Espíritu Emi: el perico volvió a la vida para salvar a su Espanyol

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Espíritu Emi: el perico volvió a la vida para salvar a su Espanyol

Espíritu Emi: el perico volvió a la vida para salvar a su Espanyol

rodolfo molina

Emiliano Acosta, su entorno y el Espanyol tienen vidas paralelas. Cuando peor lo estaban pasando se fueron ayudando sin saberlo. A él le daban horas de vida; por el equipo no apostaba ni el Tato. Al final, todos respiraron. Emi ya está en casa y el Espanyol, en Primera. Felicidades.

Emiliano Acosta (29-7-1977) resiste. Y lo que le queda. Inmerso en una permanente lucha contra su cuerpo, el hombre del espíritu, el tipo milagro respira ahora tranquilo en su piso de Viladecans. Lo hace después de volver a casa. Le costó, pero lo logró. Con un amplísimo currículo hospitalario, muchos se sentirían desgraciados, pero él se congratula. Puede respirar y es del Espanyol. ¿Qué más puede pedir? Desde bien pequeño conoce los recintos hospitalarios de Barcelona. ¿Injusticia? "El destino, me tocó a mí, lo acaté y sigo en brega con ello", dice sonriendo. Emi es el chico milagro. El hombre que le dio forma a la permanencia. Cuando el equipo agonizaba a ocho puntos de la salvación, los médicos informaron a Sandra Galdón (su esposa, compañera y guardaespaldas) que Emi se iba, que su situación era dramática; le daban minutos, a lo sumo horas de vida. Daba la sensación de que su cuerpo estaba cansado de pelear, de enfrentarse a los constantes desajustes internos y que lo más sencillo era acabar y descansar eternamente.

El drama estaba servido. Emi se estaba yendo a reposar definitivamente y nadie podía hacer nada. Se agotaba su vida. Sus 31 primaveras compartidas entre amigos, aventuras, travesuras (algunas históricas) se estaban envolviendo en un paquete para el recuerdo. El lazo era precioso y el recuerdo del chico alegre provocaba que brotaran las lágrimas en sus más íntimos. "Todo comenzó de pequeño. A los cinco años me diagnosticaron una leucemia de complicada solución. Me ingresaron en Sant Joan de Déu y me acostumbré a las mascarillas, el pijama y aprendí a saber lo que era pelear, a caerme para levantarme. La única solución posible, aunque no segura, era una quimioterapia muy agresiva, además de un autotransplante de médula: lo superé", comenta con los ojos abiertos y orgulloso de su lucha. Era sólo el inicio de una batalla que duró diez años. Nada más ingresar, Emi comenzó a sentir la blanquiazul. "Hasta ese momento poco me había interesado el fútbol. Sí que sabía que había Mundial, Naranjito me volvía loco, pero nada más. Fue entonces cuando Juan Carlos Carenzi, directivo por entonces del Espanyol, me dio una sorpresa; tras conseguir el fichaje de Thomas N'Kono y John Lauridsen, aparecieron los tres en el hospital, donde me brindaron una copa ganada. El trofeo era más grande que yo: desde entonces, perico hasta la muerte", bromea.

Las bromas. "Soy como un coche y la ITV: cada diez años me encuentran alguna cosa", añade. Y es que en su currículum hospitalario hay de todo: desde la mencionada leucemia, hasta un transplante de corazón (ahora algo infartado y a la espera de un catéter), pasando por un cáncer de colon y las consecuencias de la quimioterapia, la solución para estos casos: mientras te arregla unas cosas te perturba otras.

Volvamos a los ocho puntos de desventaja. El gol de Javad Nekounam en el descuento del Osasuna-Espanyol parecía la condena blanquiazul al infierno. Nadie daba un duro. Ni Emi, luchador infatigable, que veía cómo su vida y la del equipo eran paralelas. "No había más margen de error. Un fallo más y al hoyo", ironiza. "Fueron días complicados. Mi ilusión se esfumaba. Estaba entubado por todos lados, pero me daba igual. Sabía que no me quedaba más que pelear. En el fondo, lo que más me jodía era ver que el equipo se iba y no podía estar con ellos en el campo, animando, dejándome el alma por ellos. Me las ingenié para seguir los partidos como fuera. A veces estaba como en una burbuja y me pasaron una mini televisión. ¡Cómo sufría con los nuestros, no se lo imaginan! Llegó el día del Depor y era ganar o ganar. Vencer o ciao. Estuve toda la semana sufriendo. Días antes había tenido un sueño raro. Con el equipo medio muerto, la sentencia de los médicos a mi esposa era clara: váyanse despidiendo de él".

Charrúa. "En el viaje de novios me cansaba mucho, sólo por subir pequeños repechos. Así que cuando regresamos fui a la consulta. Un cáncer maligno de colón. Nada, una operación y al lío otra vez". No fue tan sencillo, pero, lo sacó adelante. "Nunca vi a Dios, ni pasar mi vida en décimas de segundo. Pero sí que recuerdo algo que me atormentó: me caían bolas, como si estuviera en un chiquipark. Trataba de quitármelas de encima, pero eran infinitas; gritaba a las enfermeras desde mi delirio, pero nadie me escuchaba", relata. "Me desperté y comprobé que aún respiraba, con ayuda, pero lo hacía".

Llegó el domingo 5 de abril. Aún no eran las 17:12 e Iván Alonso aprovechó una asistencia de su tocayo De la Peña para estampar la bola en el marco de Dani Aranzubía. "¡Coño!, Hemos marcado", gritó. "Tras sufrir, ver a Lassad Nouioui y Ángel Lafita incordiar a Carlos Kameni, ¡ganamos! ¡Qué bocanada, qué fuerza! El equipo reaccionaba y eso me esperanzó. Íbamos de la mano el equipo y Emi. ¡Qué grande!", rememora ilusionado. "Al día siguiente pasó el médico por la habitación. Me había empapado toda la prensa y me mandaron a las entrañas del hospital. Había que hacer analíticas para ver cómo evolucionaba. Los especialistas no daban crédito: mi mejora era espectacular. Todo estaba más equilibrado cuando días antes me habían sentenciado". ¿Un milagro? "No, la força d'un sentiment, sin duda", remarca.

Con un portátil. Y desde casa. Así es cómo trabaja este ingeniero de telecomunicaciones, estudiante de ADE y responsable de un importante grupo de la empresa alemana GyD, "que me están ayudando en todo: me han respetado el sueldo, mis ausencias y me animan siempre", reconoce agradecido. "Mi última estancia en el hospital fueron 80 días, como Willy Fog y su vuelta al mundo, aunque volví a la vida. Conforme el equipo se iba levantando, mi mejoría era evidente y cuando el equipo se salvó me entregaron el alta hospitalaria: ¡a casa!".

Una de las cosas que más le ayudó fue la complicidad de los amigos. "Eso sí que es importante". Entre ellos destacan Javi Antoja y el matrimonio formado entre Carlos y Belén. "Siempre están pendientes", afirma. "Me quedé asombrado con toda la movida que se ha generado: hicieron un grupo en Facebook, donde ya tengo más de un millar de amigos: todo esto me emociona y me empuja. Estando en el hospital me llegaban ramos de flores de gente anónima", relata.

El espíritu Emi tiene miga. Es mágico. No se perderá la inauguración de Cornellà-El Prat. Avisó a los médicos: o antes o después, pero el 2 de agosto Emi estará en su casa, con su equipo y con sus amigos: se lo merece.