Los soldaditos de Petrescu no mueven un dedo sin el consentimiento del general rumano, parece otra época. Riguroso, disciplinado hasta el extremo, el Unirea Urziceni, que tuvo una colonia de cien rumanos animándole que puede sentirse orgullosa de sus compatriotas, exigió un esfuerzo del Sevilla para atrapar la primera victoria en su regreso a la Champions. Aunque cualquier esfuerzo es más sencillo con Luis Fabiano, sencillamente tocado por las hadas en los últimos tiempos. Su primer gol, en el que apareció de la nada en la frontal para golpear con la izquierda, es una mezcla de intuición y confianza. Luis Fabiano ve la portería como los palos en el rugby. Lo enchufa todo ("he visto al mejor delantero del mundo", dijo Petrescu al final) y ayuda a que sus compañeros también sean felices. Renato, compañero de sociedad, cerró el partido cuando debía, a unos veinte minutos del final. Hasta entonces el Unirea no se descompuso, cuestión de vida o muerte con Petrescu. El Sevilla estuvo inteligente. La afición, paciente porque era el primer día y una fiesta, no le lanzó a un ataque indiscriminado. Y eso fue viento a favor para el Sevilla, que controló los tiempos del partido.

Fue un ejercicio profesional y de lógica. Para el Unirea hubiese sido una heroicidad resistir noventa minutos en la trinchera. Palop vio la guerra tan de lejos que se dedicó a recibir ovaciones de los Biris. Jiménez debe pensar que para empezar no estuvo mal. Luis Fabiano sigue de fiesta y Zokora se expresa con espacios. El Sevilla terminó echándole un ojo a Sttutgart, ya sabía que empezaba como líder. De ahí no se quiere bajar.