mundial 2010 | brasil 3 - costa de marfil 1
La máxima expresión del modelo Dunga
Brasil adornó a base de gotas demasiado dosificadas de samba una victoria que le pone en octavos de final. Luis Fabiano puso tierra de por medio con dos goles, el segundo tras acomodarse el balón con el brazo, y Elano sentenció. El resto del partido, pese al gol postrero de Drogba y la expulsión de Kaká, fue absolutamente opaco: Brasil eficiente y reservona al gusto de su entrenador y Costa de Marfil artrítica en el centro del campo y demasiado encorsetada, encogida incluso con el partido en contra. Demasiado poco para inquietar a un equipo poco atractivo pero absolutamente rocoso. Mínima alegría, máxima eficacia.
Su rictus y hasta su peinado tienen un aire castrense. Vive y entrena como jugaba. Sin regalar ni una sonrisa, en brazos del rigor táctico. Así es Dunga y así es su plan, una visión del fútbol presagiada por su definición del acrobático Brasil de España'82: "un especialista en perder". Brasil ha cambiado la magia por la eficiencia, la samba por el andamio. Con eso y un puñado de manías sui generis, Dunga ha armado un equipo que es realidad una división blindada.
Y con eso y con su país reformulando sus propias señas de identidad, ha ganado todo lo que ha jugado hasta hoy: una Copa de América y una Copa Confederaciones. Y con eso se ha presentado en un Mundial que parece diseñado para este Brasi del mismo modo que Brasil parece hecho a la medida de este campeonato: rocoso, físico, ordenado, experto, colectivista y seguro. Y con unos anegados artistas que convierten en oro lo poco que gestionan cerca del área rival. Ante Costa de Marfil se permitió tres alegrías y marcó tres goles con el grupo de la muerte sometido a su puño de hierro y la proa lanzada hacia octavos de final.
Brasil repitió equipo y dibujo con respecto al triunfo funcionarial sobre Corea del Norte. Brasil volvió a jugar con el sistema nervioso de su rival, a asegurar a fuego y hormigón su defensa y colapsar el centro del campo. A no regalar balones y adormecer el ritmo en su zona de creación. El blindaje articulado entre la zona de Lucio y Juan y la de Gilberto Silva y Felipe Melo es la columna vertebral de un equipo acorazado que dosifica la apariciones en el área rival y las limita a andanadas demoledoras por calidad y eficacia. Así gobernó Brasil a una Costa de Marfil encorsetada por Eriksson y acomplejada, sin demasiado espíritu y, esto sorprende más, justo de piernas. El equipo africano calcó la propuesta rival en términos de respeto y blindaje. Pero no tuvo impulso ofensivo ni la absoluta pulcritud de un rival más concentrado, más experto y más seguro de sus fuerzas. Un rival que gana un porcentaje no precisamente pequeño de cada partido por el peso de una camiseta pentacampeona.
Luis Fabiano se rebela contra el tedio
Hasta un tramo final más suelto pero ya de fogueo, el partido se jugó en clave baja, al gusto de un Brasil muy cómodo que tocó y tocó hacia atrás sin complejos y que sólo se estiró para morder en la yugular de unos elefantes artríticos en el centro del campo, sin circulación ni creación. Sin noticias de Kalou o Touré y con Gervinho en el banquillo. El partido cambió gracias a una jugada alienígena, a una aparición furtiva de samba en la zona de tres cuartos brasileña. Luis Fabiano y Robinho combinaron con Kaká, que encontró el único hueco posible, un desfiladero entre piernas por el que filtró el pase al delantero del Sevilla, que definió con un gran remate a la escuadra. Unas gotas del Brasil de siempre para apuntalar al Brasil de ahora. Y el resto orden, destrucción, presión y concentración. El plan de Dunga en su máxima expresión.
La segunda parte resultó entre unas cosas y otras más entretenida, más por inercia que por voluntad de una Brasil impasible y de una Costa de Marfil sin ninguna capacidad de rebelión contra una dura realidad que pone en peligro de extinción a unos elefantes obligados a vivir desde ahora con un ojo puesto en Portugal. Entre una maraña de sensaciones huecas y sin síntomas de cambio, Luis Fabiano apareció otra vez para marcar un gol de apariencia extraordinaria y realidad mentirosa. Peleó el balón, sorteó defensas a base de sombreros y remató seco y ajustado. Pero lo hizo tras usar el brazo para llevarse el balón primero y para acomodárselo en su pierna de remate después.
El gol desnudó definitivamente a Costa de Marfil. Gervinho entró tarde y Drogba vivió desasistido. En pleno desconcierto de un equipo al que Eriksson tampoco ofrecía respuestas, Kaká volvió a aparecer para servir el tercero en bandeja a Elano. Con cuentagotas otra vez, el del Real Madrid apareció en pinceladas determinantes. Así le gusta a Dunga, así marcha Brasil de victoria en victoria. A partir de ahí el partido se jugó en un irreal cambio de golpes entre un equipo algo más relajado que paladeaba el sabor del trabajo bien hecho y otro que se estiró con más obligación que devoción. Más para rellenar el guión que a golpe de verdadera fe. No la tuvo con el empate a cero y no podía tenerla con el 3-0. Drogba marcó de cabeza demasiado tarde, ya en una recta final en la que se endureció el juego y en el que un par de marfileños pudieron irse del campo y al final sólo hubo roja, absolutamente exagerada, para Kaká.
Obstinado por condición natural, Dunga tiene en los resultados una coartada perfecta para expandir su plan estajanovista en un país que se da cuenta de que a golpe de victorias la samba se añora un poquito menos. De dudosa estética, la propuesta brasileña es de una fiabilidad portentosa. Más que suficiente para mirar ya a los octavos de final y para erigirse como uno de los enemigos más formidables de este Mundial que busca referentes y que tiene uno claro. Aunque sea a ritmo de fútbol industrial y con la magia dosificada hasta la racanería.