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mundial 2010 | brasil 3 - chile 0

Samba de hierro

Con una autoridad incontestable Brasil se metió en cuartos y ofreció su mejor versión de todo el campeonato ante Chile, que sólo incomodó en los primeros minutos y que no supo ni pudo voltear el partido a partir del gol de Juan. Después marcaron Luis Fabiano y Robinho con el plan de Dunga en su versión más excelsa: seguridad y capacidad de destrucción y juego rápido y vertical cuando aparecen los espacios. Con su orden sacrificado y su talento ofensivo, Brasil avanza ronda y rubrica su condición de favorito con todos los galones.

<strong>BRASIL ASUSTA.</strong>
BRASIL ASUSTA.

En sus días espesos, la Brasil de Dunga desespera por su traición al jogo bonito y su apuesta por un estilo resultadista y marcial. La proyección de Dunga. Así era como jugador, así es como entrenador. Y así son su carácter y hasta su corte de pelo. Con eso Dunga ha ganado una Copa de América y una Copa Confederaciones pero ha convertido su asiento en el banquillo en vórtice de todos los debates en el país del fútbol jugado a golpe de imaginación, en una coreografía festiva. Ante Chile, en octavos, Brasil ganó con autoridad exultante y fue menos rácana con la estética. La magia brasileña goteó como una fina lluvia que tiñó de samba el molde de hormigón innegociable para Dunga. Fantasía y trabajo. Superioridad física y efervescencia técnica. Samba brutal, samba de hierro.

Enfrente estaba Chile pero lo peor para quienes viven (o sobreviven) en el Mundial es que pareció que podía haber estado cualquiera. Chile no gana a Brasil desde 2000 pero había amasado elogios camino de África y, una vez allí, en ruta hacia octavos. El plan que puso en solfa a otras, incluida España durante muchos minutos, sólo asomó en el arranque ante Brasil. Apenas un puñado de minutos. Hasta que apareció la quintaesencia del estilo Dunga: desde el dominio zonal del campo y físico del juego, el control. Entonces un gol (a balón parado no por casualidad). Y entonces los espacios, la herida del rival apestando a miedo. Ningún equipo es mejor a la hora de provocar primero y castigar después los virajes sobre la marcha del contrario. En cuanto Chile trató de adelantar líneas se encontró en su escenario perfecto. Sin tocar su esqueleto defensivo ni descuidar el trabajo sobre cada línea rival, explotó valores capitales: verticalidad, velocidad y toneladas de calidad... y bailó -samba, por supuesto- sobre el cadáver de Chile, impotente.

Con plantilla de recursos y a su medida, Dunga hizo de la necesidad virtud y hasta los cambios obligados por cuestiones físicas se convirtieron en buenas noticias. Brasil lució mejor en el centro del campo cuando a Gilberto Silva le acompañó otro bulldozer como Ramires y cuando Dani Alves apareció por delante de Maicon y se incrustó en el puesto de interior para liberar la autopista de Maicon y aportar su insistente carisma en la creación. Por detrás, una defensa blindada en el eje Lucio - Juan y apuntalada por el despliegue físico de Maicon y Bastos. Por delante, muchos metros de campo en los que Brasil deja de ser lenta y previsible y libera lo mejor de su fútbol pese a que Kaká sigue consumido por sus propias intermitencias. Luis Fabiano es elite en su oficio de delantero, embocando ocasiones y dando salida con su juego de espaldas, y Robinho es (quién lo iba a decir) un ángel disfrazado de tren de alta velocidad. Liberado como '10' clásico, es la vértebra esencial que enlaza defensa y ataque, el motor de explosión en el que el fútbol de la 'Penta' deja el piloto automático y salta al híper espacio. Y todo salpicado con las incursiones salvajes de Maicon, las rupturas por jerarquía de Lucio o el trabajo salvaje de Juan, que abrió el partido con el gol instrumental que lo cambió todo, un remate de cabeza excepcional a la salida de un córner.

Chile se apocó en cuanto Brasil le quitó el balón. El equipo de Bielsa vive exprimido al límite y hasta su límite ha llegado. No perdió el orden pero sí la fe y la energía cuando Brasil resquebrajó su presión en formato jauría a base de latigazos frenéticos entre líneas. Golpeada por el gol de Juan, descubrió su espalda sin obtener réditos ofensivos. No ganó nada y lo perdió todo. En cinco minutos recibió dos contras mortales. A la tercera Robinho encontró a Kaká y este a Luis Fabiano, que marcó. Un gran gol en el que brillaron todos porque por entonces ya brillaba un colectivo legitimado para soñar con su sexto Mundial.

El segundo tiempo se jugó con las cartas barajadas y repartidas. Bielsa cumplió el guión y quemó naves con Tello y Valdivia detrás de Suazo. Otra vez para chocar constantemente contra un muro que no concede un metro en su propio campo. Ya con la ley del mínimo esfuerzo, Brasil dejó un par de llegadas más, una de ellas premiada con el tercer gol cuando Ramires robó en su campo y galopó hasta el balcón del área de un Bravo que sólo pudo adornar con su estirada el toque sutil de Robinho.

Esta Brasil sí legitima el plan de Dunga más allá de los simples resultados. Este equipo sí asusta a los rivales y se arma de razones para sentirse favorito, como casi siempre que llega a estas alturas del campeonato, a tres partidos de la gloria. Quien quiera ganar a Brasil necesitará paciencia, concentración, energía física y lo que parece el maná para cambiar el paso brasileño: adelantarse en el marcador y obligarle a crear desde atrás y a trabajar entre espacios cerrados. Holanda será el primero en probar y también necesitará suerte si Brasil, como ante Chile, aparca la monotonía y se perfila rotunda y aspirante con fuerza, pasión, organización y magia. Samba y trabajo, samba de hierro.