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Paraíso azulgrana

Tras someter de forma apabullante al Valladolid, el Barcelona es, por fin, campeón. Comenzó titubeante y añoró a Xavi hasta que entraron en juego Pedro y Messi y se propagó por todo el campo la aportación energética de Touré. Bendecido por el gol en propia puerta de Luis Prieto, el gol de Pedro selló cualquier miedo y dio paso a la felicidad absoluta y una celebración adornada por dos goles de Messi. Dos más en su camino hacia los 34 con los que iguala a Ronaldo y saca brillo a la Bota de Oro. Gran estrella, rostro de un campeón con un expediente maravilloso: una sola derrota, sólo dos puntos perdidos como local. Cifras históricas, cifras de récord, cifras de campeón.

<strong>EL BARCELONA, CAMPEÓN DE LIGA.</strong>
EL BARCELONA, CAMPEÓN DE LIGA.

Alirón azulgrana. Éxtasis, felicidad absoluta azulgrana. El cielo es azulgrana y el cielo son 99 puntos. Nadie ha llegado tan alto, nunca. Por eso esta Liga ya está en la historia, marcada como una lucha sin parangón por encarnizada y agotadora. Por eso este alirón es especial para el Barcelona. Repite título, lo celebra en casa, traspasa la meta final de una carrera que llegó a parecer infinita, una pesadilla vívida y constante: correr, correr y correr con el Real Madrid siempre detrás. Un cazador con un tesón salvaje, con una pegada y una energía que subraya ahora el tremendo mérito del éxito del Barcelona. Por fin puede descansar y celebrar. Ya no hay calendario por delante ni enemigo por detrás. Por fin, al fin, la Liga es suya.

En la coronación de su sprint inacabable hacia el título, el Barça no se desfondó nunca y por eso es un campeón justo y de números abrumadores. Una sola derrota en todo el campeonato y un empate como única concesión de puntos en su estadio. En toda la Liga. Dos victorias en dos partidos ante el Real Madrid. Y sin embargo, más allá de los números históricos y la constancia infalible, el premio no llegó hasta el último partido. Pero llegó porque no falló nunca. Después del Bernabéu, la caza en modo safari del Real Madrid le obligó a pasar todas las pruebas. Desde entonces, 19 puntos de 21 posibles. Un empate y lo demás ganar, ganar y ganar. Donde se podía perder la Liga, Villarreal o Sevilla, y cuando se tenía que ganar, como en la final sumarísima ante el Valladolid.

A lo largo de las dos últimas temporadas se han cantado, descrito y diseccionado las tremendas virtudes de este rey en la montaña de los 99 puntos. Más allá de su despliegue en el campo, tantas veces extraordinario, ha ganado una buena porción de esta Liga a partir de su capacidad para hacer de la necesidad virtud. Se ha sobrepuesto a las lesiones de Iniesta, a la desconexión de Ibrahimovic en la segunda vuelta, al punto y final de Henry, a ese expediente X llamado Chygrynskiy... la explosión de Pedro, la confirmación absoluta de Piqué o la reinserción de Bojan han sido los pulmones de un campeón al que no le ha fallado nunca el corazón de Puyol, el cerebro de Xavi y esa mutación sublime llamada Messi, readaptado lejos de la banda y convertido en jugador absoluto, futbolista total. Su nombre, de Balón de Oro a Bota de Oro, es el nombre de la Liga, vencedor final también en su guerra, la de los genios que se miran de reojo, con Cristiano Ronaldo.

En un puñado de minutos

Al partido del alirón le sobraron muchos minutos. En realidad todos desde que el empuje de la lógica sustituyó al conato de histeria. De hecho el partido duró lo que duró una semana eterna de furor mediático: la conjura del rival, el goteo de probabilidades y estadísticas, la sanción de Xavi, la aparición de Clemente como artista invitado más inverosímil posible, portador de un plan que funcionó un cuarto de hora, lo que tardó en entrar en calor el Barcelona, en templar el ánimo y ponerse manos a la obra. Por el arranque circuló un Valladolid asentado y valiente, haciendo daño a la contra y a la espalda de Alves y creando un cortocircuito descomunal en un Barcelona espeso en el eje Busquets-Touré-Keitá. El epitafio del equipo pucelano en Primera, recordemos que se jugaba mucho más que la ayuda al Real Madrid, fue un remate de Manucho sacado por Puyol tras despiste de Valdés en una cesión de Piqué. Fue la única bala, un disparo a la desesperada de un equipo que se jugaba la vida en el peor escenario ante el peor rival. Por eso antes del descanso ya rumiaba su disgusto y por eso jugó el segundo tiempo ausente, estando sin estar y con mohín de tristeza absoluta.

Todo acabó en el primer gol. Todo marchó cuesta abajo para el Barcelona tras un cuarto de hora torpe en el que concedió ocasiones y no avistó a Jacobo. En emergencias como incendios o epidemias, una serie de pequeñas decisiones correctas y a tiempo puede detener un mal que a partir de ese momento se dispara en progresión geométrica. Para el Barcelona esas decisiones pasaron por la energía, la concentración y la prisa sin pausa. Sin Xavi y sin Iniesta, la circulación por el centro del campo no se descongestionó hasta que Alves comenzó su ejercicio habitual de percusión por la derecha, Touré lanzó las líneas hacia el área rival y Messi comenzó a encontrar grietas en una muralla rival que se batió en retirada en cuanto cambió el viento.

Pedro pasó de desactivado a incontrolable. Instrumental en el trance decisivo del partido, el canario creó la jugada que acabó en el gol en propia puerta de Luis Prieto y culminó después con su habitual calidad en la definición una excelsa acción colectiva que era prueba irrefutable de que el Barcelona estaba ya con los cincos sentidos en el partido. Y ahí acabó todo. El resto fue largo para el que quería celebrar y para el que quería retirarse a lamer sus heridas. El Valladolid no llegó más hasta Valdés y el Barça controló con el piloto automático y la sonrisa cada vez menos disimulada. Hubo tiempo para Ibrahimovic, Henry e Iniesta. Y hubo tiempo, sobre todo, para los goles 33 y 35 de Messi. Los 34 que también logró Ronaldo en Liga. El primero a placer tras tremenda irrupción de Touré, el segundo con una definición exquisita, marca de la casa. Puro fútbol, puro Messi.

Acabó el partido y acabó la Liga. El paso por el estoque fue plácido, apenas un entremés rápidamente digerido por quien ha navegado 38 jornadas a máxima presión, quien ha sentido la soledad del corredor de fondo. No falló el Barcelona y, desplumado el fatalismo, no dio opción a las cábalas. La Liga se aseguró en Villarreal y Sevilla. Ante el Valladolid llegó la firma, una rúbrica hermosa en un Camp Nou feliz en toda la extensión del término. La felicidad absoluta que viajaba tras el pitido final en la sonrisa de Messi o en los ojos de Guardiola. La felicidad de una Liga más que es, en realidad, mucho más que otra Liga más. Es la Liga en la que hemos sabido que el cielo, la última frontera, está en 99 puntos y pertenece, al menos hoy, al Fútbol Club Barcelona.