Liga BBVA | Atlético 2 - Real Madrid 3
Misma historia, pero con susto
El Madrid marcó en el 4' y ganaba 0-3 en el 63'. La entrada de Kun y la expulsión de Ramos resucitaron al Atlético. Casillas evitó el empate.
Sucedió cuando el Madrid ya se imaginaba duchado y ante un jugoso filete con patatas. Ocurrió cuando el Atlético ya se intuía a remojo y frente a los aviesos periodistas. Entonces, a 25 minutos del final, Sergio Ramos fue justamente expulsado por interceptar la carrera de Agüero. Luego marcó Forlán y de vuelta la metió el Kun. De pronto, quien parecía absoluto dominador se vio absolutamente dominado. Y cuando el campo se inclinó tanto en favor del anfitrión que parecía imposible impedir la igualada, en ese preciso instante, surgió Casillas para evitarlo. Su pierna en concreto y su ángel en general.
Ese sofocón final servirá para mejorar el ánimo del Atlético y para rebajar la euforia del Madrid. También debería utilizarse para sacar conclusiones. Desde el punto de vista del Atlético la cosa es clara: Agüero es imprescindible y dosificarle es acumular trabajo para después. Su entrada en la segunda mitad, con 0-2, confirma lo erróneo de la estrategia. Hay futbolistas para sacar ventaja, para ser imprudentes, para enviar mensajes al socio y al enemigo.
Por lo que al Madrid respecta, acusó exageradamente la expulsión de Sergio Ramos. Lo que Pellegrini entendió como una reorganización (Gago por Benzema) no tuvo más efecto que abandonar a Raúl entre tres defensas y dejar sin dientes al león. Mejor hubiera sido no tocar nada y comportarse con naturalidad, como si Ramos hubiera subido la banda y tardara en bajar. A veces pasa.
El último impulso, no obstante, no debería hacernos olvidar el resto. Para empezar se cumplió la estadística. A los cuatro minutos, marcó el Madrid. Y ya no podemos recurrir a las explicaciones tácticas o zanjar el asunto como un simple problema de concentración. Es más. Es una inercia cósmica. Llegados a este punto, tenemos que pensar que existe una condensación de energía negativa que irradia del Atlético en contacto con el Madrid, algo así como una telepatía funesta que imagina con tanta insistencia el balón dentro que el balón, en cuatro minutos, entra.
Visto desde la otra orilla el panorama debe ser primaveral. Advertido el bloqueo ajeno, sólo hace falta esperar y tampoco mucho. La resignación de uno es confianza para el otro, y los partidos se plantean desde el inicio con el mismo desequilibrio anímico que enfrentaría a un león con una cebra.
Atasco.
Como tantas veces, nos quedamos sin saber qué hubiera sido de aquel Atlético de no haber recibido el gol. Lo que vimos fue decepcionante y en eso no interviene el más allá. Al margen de los fantasmas, el Atlético es un equipo en busca de estilo y de organizador. Durante la primera mitad, sólo se mantuvo con pases largos a la generosa espalda de Sergio Ramos. Allí esperaba Simao, que lo probó todo: tirar y centrar, centrar y tirar. También maldecir a Casillas.
Aquel goteo no inquietó mucho al Madrid, que controlaba el juego, es cierto, pero con cierta brusquedad, como si fuera incapaz de ponerle pausa a la felicidad. Y la vida le sonreía desde el gol de Kaká, tan extraordinario en la ejecución que todas las fuerzas del crack se largaron con ese balón. Si se le vio de nuevo fue para jadear.
Entretanto, la banda izquierda del Madrid resultaba indescifrable. Suponíamos que Marcelo había sido adelantado para ocuparla en posiciones ofensivas. Sin embargo, el jugador tiende a centrarse y confundirse con un delantero más, movimiento que desplaza a Benzema a la banda, donde su corpulencia no suele encontrar salidas. Si se trata de un desorden estratégico, el beneficio se oculta a nuestros ojos miopes. Si es puro y simple caos, se echa en falta el criterio del ingeniero.
El segundo gol madridista no nos sacó de dudas. Xabi buscó a Benzema en el área y el francés, quizá anodadado por la aparición, combinó con Marcelo. El extinto lateral controló, se giró y perforó la portería desde un ángulo imposible. Y con la pierna derecha, que es prestada. Hay futbolistas inabarcables con la razón.
La primera parte se cerró con una mano salvadora de Casillas a chut de Simao. La jugada tuvo la particularidad de que el brazo derecho del portero se disparó hacia arriba como impulsado por una orden superior, divina o militar.
Ya en la reanudación, Benzema falló un cabezazo evidente, un balón de los que regala el destino por alguna bondad de una vida anterior. El francés lo mandó fuera con pertinaz torpeza. Hablamos de otro jugador inabarcable e inexplicable.
El más listo.
Higuaín no es tan sutil. Después de un encuentro espeso, se fabricó un gol a costa de Perea, cuyo pecado, algunos años atrás, se hubiera castigado con galeras, o peor. El caso es que el central se comportó como una dulce abuelita y regaló el balón al barbudo delantero, que no tuvo más que enfilar hacia la portería.
No me equivocaré mucho si afirmo que todos creímos finiquitado el pleito. Pero hay minutos que son mundos y en el 65 dio tiempo a que saliera Raúl por el reciente goleador y a que fuera expulsado Sergio Ramos. Y conviene señalar que en esta jugada tanta culpa tuvo el defensa como el Kun, arrebatado de orgullo.
Ahí comenzaron a cambiar los astros, aunque todavía transcurrieron tres minutos de apatía general, unos pensando en el filete y otros en el chaparrón que les caería tras la ducha. Hasta que marcó Forlán. En ese tomar el balón para dejarlo en el centro del campo, el Atlético condujo todas las esperanzas de su afición. El gol de Agüero, rebosante en la carrera y vencedor en su pugna con Pepe, resultó casi una certeza: no es que fuera posible el milagro, es que era muy propio del Atleti.
El asedio resultó fabuloso. Con el Madrid encerrado en su campo y tirando balones al náufrago Raúl, el Atlético completó el ciclo de las recuperaciones psicológicas: primero le volvió la autoestima, después se gustó en el espejo y por último jugó bien, como nunca, abierto por bandas y entregado a sus héroes, Kun y Forlán.
Fue Agüero quien la tuvo. Pasaba un minuto del tiempo añadido cuando Maxi le asistió con el pecho. El tiro hubiera fulminado a cualquier otro portero y el previsible gol hubiera hecho estallar el estadio, cualquier estadio. Pero no pasó nada. Sólo Casillas, su pierna, su ángel. Cuando mencionamos el más allá también hablamos de sus alas.