liga bbva | atlético 3 - tenerife 1
Salvio se presenta en sociedad
El Atlético amarra la tranquilidad liguera en una jornada que vivió con la mente puesta en Liverpool pero que le podía haber acercado a los puestos de peligro. En una tarde soleada y de apariencia plácida en el Caldéron, la calidad se impuso a la necesidad aunque el Atlético tuvo dos caras: brilló en el primer tiempo con doblete de Salvio, en punta junto a Agüero en su debut como titular, y se desdibujó en la segunda, tocado físicamente, con la mente en la Europe League y exigido por un Tenerife en situación de extrema necesidad, que rompe su buena racha y sigue en zona crítica. El tercer gol, de Agüero tras una buena gestión de Quique Flores, cerró el partido.
El Atlético ganó, trasladó por fin la felicidad (al menos la eficiencia) de las copas a la rutina de la Liga, aseguró la tranquilidad doméstica y demostró que marcha cuesta abajo, por fin. Con Liverpool detrás y delante, sobre todo delante, el Atlético fue solvente primero y discontinuo después. La victoria espanta fantasmas raros, aparta la molestia de mirar hacia abajo y pasa la escoba por tantos tópicos y soniquetes. El Atlético gana cuando se solidifica atrás, no hace regalos, trabaja en la medular y acumula talento en ataque. Y sufre cuando pierde tono físico, concentración e intensidad. Ni más ni menos que como cualquier equipo del planeta fútbol.
Con una tarde soleada, Madrid en plena primavera, y un Calderón feliz por la victoria en la ida y expectante por la ruleta rusa de la vuelta europea, el Atlético gestionó la victoria a partir de un primer tiempo radiante. Después se desconectó. Pagó el esfuerzo físico y la obligación psicológica que impone Europa y se desactivó en el descanso para invitar al partido a un Tenerife que acortó distancias y asustó, movido por la necesidad, hasta que Agüero marcó el 3-1 definitivo. Era el premio a la insistencia del Kun, hiperactivo y vibrante, y la secuencia lógica a una buena reacción de Quique Flores. El 4-4-2 inicial hacía aguas con el centro del campo en retirada y poco recorrido en las bandas. Entraron Forlán y Simao, Salvio se fue a una banda, Tiago se junto con Camacho en el centro, las alas trabajaron de nuevo, Forlán ayudó con su recorrido entre líneas y el partido volvió a ser manso. El Tenerife se sintió batido y sacó bandera blanca con la mente ya en otro lugar. Con la del Atlético en Liverpool, la suya marchó a futuras y dramáticas batallas por la salvación. Así que el partido terminó con todos poco más que de cuerpo presente en el soleado y relajado, cada vez más saludable, Calderón.
Del partido, junto a la ganancia de una tranquilidad poco celebrada porque el sufrimiento se intuía apenas improbable, la grada colchonera, que bendice algo de lógica en lugar de tanto histrionismo, sacó en limpio la presentación en sociedad de Salvio, como titular y jugador de empaque, futura estrella para los más voluntaristas. Las rotaciones pre Liverpool lanzaron al once al argentino y Quique acertó al liberarle de la banda y colocarle como punta junto a Agüero en un 4-4-2 inhabitual pero punzante con Jurado dedicado a sus destellos en los últimos metros y Reyes frenado sólo por la falta de gasolina en el segundo tiempo. En el primer, el Atlético marcó dos goles -Salvio marcó dos goles- y pudo hacer, tras el remate al palo inicial de Ayoze, algunos más entre lo que le dieron sus virtudes y lo que concedió el Tenerife, víctima de su fragilidad de centro del campo hacia atrás.
Sufre y sufrirá hasta el final el equipo de Oltra porque concede en defensa y porque deja escapar con errores de bulto y falta de contundencia buena parte de aquello de lo que se hace acreedor por su buen gusto y su estilo innegociable en campo rival. Con Ayoze, Alfaro, Hens, Román y Nino el Tenerife morirá o vivirá fiel a sí mismo, jugando al fútbol sin esconderse y proponiendo siempre, aceptando los retos. Pero también con un sistema de contención de papel. En números negativos el equipo de Oltra sigue peleando por la salvación y su propuesta propició un partido alegre al que se sumó Mateu Lahoz, rara avis en el arbitraje español porque huye de los focos y deja jugar, ideal en tardes como esta en la que la sangre ni llega al río ni amenaza siquiera con correr colina abajo.
Salvio fue, en definitiva, la noticia del partido. Bajo la lupa y hasta hoy todavía sin calificar, aprovechó la titularidad y la sociedad con Agüero para dejar dos goles y un catálogo de buenos propósitos y buenos movimientos. En su primer gol tuvo fortuna en el rechace como premio a su brillante inicio de jugada, habilitando al Kun. En el segundo aprovechó un buen balón de Valera para rematar en carrera a la escuadra, dentro del área. Bonito gol, bonito partido de un jugador que apuntó mucho bendecido por la libertad que concede el Tenerife, por el espacio a la espalda de los defensas, por los errores de concepto. Por ahí hizo camino también Agüero, que encontró en el segundo tiempo el premio del gol tras generar en el primero una catarata de fútbol -movimientos, regates, remates-, siempre superior a unos rivales que le acababan frenando por pura acumulación de piernas.
En ese primer tiempo el Tenerife mordió poco, Ayoze fue el mejor, y permitió mucho, así que entre Reyes, Agüero, Salvio y Jurado acumularon ocasiones y aplausos. Del descanso salió un Atlético en fuga criogénica, sesteando con la mente en Liverpool y las piernas acalambradas. El equipo se partió, Camacho se quedó solo en el centro y el Tenerife, con Dinei aportando energía y empuje, volvió al partido. Román marcó, el balón fue tinerfeño, Perea se multiplicó otra vez con más cal que arena y hubo un par de sustos hasta que Quique movió el banquillo, el Atlético volvió a tener columna vertebral y Agüero marcó el tercer gol. Fin del partido, minutos de solaz, acopio de fuerzas y ánimo. Próxima parada, Anfield.