Brasil ratifica su brillante hegemonía conquistando el Mundial de Chile-62

Liderada por Pelé, Brasil aparecía en el Mundial de Chile-62 con el único fin de volver a reeditar su triunfo en tierras suecas cuatro años antes. Era el jugador del momento y todas las miradas se dirigían a él y a su enorme capacidad de dirigir de manera colosal el poderoso ataque brasileño. Pero O Rei duró poco. En el segundo partido, ante Checoslovaquia, se lesionó de la manera más absurda: al golpear el balón. Los primeros pronósticos hablaban de diez días de baja, pero Américo, el célebre y veterano masajista, lo supo enseguida: no jugaría más en todo el campeonato. Incluso realizaría una última prueba para poder jugar la final. Tampoco pudo pasarla.

Pero a rey muerto, rey puesto. Amarildo fue su relevo (y verdugo de España en el tercer encuentro de la primera fase), pero Garrincha se echó el equipo a sus espaldas. Ante Inglaterra anotó dos goles, provocó otro y maravilló con sus increíbles regates. Su festival continuó ante los anfitriones, Chile. También marcó otro par de goles en la semifinal. En la final aguardaba Checoslovaquia, la única selección a la que no habían marcado en el campeonato. Era, además, un choque de conceptos: la habilidad contra la fuerza, el fútbol hecho arte contra la rígida disciplina. Precisamente fueron los checos quienes se adelantaron por medio de Masopust, pero Amarildo, un par de minutos después, empataría gracias a un fallo del meta Schroiff. En la segunda mitad, los campeones dinamitaron el partido con dos tantos de Zito y Vavá en apenas diez minutos.

Los brasileños regresaban a casa de nuevo con el título bajo el brazo. En esta ocasión y pese a la ausencia de Pelé, triunfó su fútbol en su máxima expresión.