El partido mejor empaquetado del mundo de la competición más antigua contradijo una de esas mentiras que se repiten por ahí: la liga inglesa no es la más fuerte del mundo. Se enfrentaron ayer el Chelsea (tercero de su liga) y el Everton (quinto) en el impresionante Wembley tras los tradicionales desfiles, cánticos y el Dios salve a la Reina que engalanan la final de Copa, el día más esperado del año futbolístico. Recibió el Chelsea un susto a los 25 segundos de partido con el gol de Saha, el gol más rápido de una final de la FA Cup, pero desde entonces se acentuaron las diferencias. Por momentos, el Chelsea llegó a tener un 70 por ciento de posesión. La superioridad de los de Hiddink se tradujo en el gol de Drogba en la primera parte y la presencia masiva de defensores del Everton en su propia área, incapaces de dar dos pases seguidos y montar un ataque que no consistiera en balonazos largos sin destino claro.

Diferencias. Mikel Arteta, que volverá a jugar en septiembre, lo veía desde el banquillo, desesperado con la facilidad con la que su equipo entregaba la posesión y por el modo en que el Chelsea les descubría los puntos flojos, en especial la banda derecha donde Hibbert no podía parar a Cole y Malouda. Éste último puso el centro para el remate de cabeza de Drogba. En la segunda parte, el Chelsea aguantó la embestida de un Everton herido pero que seguía sin fútbol. El gol de Lampard dejó las cosas en su sitio: los cuatro primeros de la Premier dominan Europa; al resto le falta nivel.

Dio tiempo para un gol fantasma de Malouda mientras el Everton buscaba faltas cerca del área de Cech. Moyes es el mejor entrenador británico de la nueva hornada y ha dejado al Everton quinto dos años seguidos, pero sabe que cada vez es más difícil competir con el club de los ricos.