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Champions League | Barcelona 1 - Inter 0

Madrid sigue a 650 kilómetros

Golazo dudoso de Piqué. Y discutido gol anulado a Bojan en el 90'+. Ibra, fatal Mourinho, penoso en actitud. Inter-Bayern será la final del Bernabéu.

<b>LA ALEGRÍA FINAL.</b> Mourinho, con el pase a la fi nal en el bolsillo, corrió para celebrarlo con la afi ción interista, igual que Etoo, exultante y ya sin camiseta.
LA ALEGRÍA FINAL. Mourinho, con el pase a la fi nal en el bolsillo, corrió para celebrarlo con la afi ción interista, igual que Etoo, exultante y ya sin camiseta.

Es peor demostrar que no sabes ganar que no saber perder. Y Mourinho lo demostró ayer, una vez finalizó el partido. El portugués, con una idea más que ultradefensiva para aguantar su renta de 3-1, salió zumbando, cruzando todo el campo a lo ancho, con los brazos al aire, llegando a la zona del lateral y plantándose en una actitud lamentable (Valdés trató de frenarlo), de tipo triste, muy pobre de espíritu y creyéndose más protagonista que sus jugadores, víctimas de su sistema.

El Inter estará en la final de Madrid, sí, pero lo hizo sin atacar, sin idea alguna ofensiva: comenzó el partido con nueve tipos de corte defensivo (ocho y el portero) y lo acabó con diez de jugadores (Motta ya había sido expulsado por un manotazo a Busquets en el 27') colgados del larguero de Júlio César, ¡con Etoo de lateral izquierdo! Así entiende este deporte Mourinho, listo en todo momento para desestabilizar, ser políticamente incorrecto y capacitado para provocar al adversario con una chulería prepotente y desmesurada.

El Barça quiso, claro, pero no pudo. Fue impotencia pura durante todo el partido. Si los culés se fueron en autocar a Milán, el Inter lo plantó ayer en el Camp Nou. Con el chófer portugués jugando desde el inicio su partido con el soci y controlándolo todo desde la banda, los cracks culés no pudieron romper las líneas de retaguardia perfectamente trazadas por el estratega portugués. El Barça tocó y tocó, intentando madurar el partido en busca de un hueco, una grieta que le abriera las puertas a la esperanza. Pero no hubo manera. Las camisetas blancas (dichoso color para el culé) siempre se multiplicaban por dos cuando cualquiera de los desequilibrantes jugadores azulgrana mimaban la bola: a Messi le cerraban Chivu y Zanetti, a Xavi, Cambiasso y Motta, a Pedro, Etoo y Maicon...

Tuvo que ser Piqué, el mejor del partido, el que rompiera el melón faltando siete minutos para el final, con un golazo en posible fuera de juego. Luego, con los interistas asustados, apareció la figura del árbitro De Bleeckere, que vio manos en un rechace de Touré en la frontal, a pase de Xavi, antes de que Bojan (relevó a un lamentable Ibra) estampara la pelota en la portería de Júlio César; cuando el Camp Nou celebraba la remontada, el hielo sustituyó al fuego más intenso y con menos potencia en los más de 50 años de vida del Camp Nou. Al belga no le pudo la presión, fue durísimo en su personalidad y aguantó la decisión que sus ojos le habían hecho ver. ¿Se equivocó? Sí, como antes pudo hacerlo en una acción con Ibra, que acabó con la camiseta destrozada dentro del área o por un claro empujón de Cambiasso a Pedro.

El sueño.

Se cayó a trocitos con el pitido final. No pudo ser y al culé posiblemente no le sirva el consuelo. No se puede decir que el mejor equipo sea el finalista, pero siendo realista se tiene que decir que este Barça no es el del curso pasado: perdió mucha fuerza en ataque, Ibrahimovic no se entera de la película y los azulgrana verán por televisión la final del Bernabéu. Apoyarán a Van Gaal. ¡Qué cosas! Y, como siempre, Madrid seguirá a 650 kilómetros.