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Liga BBVA | Zaragoza 3 - Valencia 0

El Zaragoza caza un gigante

La roja a Zigic abrió el 3-0 de Diogo, Arizmendi y Jarosik

Actualizado a
<b>PRESIÓN. </b>Arizmendi y Colungan saltan para cabecear el balón
PRESIÓN. Arizmendi y Colungan saltan para cabecear el balón

El Valencia de los bajitos es una matrioshka que oculta a Zigic. Eso permite a Emery variar su ataque si faltan Villa y Silva, jugando al contraste del serbio con los pequeños como la niña que viste con chaqué y bañador a una muñeca recortable. La pelea de Jarosik y Contini por contener al ariete del Valencia anticipó el musculoso combate hacia el que derivó el partido. Y su desenlace. En condiciones normales no debía ser sino un choque tenso; en manos de Paradas se convirtió en una bomba de tiempo de la que el Valencia salió mal parado. El Zaragoza reclamó un penalti, el asistente le señaló a Paradas otro de Contini, pero el árbitro se negó. Y, antes de todo eso, antes incluso del descanso, Zigic vio la roja y Diogo goleó de zurda con un prestigio inhabitual para un defensa... Semejante desorden extravió al Valencia y permitió al Zaragoza rentabilizar su agresividad de superviviente con dos goles más. Arizmendi y Jarosik.

Zigic vería la segunda amarilla por una falta excesiva a Contini. La primera, por pelearse con él. El italiano está especializado en desquiciar delanteros: hizo expulsarse a Negredo, sacó a palos a Diego Costa y tuvo en Zigic el mismo efecto que Hannibal Lecter en sus compañeros de celda. En un estado de histeria como el que vive la afi ción del Zaragoza, el italiano vuela hacia la condición de icono contrarrevolucionario, subido en sus viriles arrebatos. En verdad, la mejor versión del Zaragoza ignora la corrección política. Es un equipo incómodo que prefi ere los partidos entreverados, como el de ayer, con trinchera, barro y castañeteo de dientes. El choque pudo ser uno en la primera media hora y se quedó luego en otro distinto, el que convenía a los de casa. Antes, el Zaragoza temía el contraataque y se cuidó de meter gente por detrás de la pelota. Le funcionó gracias también a Roberto, cuya sombra se agranda en cada partido. En la primera parte el Valencia le dio forma al peligro con tres saques de esquina ganados en el área pequeña. En esa suerte ganó Zigic, pese al redoble de vigilancia. Pero Roberto le quitó el gol al serbio con desesperación y acierto. Luego desactivaría también una llegada en ventaja de Mata tras el primoroso balón que imaginó Pablo Hernández.

Dureza. Sin encontrar el dominio del partido, el Zaragoza se arregló para salir vivó del arreón inicial y encontrarle un punto de infl exión al partido. En una jugada solitaria de Suazo, lo habitual, reclamó con motivo un penalti de Dealbert al chileno. El defensa del Valencia se comió un caño y luego puso la mano en el pecho amplio de su enemigo.El suceso encolerizó a la grada y subió un par de puntos la temperatura en el césped. A continuación Edmilson, de manera inopinada en su estilo elegante, le mordió el tobillo a Joaquín. Eso es el Zaragoza. Fred Astaire haciendo de presidiario. Contini y Zigic se dijeron de todo brillaron las tarjetas y creció de manera exponencial el número de faltas. A partir de ahí todos se quejaron de algo. La mayoría, con razón.

Conforme el ruido ganaba la noche,disminuyó el Valencia. Banega había tratado de mover la pelota con la ligereza de una libélula, buscando que el Valencia no trivializara su fútbol. No le resultó fácil. Le faltaban dos amigos principales y los que había, entraron al bosque y ya no salieron. No se sabe si el Valencia pecó de impotencia o de indolencia. El Valencia quedó huérfano y este Zaragoza no conoce la piedad. Jugó con fi ereza. Encontró un desaforado gol de Diogo, pelotazo terrible de zurda al ángulo, y sobre ese punto, la constancia de Suazo y el carácter de Ander de apoyo movió el mundo. Es decir, fabricó su victoria.

Emery no encontró la fórmula para reactivar a los suyos. Joaquín tendría una entrada de cimbreo prodigioso al área, pero la tiró fuera. Chori entró cuando la fe ya había saltado por la ventana. Un balón muy templado de Edmilson agarró sin sitio a Maduro. Arizmendi lo reventó en la red. Y Jarosik cerró el círculo. Diez años después, el Valencia caía en La Romareda. Sin Villa. Ni Silva. Ni Zigic. Y también, sin fútbol.