas que no vuelven en muchas ligas. La pelota le llegó en el mejor sitio, frente a las barbas del meta, pero a su peor pierna. Se obstinó con la zurda y lo pagó. También Zurutuza fue una incomodidad, otra manifestación evidente de que la cantera siempre resultó fuente de vida aquí. Siete de Zubieta puso Lasarte y no tiene de qué arrepentirse. También puso a Tamudo y le dio un gol. Ese olfato para aprovechar el descuido ajeno (de Carvalho en este caso) le acompañará siempre. El Madrid lo lamentó ayer, pero también le dio una Liga.

Del equipo de Mourinho, en cambio, desaparecieron brotes verdes, especialmente en la primera parte. Di María empezó bien en la izquierda, pero estuvo ausente a ratos. Hasta que apareció para el más difícil todavía: meter una rosca de derecha que puso por primera vez con ventaja al Madrid. Es futbolista de ocurrencias. Recuerden que decidió de vaselina una final olímpica.

Özil precisa de una participación alta en el juego. Sin balón se desanima y se marcha. Dio la impresión de que es manifiestamente mejorable cuando hay que navegar río arriba, sin el calor del Bernabéu. Y Cristiano no acaba de sentirse en paz consigo mismo. Eso le lleva a elegir mal y su malestar general contamina al equipo. Ignoró a Higuaín hasta aburrirle con ese empeño egoísta de reconducir su carrera. Mateu tampoco estuvo por ayudarle. Le birló un penalti, cuando una zamorana de Zurutuza interrumpió su disparo, y un gol (se lo concedió al que pasaba por allí, Pepe) que tenía propiedades curativas.