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Liga BBVA | Real Madrid 2 - Mallorca 0

Subidos al temporal

Completo partido del Madrid con Higuaín y Granero de goleadores. El Mallorca fue una sombra. Cristiano y Kaká lo intentaron, pero sin acierto.

<b>REAPARECIÓ KAKÁ. </b>El brasileño volvió al once tras superar su lesión y en el minuto 22 tuvo un mano a mano con Aouate. Pero el balón se le fue alto.
REAPARECIÓ KAKÁ. El brasileño volvió al once tras superar su lesión y en el minuto 22 tuvo un mano a mano con Aouate. Pero el balón se le fue alto.

Los elementos estaban con el Madrid. No olvidemos que este equipo ha forjado su leyenda en compañía de los meteoros, ya fueran galernas o rayos y truenos. El asunto es que el juego mejora cuando deja de parecerlo. En el momento que el fútbol se transforma en conquista, del polo en este caso, el Madrid se acerca a su esencia y el público, pese al congelamiento de extremidades y cartílagos nasales, lo agradece. Pongan sangre, sudor y lágrimas. O pongan nieve, pero pongan algo.

Consignado el comodín del temporal, hay que decir que, en el caso del Madrid, fue un partido coral, muy meritorio en los papeles secundarios y algo menos en los estelares. El diagnóstico, no obstante, indica la buena salud del grupo. Arbeloa, que parecía complemento, crece en el sentido literal del término y hasta afirmaríamos que, además de atrevimiento, ha ganado altura y pectorales. También Gago, que volvía de lesiones y lamentos, compartió el buen tono general, por no hablar de los centrales, tan sobrios como guardias suizos.

Sobre el juego del Madrid es más difícil pronunciarse. Habría que decir que fue notable si nos atenemos al dominio total y las ocasiones abundantes. Igualmente, sería de justicia resaltar la intensidad defensiva, causante de innumerables robos, y la aplicación general. Todo cierto y síntoma del buen trabajo del entrenador. Sin embargo, se sigue echando en falta un plan o una lección que recitar, a no ser que el plan sea no tenerlo y la lección se improvise.

Es posible que de eso muriera el Mallorca. Tal vez estudió las maneras de detener a un equipo que no repite conductas y al que, por tanto, no se le puede adivinar el camino. Si te preocupas por controlar a Cristiano o Kaká, surge Higuaín. Y cuando anotas su matrícula, entonces, irrumpe Granero. O los laterales que subestimaste. En definitiva, un equipo inabarcable por impredecible, capaz de jugar en el mismo partido bien y mal, al toque y al choque, al paso y al galope.

Superados.

Sólo Borja Valero y Julio Álvarez, que volvían al hogar, hicieron intención de filtrarse entre líneas y buscar los pases que rajan las espaldas. Pero anoche no tenían aliados en la tundra. El Mallorca, en general, se sentía arrollado por lo blanco. Digamos que no sentía el partido como suyo, ni encontraba razones en la tormenta, sólo frío. En eso se distingue un vikingo de cualquier otro señor.

El primer gol llegó a los siete minutos para trazar el guión del partido. Xabi abrió a la derecha, Higuaín recibió desdoblado por Arbeloa y en esa tesitura avanzó hacia los adentros para chutar de implacable zurdazo. El tanto evocó a los que marcaba Figo para recordarnos que tenía dos piernas.

También pudieron marcar, y varias veces, Kaká y Cristiano, más voluntariosos que acertados, pero tampoco es malo que sus musas se reserven para ocasiones más primaverales. Su juego, pese a todo, resulta interesante aún siendo inconstante, obtuso o gris. Son como las guapas recién levantadas. Siempre tienen algo, un detalle, una intención, un tranco.

Granero, que entró por el lesionado Van der Vaart, consiguió el segundo y definitivo gol al principio de la segunda mitad. Fue un pase de Higuaín al segundo palo que el canterano voleó con precisión y con ganas de reivindicarse. Está bien que lo haga, pero quede claro que, en su situación, como en la de Guti, nada se le puede reprochar al entrenador. Aquí, por lo que se aprecia, juega quien más pone sin que importe el nombre. Pregunten a Benzema o Raúl.

Siguió nevando y Cristiano continuó intentándolo, por arriba y por abajo, con balones malos y buenos, empujado por el impulso de un Madrid que no paró nunca, estimulado por la nieve y la ventisca. Son raros los vikingos.