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Europa League | Brujas 1 - Valencia 0

La derrota fue cosa de brujas

El Brujas cosió al Valencia a patadas. El árbitro, sin embargo, expulsó a Silva. Grave error de Moyá

Miguel Á. Vara
<b>LE 'COSIERON'. </b>David Silva, rodeado de tres adversarios, recibe una brusca entrada de Blondel; en la imagen se aprecia cómo golpea al canario sin tocar siquiera el balón.
LE 'COSIERON'. David Silva, rodeado de tres adversarios, recibe una brusca entrada de Blondel; en la imagen se aprecia cómo golpea al canario sin tocar siquiera el balón.

Fue más cosa de brujas que del Brujas, entendiendo por brujas una sucesión de acontecimientos anormales que se agolparon en el partido de anoche para que el Valencia sucumbiera ante un rival menor que fue creciendo a costa de los errores y las desgracias chés, que de todo hubo. No fueron accidentes, quizás alguno sí, ni mucho menos casualidades porque en todos los casos el factor humano fue el auténtico protagonista. Pero sí es cierto que es extraño, poco probable, que todo se junte en un rato para derrumbar a un conjunto valencianista que había arrancado bien, muy bien, hasta el punto de poder solventar el choque en los primeros diez minutos. No fue así y, a partir de ahí, empezaron a aparecer las brujas por el terreno de juego.

La primera tenía nombre de mafiosillo de película de serie B: Tony Chapron. Era el colegiado francés, un aliado perfecto para el cuadro belga ya que le permitió coser a los discípulos de Unai Emery a duras patadas, algunas de una violencia extrema que ni siquiera castigó con una mera cartulina amarilla. La más sangrante fue la que le costó la lesión (y puede que sea de gravedad) al lateral ché Jeremy Mathieu, al que el central Hoefkens destrozó el tobillo con el beneplácito arbitral. Lamentable. Después, el tal Chapron (asocien ustedes su apellido) dejó que Villa, Silva y Joaquín fueran frenados a golpes y por ahí llegó la segunda desgracia de la noche. El centrocampista canario no supo templar el ánimo y fue expulsado nada más regresar del descanso. Culpable Silva claro, pero colaborador necesario el árbitro, que calentó el ánimo de los futbolistas chés.

Anteriormente, el guardameta Stijnen había frenado las más y mejores llegadas del Valencia, en otro hecho anormal pues no es habitual que la ofensiva blanquinegra no acierte a marcar en tantas llegadas a portería. Tampoco los palos ayudaron pues, si en el primer acto Kouemaha, referencia de los belgas en ataque, estrelló una contra en el larguero, más tarde, y ya con diez, fue Villa (gafado con la madera) el que vio cómo el poste escupía el tanto del empate. Pero el gazapo más grave de la noche fue el de Moyá, que había arrancado de maravilla sacando una acertada manopla en el primer minuto, pero que regaló el 1-0 en un disparo flojo que debe atajar sí o sí. Pero fue que no.

Recapitulando, a la hora de partido el Valencia perdía injustamente sobre un terreno de juego duro e irregular, estaba con uno menos y con más tarjetas que un adversario que le había apaleado. Maduro era el lateral derecho, Miguel, el izquierdo y bajo palos había un portero nervioso. Peor imposible, pero los hombres de Emery se rehicieron, en la mejor noticia de toda la noche, y fabricaron de nuevo suficientes llegadas como para hacerse acreedores, como mínimo, al empate. Y a la victoria, pero no llegó el merecido tanto ché en una noche de perros, de brujas más bien, pero Mestalla no cree en brujas y sí en su magia para remontar un marcador inexplicable.