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Liga BBVA | Zaragoza 0 - Deportivo 0

Alegrías, las justas

Partido intenso, sin espacios ni llegada. El Zaragoza salió del hoyo, pero topó con el Depor. Guardado tuvo la mejor. Tercer empate seguido de los gallegos.

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Babic
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El Zaragoza y el Deportivo se empataron sin contemplaciones, sin autorizarse dispendios ni una risita de más. No hubo goles ni oportunidad para anhelarlos. El uno le negó al otro el espacio y el otro le negó al uno el aire, así que el partido fue jugado a bocanadas, con pasajes menores en el área y los defensas rematando más que los puntas. Cuando el rigor anula las primeras jugadas, que son las del fútbol natural, la esperanza queda puesta en lo artificioso: los rechaces, los segundos balones, la melodía chirriante de pizarra o el vaivén del azar. Contra todo ello vencieron Carrizo, que le quitó a Guardado la mejor ocasión en un zurdazo postrero, y Aranzubía, que impuso la guerra preventiva para anticiparse a cualquier tentativa de sorpresa.

El partido fue de esos que no aburre a nadie, pero todos lo olvidamos pronto. Al Zaragoza le sirve para creer en sí mismo, lo que no es poco, sin sacarlo de pobre. El Deportivo acumula otro empate de esos que ni frío ni calor, pero sobrevivió a las ausencias y tuvo entereza para no animar a un Zaragoza ansioso. El equipo de Gay ofreció un aspecto más vital que en su moribundo paseo por el Bernabéu. No era difícil... Reunió detalles para un moderado optimismo, pero el problema aún tiene mayor tamaño que la mejora. La tarea de adaptación de las piezas a la idea de Gay compone un ejercicio interesante: Ander tomó el eje, flanqueado por Ponzio y Abel Aguilar, con impresiones que autorizan a pensar que el chico vale como alternativa a un puesto donde faltaba gobierno. Cuidó la pelota y la jugó. También ganó balones. Puede que el Zaragoza haya encontrado un medio centro en casa, pero no va a encontrar ningún delantero. El gol no se fabrica, el gol se compra y se vende.

Agresividad.

El enjuague mostró a un equipo afectado de cierta rigidez con la pelota, pero bien compuesto sin ella. Abel y Ponzio se cerraron en ayuda sobre las bandas del Depor, peligrosos generadores de fútbol con gente como Juan Rodríguez, Guardado o Filipe Luis, faltos de conexión y aire. El Zaragoza se comportó con un punto de agresividad mayor, a veces rozando lo tabernario, pero nadie lo puede culpar de exceso. A los desesperados hay que admitirles estas cosas. Su actitud obligó al Deportivo a mover la pelota para sostener la posesión y salvar los tobillos, donde mordían los lebreles. No lo consiguió del todo.

La consistencia del equipo de Gay y el cuajo del Depor conspiraron para detener el partido en territorios intermedios. Al equipo de Lotina le faltó espacio y dinamismo. El juego tuvo un aspecto empastado. de escaramuza repetida, que se desató algo en la segunda mitad, pero sin tranco constante. Adrián y Arizmendi compusieron la misma figura ingrata a los dos lados del espejo: el fútbol nunca llegó a su calle y los dos vivieron de balones residuales. De manera que acabaron frustrados ellos y quienes los miraban.

Fue un mal día para la levedad fantasista: entre los telones apenas asomaron Guardado, Valerón o Lafita. El canario vio su voz ahogada por el murmullo industrioso del choque; y a Lafita lo engulló Manuel Pablo, un Dorian Gray veterano, sin retrato hermoso que colgar en el salón de casa pero afectado por un fáustico vigor adolescente. Lafita tuvo apenas una escapada de final infeliz y un remate al que le cruzó el cuerpo un defensa. El Zaragoza no encontró el modo de comprometer a Aranzubia y luego le tiró sólo migajas. Pennant, el extremo peonza, se ordenó un par de veces, pero sin resultado. No es raro: hace tanto ruido que cuesta entenderle lo que dice. Aunque Riki aderezó bien al Deportivo, los dos balones más lúcidos fueron para Lopo: sus remates, claro, se le fueron lejos. La mejor la tuvo al final Luis Filipe en un pelotazo raso que Carrizo contuvo cuerpo a tierra. En ese fugaz atisbo de lógica pudo decantarse el partido. Por lo demás ayer en La Romareda, donde todo anda muy agitado en los últimos tiempos, los pájaros pasaron la tarde tirándoles a las escopetas.